Un mes atrás, exactamente el 10 de septiembre de este año, el semanario británico The Economist publicó el artículo “Post-truth politics. Art of the lie”, título que traducido al castellano podría ser algo como “Política de la verdad maquillada. El arte de la mentira”, confieso que revisé varios portales antes de atreverme a dar un significado en nuestro idioma, el cual no niego puede ser incorrecto.
El “post-truth” implica el uso en las campañas políticas de frases, afirmaciones o propuestas que suenan a verdad pero que en realidad no
tienen un sustento fáctico firme. El mejor exponente de esta forma de “convencer” y “ganar adeptos” es Donald Trump. “Obama creó al Estado Islámico”, “El acta de nacimiento del Presidente fue falsificada”, han sido algunas de sus falacias que para un sector de la población irritado pueden ser fáciles de comprar. El artículo da otros ejemplos alrededor del mundo. Los simpatizantes del “brexit” en Gran Bretaña fueron persuadidos con el siguiente razonamiento “Si votas por seguir en la Unión Europea tu país será invadido por un gran éxodo de ciudadanos de Turquía cuando este país sea aceptado en ese órgano”.
El hecho de que la clase política mienta no es nuevo, pero la técnica “post – truth” pone énfasis en hacer crecer los prejuicios. Esta forma
de atraer la atención no solo se circunscribe a las campañas electorales sino a toda la actividad de cualquier persona más o menos pública. En la gaceta más modesta o en la televisora con mayor impacto, cualquier personaje está expuesto a ser víctima de verdades maquilladas que, con un pequeño toque de realismo, se magnifican y son percibidas por la generalidad como algo real.
Podemos leer columnas, ver videos en youtube o facebook, consultar investigaciones a modo y un sinnúmero de fuentes informativas que ponen
en entredicho la honorabilidad de una persona o el beneficio de una acción de gobierno. Si está en internet, muy seguramente el colectivo lo toma como cierto. Cualquier réplica sobra y se desecha. ¿Cuántas veces no hemos visto que alguna persona comparte como cierta una nota de El Deforma o una noticia maquillada de un portal de dudosa procedencia?
El propio artículo del semanario antes mencionado señala que ser críticos y suspicaces es, sin duda, una virtud para fortalecer cualquier democracia, incluida la mexicana. Agregaría que ese despertar político de la mayoría de la población debe verse acompañado por una posición seria ante las falacias y, sobre todo, generar en la clase política un reinicio en la forma en la cual tratan de llegar a la ciudadanía.
Por el lado de los ciudadanos debemos ser más proactivos a utilizar los mecanismos de transparencia y rendición de cuentas para formar una opinión más objetiva, sin distracciones generadas por el hecho de que cierta nota ganó “la de 8 columnas”.
Por el lado de los gobernantes también debe iniciar un despertar. Los boletines, la foto tierna, la portada, el interior, son herramientas obsoletas, equivalentes a buscar el primer lugar en ventas de un álbum utilizando el formato de cassette.
El despertar de ambas partes es elemental para generar el tan ansiado click entre sociedad y gobierno, entre candidato y elector, entre gobernante y gobernado. La distancia que se genera entre ambos solo la llenan más y más “verdades maquilladas” y mentiras. ¿Queremos más Trump’s?
A ojo de buen cubero
Una muestra más de la hipocresía del país vecino del norte en su lucha contra las drogas se puede encontrar en la película “The Infiltrator”. Basada en hechos reales. Extraordinaria actuación de Bryan Cranston (Breaking Bad).