VICTORIA, Tamaulipas.- Se les ve alrededor del hospital Infantil, en el estacionamiento del hospital Civil y en el hospital General.
Todos entretejen una historia de amor en las banquetas, permanecen en silencio entre ellos. Pocos conocen el esfuerzo del hombre o la mujer que se halla a un costado, pero en su mayoría refieren al albergue del hospital Infantil como un remanso de paz.
Guadalupe espera afuera del hospital Infantil, está sentada en la orilla de una enorme maceta y a un costado tiene una bolsa con pañales y un cobertor.
Le acompaña su cuñada, quien vive en la colonia Unidad Modelo, a cuya casa llegó hace unos días para esperar la intervención quirúrgica que le harán a su nieto recién nacido, por un tumor en el estomago.
El bebé permanece en la incubadora y la madre de él se recupera en casa de una cesárea infectada.
A lado de ella está Cande, una mujer que vive en el ejido Praxedis Balboa, en Villa de Casas.
Cada mañana desde el día último de enero, Cande toma carretera para traer el almuerzo a su hermano José Luis. Sólo hay para el almuerzo, si queda algo será la cena y a esperar hasta el otro día.
José Luis, espera a su hijo, un jovencito de 13 años que en la fiesta de año nuevo sufrió la quemadura de un cohete en su ojo.
“Estaban todos en montón, ya sabe como andan en las fiestas. Encendieron el cohete y se fue hacia arriba y se supone que allá en el cielo ‘el chiflador’ se mueve y cayó justo en el ojo de mi sobrino. Desde entonces estamos aquí”, narra.
Algunas veces José Luis y su esposa hacen uso del albergue del hospital Infantil para su aseo personal.
Pero no comen allá, prefieren esperar la comida que llega desde su casa.
Pero afuera del hospital, además de perder la salud, han perdido la cartera y ayer por la mañana José Luis y su mujer se apresuraron para reportar el robo de sus pertenencias.
“Mi cuñada traía en la cartera una tarjeta de Coppel y para cuando se dio cuenta ya habían comprado con ella, y ahora además de esto que le pasó al niño, ya tienen una deuda de 5 mil pesos”, lamenta Cande.
Pero en el albergue del hospital General, aseguran, los resguarda una legión de ángeles.
“Estar aquí es como llegar a mi casa; es como estar en el cielo”, dicen Gloria, acompañada de Amelia, dos mujeres que deben esperar la recuperación de la salud de sus maridos.
“Estaba bien llenita antes, pero de abril para acá que se enfermó mi esposo, he bajado de peso. Porque en Mante donde estuvo antes internado, nos cobraban la comida y el hospedaje”, dice amorosa Gloria, al recordar las andanzas de hospital en hospital.
“Ahora que llegamos a Victoria, estamos muy contentos, siempre nos tratan muy bien aquí, la licenciada Alicia nos recibe como en nuestra casa y aquí, en el albergue del hospital General, no tenemos que pagar nada”, destaca.
“Desde hace un año yo traigo a mi esposo a diálisis, me llamo Amelia Cabrera, somos de Abasolo y aquí hemos encontrado una casa”, agrega la otra mujer.
Francisco llegó a Victoria desde Río Bravo, había perdido su trabajo en una maquiladora por recorte de personal.
“Llegué y anduve buscando trabajo aquí en Victoria, para cuando den de alta a mi esposa y regresarnos a la casa. Pero nadie me hablaba, yo creo que como les decía la verdad, que no era de aquí, no me querían. Me encontré un señor buena gente aquí a lado y les voy a ayudar con la obra, estoy muy contento porque ya tengo trabajo”, confiesa.
Francisco hoy muestra una sonrisa, dice que está feliz, porque el trago amargo ya está pasando. Tras una quemadura que sufrió su esposa y por la que perdió tres dedos de una mano, ver la tristeza en el rostro de su pareja era peor que las deudas que pudiera generar su hospitalización.
“No sé si deba algo ahora, llegamos con el Seguro Popular y me la traje desde Río Bravo con recursos propios. Lo bueno es que veo a mi esposa más tranquila y si ella está tranquila yo puedo estar feliz”, asegura.
En la época invernal se sufre de frío, en tiempo de calor por el sudor, pero el hambre llega a todas horas y afuera de un hospital una taza de café y un pan, nunca estarán de más.