TAMPICO, Tamaulipas.- “Tengo un sueño y a veces una pesadilla recurrente, que tres o cuatro veces por año la tengo. Estoy en un lugar oscuro y después siento como si se llenara el lugar de agua y la corriente de un rio me arrastrara y no puedo gritar, ni moverme y comienzo a ahogarme. Es una desesperación grande, así como querer despertarte, sabiendo que estás dormido y soñando y aún así no puedes abrir los ojos, ¿lo ha sentido? Es algo feo, muy feo. Entonces despierto, a veces gritando, o tirando manotazos”. Marco Antonio Compean, maestro de secundaria ya jubilado, mira la grabadora mientras habla, como negando por instantes lo que sus ojos registran en el presente y se asoma a su memoria. De vez en cuando me mira a los ojos, sabe de antemano que está contando algo muy personal a un extraño. Después de todo, ¿no son los sueños lo más personal que tenemos los hombres?
Marco Antonio tiene 62 años, nació en 1953 en Pueblo Viejo, al norte de Veracruz, un municipio colindante con el puerto de Tampico en el sur de Tamaulipas. Desde pequeño, según nos cuenta, su familia tuvo que abandonar el rancho para irse a trabajar a la ciudad. Hijo de campesinos, los padres de Marco Antonio deciden ir a Tampico a trabajar de obreros en la zona de descarga de mercancías en los mercados que están a un costado de la aduana de éste puerto.
“Mis padres llegaron a Tampico sin nada, y con dos hijos pequeños que alimentar de apenas uno y dos años. Mi padre trabajaba en los muelles y mi madre nos cuidaba”, dice Compean. Allí, en medio de las necesidades, rentaban una casa en una colonia popular establecida en un terreno irregular producto del relleno de la ribera del río Pánuco, una colonia a la que unos 30 años antes sus habitantes le llamaron Cascajal. Algo parecido a cualquier barrio marginal habitado por trabajadores de los muelles y mercados locales en otros puertos del mundo.
En la década de los cincuentas, Tampico tenía un segundo tiempo de bonanza económica, el primero fue en la década de los años veinte cuando las petroleras inglesas y americanas como la Eagle y Huasteca Oil Company se asentaron en esta parte del país para la explotación de los recursos petroleros, sin embargo, después de la expropiación del General Cárdenas, la nueva industria nacional tardó en estabilizarse desde 1938 hasta 1943. La Segunda Guerra Mundial fue el catalizador de la floreciente Petróleos Mexicanos, ya que uno de los principales proveedores del petróleo para la armada americana fue nuestro país. Tampico se posicionó como el principal puerto de México y de los más importantes en Latinoamérica, ya que la mezcla de la distribución de hidrocarburos y al ser un puerto de altura hizo crecer la región de una forma muy rápida. Ya en 1948 Tampico había sido presentado al mundo por el director John Huston como el “Nueva York de Latinoamérica”, en la adaptación de la novela de B. Traven El tesoro de la Sierra Madre, película ganadora de tres Óscares y tres Globos de Oro. Ahí vemos a Humphrey Bogart siendo un vagabundo en el puerto hasta que decide terminar su racha de miseria y adentrarse a la Sierra Madre Oriental en busca de oro.
“No recuerdo nada de mi vida hasta los 4 o 5 años y ya después los estudios en la escuela primaria. Pero recuerdo que andábamos corriendo en los mercados, jugando en los barrios a la orilla del río, o bañándonos en las lagunas”, continúa su relato Marco Antonio. El sonido de alguna caricatura en la televisión en el interior de su casa nos llega de golpe. “Es mi nieta, que ya le sabe picar a la tele y le cambia de canal. Tengo tres hijos y ella es de mi hija la menor”, me dice para justificar el sonido que queda grabado en la memoria de la grabadora digital.
Tampico está situado en un punto estratégico del Golfo de México, al ser una ciudad fundada a la orilla del río Pánuco, uno de los ríos más grandes y caudalosos del país y que en conjunto con otros ríos forman la segunda cuenca hidrológica más importante de México, la construcción de un lugar de conexión marítima y terrestre fue casi lógica desde tiempos de la conquista. Fue en 1554 cuando Fray Andrés de Olmos pide la fundación de la ciudad, ahora Pueblo Viejo, Veracruz, con licencia del Virrey Luís de Velasco. Su estratégica localización también ha representado un riesgo para los habitantes desde sus orígenes como asentamiento humano, incluso antes de la llegada de los españoles, las tribus que la poblaban ya respetaban los fuertes vientos que llegaban del mar, de los vendavales enviados por los dioses, de la poderosa furia del dios-tempestad. Pueblos milenarios que vivieron en esta zona de Mesoamérica, que entraron por el mar a Panutla o Pantlan (Pánuco) y que fundarían siglos después “grandes pueblos”, como el mexicano y el maya, según los relatos de los ancianos de esas tierras a los frailes Andrés de Olmos y Bernardino de Sahagún.
“Tenía como 14 o 15 años cuando viví lo que es un huracán”, continúa su relato el señor Marco Antonio, mientras la tarde estira toda la luz posible del sol que se esconde justo a nuestra derecha, un color en la gama de los naranja fundiéndose con el violeta y la oscuridad. Hace calor, un calor vaporoso que cubre la ciudad y que en esta época del año alcanza el 80 % de humedad en el aire. “Fue el huracán Inés en 1966, pegó muy fuerte, horrible. Se escuchaba como tronaba la casa de nosotros, que era de madera y con techo de lámina y horcones. Crujía todo y mis papás y mis hermanos pues nos asustamos. Todos tuvimos mucho miedo”, Marco Antonio Compean, mueve las manos como limpiándose algo invisible de ellas, “la noche del huracán, el agua subía rápido, rápido, primero la calle, después la banqueta y después el agua entró a la casa. Ya no había luz en la colonia. Ya cuando el agua nos llegaba hasta las rodillas adentro de la casa, llegaron unos vecinos con una lancha y nos sacaron para llevarnos a un lugar más alto cerca del centro de Tampico, y ahí nos quedamos en un edificio ya de material”. Compean, admite que le guarda temor a los ciclones, sin embargo, ha vivido por más de 50 años en esta colonia a menos de 300 metros del río Pánuco, donde dice que es normal que en tiempo de lluvias el agua suba y anegue las calles.
Los especialistas indican que desde hace 3,500 años, la Costa del Golfo estuvo habitada por grupos mayenses; debido a diversas migraciones a lo largo de varios siglos, uno de esos grupos quedó aislado del resto de su familia lingüística: los hablantes de teenek (huasteco), a quienes los mexicas al conquistarlos los nombraron cuextecas, de ahí la denominación de la zona como Huasteca. No existe duda de su parentesco directo con los grupos mayenses, como lo indican las similitudes entre sus lenguas, sus sistemas de parentesco, creencias y la numeración, detalla la Dr. Patricia Gallardo Arias, en su trabajo de investigación antropológica publicado por la Comisión para el Desarrollo de Pueblos Indígenas en el 2004 denominado “Huastecos de San Luis Potosí”.
Ante la pregunta de que si recuerda algo del huracán Hilda en 1955, Marco Antonio guarda silencio un respiro, mueve su cara un poco a la derecha, exhala y admite que todos los recuerdos que tiene del Hilda y la posterior inundación de proporciones históricas en Tampico sólo es por lo que sus padres y tíos le han contado, que “cuando se dieron cuenta que el agua estaba subiendo muy rápido dentro de la casa, pensaron en salirse y caminar a un lugar seguro. Decía mi mamá, que no pasó mucho tiempo desde que empezó el aire y la tormenta a hacerse más fuertes, tanto que el techo de lámina voló, entonces mi papá nos agarró y nos sacó cargando a mi hermano y a mi”, recuerda Compean al terminar el día y comenzar la noche. Volvemos a escuchar a la niña del interior de la casa que le habla a “Nita”, así le llama la pequeña a su abuela que debe de andar en el quehacer de la cocina. Los zancudos nos obligan a tirar manotazos a nuestras piernas y a pensar en apresurarnos en la entrevista. “Ya es la hora de los zancudos, verdad”, dice interrumpiendo el relato. “Cuando mi papá nos saca, la corriente en la calle ya estaba fuerte, no tan alta pero fuerte, tanto que tira a mi mamá y mi papá rápidamente trata de agarrarla, y pues yo me le zafé y caí al agua. Me cuentan que la corriente me arrastró como cincuenta metros hasta que me atoré en unos como montones de tierra de una casa de material que estaban construyendo. Mi papá me rescató. Y pues mi mamá nos decía que pensó que ya me iba a morir ahogado como muchos de la colonia en esa noche del huracán Hilda”.
Huracán, es el nombre de un dios o fuerza divina maya, que significa “de un solo pie”. Esta divinidad es una de las tres principales dentro de la mitología maya e intrínsecamente ligado a Kukulcán (serpiente emplumada) y Tepeu, creadores del mundo. Huracán también es llamado en el Popol Vuh como el Corazón del cielo, trinidad de la tormenta: el relámpago largo, el relámpago corto y el trueno. Esta deidad es la que crea la tierra firme a partir de las aguas sobre las cuales descansaba. Huracán también se encargó de destruir a los primeros hombres creados a partir del fango, después de destruir a los hombres de palo por falta de amor a la tierra, el respeto a los dioses, la falta de alma. “Y esto fue para castigarlos porque no habían pensado en su madre, ni en su padre, el Corazón del Cielo, llamado Huracán. Y por este motivo se obscureció la faz de la tierra y comenzó una lluvia negra, una lluvia de día, una lluvia de noche.” Relata un fragmento del libro maya quiché. Cuento mesoamericano del diluvio universal, de la destrucción del mundo antiguo por una inundación cataclísmica. Es hasta el siglo XX que se populariza el nombre de Huracán para denominar a los ciclones tropicales en el Atlántico norte y el pacífico. No sólo la lengua es uno de los vínculos entre los mayas y los huastecos, los pobladores del Panutla o Pánuco, sino también la tradición oral, la cosmovisión, los lugares ceremoniales en lo alto, en lo circular fuera del alcance de las aguas, el conocimiento y temor a los temporales, a la furia del dios del viento. Por ello los pueblos huastecos fueron fundados a la orilla de los ríos como Pánuco, Tampaón y Moctezuma y sus centros ceremoniales en lo alto.
Dentro de las culturas que florecieron en el Golfo de México, los mayas, teenek y totonacos, las principales deidades que formaron el Mundo son los dioses que vienen con los vientos o las divinidades que ordenan a la tempestad. Estos pueblos tienen en sus mitos, la oralidad de siglos, las historias de la destrucción del mundo (o los mundos) por un diluvio. Y la huasteca no es ajena a estos mitos. Desde hace siglos, antiguas leyendas teenek cuentan sobre la destrucción del mundo por una gran inundación, tan grande que llegaba al cielo. El agua fue la encargada de limpiar la tierra la maldad del hombre. Sólo dos pequeños, vástagos de la estirpe humana, fueron convertidos en nutrias o perros de agua para refundar el mundo, salvados por lo divino como esperanza de un nuevo, y tal vez, mejor comienzo. Según las versiones del cuento teenek del diluvio registrados por Streeser-Pen o Meade en los años 40 y 50. Parece ser además, un presagio de las grandes inundaciones que ha sobrellevado la Huasteca a lo largo de los tiempos.
En distintas partes de la huasteca los relatos del diluvio se cuentan en varias versiones desde el An uk´ énib en la región de Aquismón en la Huasteca Potosina, la versión del Conejo y la Milpa, en Xochiapan, Hidalgo y los relatos de la Zona Tamuín-Tamtok, que el antropólogo Guy Stresser-Péan recopiló en los años 40. En todos estas versiones se cuenta de un diluvio que destruye todo cuanto el hombre ha hecho en la tierra conocida. Pero en 1955 tres poderosos huracanes azotaron el Golfo de México en menos de un mes, el diluvio destruyó ciudades enteras en la Huasteca: más de 6 mil 500 kilómetros cuadrados quedaron bajo el agua. El diluvio mítico huasteco se presentaba otra vez, pero ahora en la realidad.
¿Qué pasaría si los relatos de nuestros abuelos, los mitos, cuentos y leyendas, de un momento a otro se tornaran en realidad, o aquellos elementos de ficción, destellos de fantasía sepultada por los años, se comenzaran asomar a nuestra realidad? ¿Podríamos reconocer de inmediato sus razones, devenires de mitos a la realidad palpable?
La profundidad de la oralidad sigue latiendo en los pueblos de México. Memoria colectiva de miedos latentes de poblaciones que crecieron hace siglos a la orilla de ríos dormidos y que despiertan con la voz del Huracán, del Corazón del Cielo de los mayas y huastecos, del Quetzalcóatl Ehecatl mexica, del Trueno Viejo de los totonacos. De la destrucción que viene del mar y del cielo, fuerza que refunda sobre lo destruido.
Para muchos que vivieron las inundaciones de 1955 en la Huasteca, también fue el fin del mundo, de ese mundo como lo conocían.
Algunos estiman que en la región de Tampico murieron 3 mil personas, y se calculan más de 9 mil en las huasteca profunda. Para los teenek el agua es un elemento de purificación; incluso de pueblos o civilizaciones enteras. Memoria colectiva de miedos latentes de poblaciones que crecieron hace siglos a la orilla de ríos dormidos y que despiertan con la voz del Huracán, del Corazón del Cielo de los mayas y huastecos, del Quetzalcóatl Ehecatl mexica, del Trueno viejo de los totonacas. De la destrucción que viene del mar y refunda sobre lo destruido y de lo que emerge de entre las aguas.
“Llovía y llovía como nos contaron del diluvio y los ríos preñados de tanta agua se levantaban como el agua al hervir en una olla de café”
“La lluvia caía aún después de que el huracán volteó las casas y el mar regresó a su lugar y con él a los muertos. Llovía de noche y de día. Y vimos como nacían los ríos y se llevaba todo: los animales, las casas y la vida de las personas”
“Después vino el calor y la pestilencia. Y después vinieron los zancudos y la andanza. Nunca había visto el cielo nublado por zancudos”.
¿Qué pasaría si los relatos de nuestros abuelos, los mitos, cuentos y leyendas, de un momento a otro se tornaran en realidad, o aquellos elementos de ficción, destellos de fantasía sepultada por los años, se comenzaran asomar a nuestra realidad? ¿Podríamos reconocer de inmediato sus razones, devenires de mitos a realidad palpable? No lo creo.
Entonces vuelvo a la entrevista con Compean, una entrevista entre las muchas que he hecho a lo largo de estos años de investigación documental. “Eso es lo que recuerdo del huracán Hilda, puras historias de mis papás, quienes nos contaban que fue algo muy, muy feo. Y triste.” Comenta Compean, mientras comenzamos a despedirnos. Agradezco la plática de media hora y la grabación. Es de noche y los zancudos reinan. ¿Qué tan poderosa es la memoria, que los hombres al arrojarse en ella son arrastrados por su torrente? Marco Antonio sabe que sus pesadillas vienen del mar, donde reposa Corazón del Cielo, que cada cierto tiempo muestra al hombre su fuerza indomable. Como hace el septiembre de hace 61 años, con Gladys, Hilda y Janeth. Cuando él no tenía aún memoria.
*El autor dirigió “Memoria líquida”, un documental sobre el huracán Hilda, realizado en colaboración con el Gobierno de Tamaulipas, Conaculta, y la Cineteca Nacional. La obra participó en el Festival de Cortometrajes Short Mx y los festivales de Guanajuato y Morelia.