Cambiaron los planes y no habrá cena por el festejo de El Grito de Independencia en la capital del país, hace un año, recordó Adela Micha en su noticiero del martes, tampoco hubo porque ese septiembre del 2015 se cumplía el primer aniversario la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa.
En la columna de ayer comentaba que la tónica de la cena cambiaría y se invitaría a ciudadanos comunes a convivir con Enrique Peña Nieto, parece ser que no, debido a que la inconformidad contra el mandatario sigue por diversos motivos, decidieron mejor no exponerse y cancelarla.
La aceptación del gobierno peñista sigue a la baja, y la decisión de no convidar a una cena como se acostumbra en esa fecha tan importante en la historia nacional resulta un esfuerzo muy pequeño para congraciarse con la opinión pública.
Lo que le está sucediendo a Peña Nieto debería servir de ejemplo para los nuevos mandatarios en los estados del país, quienes tendrían que estar observando lo que sucede alrededor suyo cuando las decisiones se toman a espaldas de lo que la población quiere.
Ganar una elección no es suficiente, lo estamos viendo en la figura presidencial que cada día muestra su debilidad y fragilidad ante la crítica.
El ejemplo de EPN en su punto más bajo de aceptación debiera sentar precedente entre los nuevos mandatarios estatales sobre lo que no hay que hacer:
La gente no soporta la exhibición gratuita de desenfreno en las erogaciones discrecionales del presupuesto público. Los gastos onerosos en comidas y cenas elegantes, las reuniones en petit comité donde se tratan y resuelven asuntos que competen a la sociedad en general.
El repudio a esa forma de conducirse en el gobierno es patente no sólo en las redes sociales donde los habitantes de a pie opinan sobre los excesos de la clase gobernante, también entre periodistas asqueados de tanto abuso.
Así como Peña Nieto canceló la cena, así deberían de cancelarse esos convivios en los estados y municipios.
Y de paso, como está próxima la toma de posesión del nuevo mandatario en Tamaulipas, debiera aprovecharse para hacer una ceremonia austera, acorde a las condiciones económicas y al recorte presupuestal que le recetó la Federación a los estados.
Así se daría el primer paso en mostrar que el nuevo gobierno está dispuesto a apretarse el cinturón, evitar los gastos suntuosos e innecesarios y darle prioridad a la inversión para el mejoramiento de los 43 municipios en los rubros de seguridad, servicios públicos y obras.
Para festejar la llegada al poder habrá casi seis largos años, mejor dejar esa celebración cuando se cumpla el primer año en que se demuestren logros tangibles y verificables en los sectores antes mencionados.
Convencer al electorado que hizo bien en cambiar de partido en el poder, requiere más que palabras, hechos, espero que quienes estarán al frente de Tamaulipas a partir del primero de octubre se vean en el espejo de Peña Nieto y los priistas, y no repitan sus errores.
Porque no olvidemos que el electorado, así como da, quita. Y eso lo saben también los panistas.
La cifra
Entre 2006 y 2011 (durante el gobierno de Felipe Calderón), “la venta de equipo y armamento norteamericano a México ascendió a tres mil 200 millones de dólares, de acuerdo con estadísticas de Just de Facts, una institución no gubernamental dedicada a investigar y publicar los programas de asistencia militar y de seguridad de Estados Unidos de América y El Caribe”, publicó Wilbert Torre en un artículo difundido por la agencia Reforma.
¿Cuánto de ese dinero aportó Tamaulipas en una lucha fallida contra la delincuencia organizada y cuánto dejó de destinarse a obras y servicios de beneficio colectivo?
Esas y otras preguntas se han quedado sin respuesta todos estos años.
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