CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- En los años 30’s para llegar al Santuario era necesario cruzar el puente de madera de la calle 8 y se ingresaba a la iglesia subiendo por el lado norte del Santuario.
Era costumbre para muchos victorenses asistir el día 12 de diciembre de cada año para ver a la virgen, mientras los niños se resbalaban sobre ramas en las pendientes que existían en los alrededores.
El vertiginoso descenso tenía que ser sobre ramas, de lo contrario, el choy, es decir, la gravilla color neutro que se encuentra en ese terreno podría romper los pantalones.
Luego de trasladar el Obispado a Tampico, por don José Guadalupe Ortiz, don Silvestre C. de León, Vicario General y Gobernador de la Sagrada Mitra de Ciudad Victoria, se encarga de concluir la construcción del Santuario en 1927. Don Silvestre contó con la ayuda de su amigo don Pedro Sosa, propietario de los terrenos donde estaba el templo y de los cuales se extrajo el sillar para su construcción, el material de las torres, sus cúpulas, la gran barda con sus puertas laterales, atriales y la noria, son obra de las manos de don Pedro Sosa, quien trabajaba el hierro forjado y así elaboró las puertas y ventanas en una herrería de su propiedad.
Para su protección se estableció entonces una Sociedad, así lo narra el Profesor Jesús María Sosa Medina.
En el año 1897, ya existía una devoción a la virgen de Guadalupe en Victoria, entonces las promesas religiosas, el pago de los milagros y toda aquella fe de los fieles se vertía en castigos dolorosos, en procesiones desgarradoras…
Son las mismas que aún se observan en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, en la Ciudad de México, donde hombres y mujeres avanzan con sufrimiento hincados en el pavimineto y con rodillas sangrantes por el favor de algún milagro recibido.
En aquel tiempo, la iglesia en México ya esperaba las contribuciones por la fe y esa molestia lastimaba al Obispo Eduardo Sánchez Camacho, un hombre que repartía el domingo a los niños de Victoria en su casa, que entonces se ubicaba junto al Paseo Méndez.
Él decía en su libro “Ecos en la Quinta del Olivido”
“En Tamaulipas hay muchas imágenes aparecidas, siendo la más notable la del “Chorro” o “Chorrito”, pero ni esa ni ninguna otra tiene las pretensiones angélico divinas y menos de ser obra de la madre de Cristo, son más racionales los tamaulipecos que el Ilmo.
Arzbispo de Puebla. Algún sabio ha dicho que los indios acostumbraban poner sus imágenes fuera de las iglesias y que de ahí las levantaban los clérigos o trabajadores de los templos, tal vez Marcos Cipac, autor de la imperfectísima pintura del Tepeyac, la puso fuera de la ermita.
Ningún historiador del siglo XIX ha dicho nada de esa aparición, luego no sucedió, este argumento concluyente en historia y en derecho lo desechan los aparicionistas, pero porque dicen que es negativo, suponen lo que debe probar. Pero no prueban ni pueden probar esa verdad”, decía el entonces Obispo, cuyo raciocinio le condenó al olvido.
Al detalle:
Don Pedro Sosa Miranda (1852-1949), nativo de Hidalgo, Tam., fue un gran benefactor social y en sus talleres se realizaron los trabajos de herrería de puertas y ventanas del inmueble.
Destacan de sus características arquitectónicas: la doble cornisa con que rematan el cuerpo principal y los dos cubos de las torres. En su frontispicio, una puerta de arco de medio punto, está flanqueada por dos pares de columnas corintias adosadas y sobre pedestal que rematan en la primera cornisa. Sobre la segunda hay un arco rebajado moldurado con un ojo de buey en el centro y sobre este nicho, dos rosetones a los lados, que forman el tablero lobulado con que remata la fachada.
En la torre izquierda lado Sur está el campanario y sobre la torre derecha, con la que se termina el templo, está colocado el reloj que donara Doña Carmen Romero Rubio de Díaz Mori en 1910, instalado en 1948, ya que anteriormente estuvo en el templo del Sagrado Corazón de Jesús.
Arcón del Cronista Antonio Maldonado Guzmán