En Tamaulipas hay 43 alcaldes nuevos, aunque muchos son viejos en las lides de la política, 36 diputados en las mismas circunstancias y un gobernador, la mayoría de todos de extracción panista; son la generación histórica que logró echar al PRI del mando de 86 años, estos, los nuevos, tienen aún la
oportunidad de no caer en la adicción del poder que ha perdido a muchos, que ha vuelto locos a otros, que ha dejado un rastro imborrable en estas tierras.
Así es mis queridos boes, los nuevos tienen apenas 17 días en el mando y en la mayoría de los casos aún están conformado el equipo y han tenido poco tiempo para el disfrute de mandar, de ejercer el poder, incluso ha habido poco espacio para atender las adulaciones, porque desde antes de que llegaran ya había trabajo urgente.
Pero ahí está el peligro, ese que los estará merodeando en los dos años a los alcaldes, tres a los diputados y seis al gobernador, me refiero a la droga que una vez que se prueba y gusta es difícil de dejar, porque obsesiona, enajena y deshumaniza.
Es esa droga a la que se expone a los políticos en el poder, una mezcla de ingredientes que incluye una alta exposición a los medios que en buena medida ponen a disposición del personaje a todo un batallón de “textoservidores”, que lo endiosan, lo tapan, lo elevan y si pudieran lo canonizarían.
Agreguen al séquito de sirvientes, disfrazados de burócratas, que evitan a toda costa que el jefe se entere de lo malo que pasa a su alrededor, que le leen la mente, le festejan hasta los peores chistes y minimizan hasta el peor de los errores.
Pongan a la mezcla todo el poder para decidir sobre miles, tal vez millones de personas, sin que los suyos o los de enfrente se atrevan a enmendar la plana cuando este equivocada.
Más las obviedades del trato en sus aposentos oficiales: la modelo de secretaria o el galán de asistente, el whisky que cuando compraba con su dinero de gustaba de vez en cuando, su botana preferida, los mejores vinos, las mejores viandas, un equipo de seguridad uniformado como valet de quinceañera y una avanzada que le organizará las porras para cuando llegue a las citas o eventos se sienta querido, guapo, o guapa, simpático, carismático como un ángel y poderoso como el mismo Dios.
Más camionetas blindadas, helicópteros, aviones, todo cuando él quiera, todas las veces que quiera, todo con el simple hecho de expresar que lo desea.
Pero además el ingreso al círculo de poder del municipio, del estado, del país, dependiendo el caso, de pronto se verán bajo la mira y el trato seductor de los empresarios más ricos, de sus pares en otros “mini reinos”, llegarán desde luego los ofrecimientos de grandes y jugosos negocios.
La mezcla de todo lo anterior es la droga que amenaza a nuestros nuevos gobernantes, desde al primer gobernador no priista Francisco Javier García Cabeza de Vaca, al líder del primer Congreso local de panista Carlos García González, a los 43 alcaldes y hasta a la veintena de secretarios estatales.
No exagero, veamos poquito para atrás y veremos historias de enriquecimiento inexplicable de algunos de los que nos han gobernado, hasta hoy segundas y terceras generaciones de uno que otro ex gobernador sigue gastando dinero que se obtuvo gracias al ejercicio del poder.
Echen un vistazo a las menciones en los fraccionamientos de lujo privados de Victoria y Matamoros, los ranchos por todo el estado, las propiedades en Texas, las cuentas bancarias rebosantes en los bancos gringos.
Veamos hacía el frente y chequemos la grosera corrupción del gobernador Javier Duarte en Veracruz, decenas de casas, de empresas, de miles de millones de pesos horadados al patrimonio de todos, mientras miles en ese estado no tienen drenaje sanitario, como en el norte en Pánuco, Tampico Alto y Pueblo Viejo, por ejemplo.
A Duarte le perdió la droga de la que hablaba, sus más cercanos en el séquito de servidores públicos le vendió la idea de que era omnipotente, pagaron miles de millones de pesos a la televisión nacional, a los periódicos nacionales para hacerle creer que arriba de él sólo Dios, que el pueblo al que gobernó hasta hace unos días era pendejo y no diría nada.
Las consecuencias ya las sabemos, los ex de Tamaulipas unos huyendo otros impresentables, las mansiones, los ranchos, las empresas, las novias y los novios, todos abandonados, el pueblo enojado, decepcionado, pero más jodido gracias a sus excentricidades pagadas con corrupción.
Y no, no me refiero solo a los del PRI, ahí están Guillermo Padrés ex gobernador de Sonora que bajo los efectos de la droga del poder se construyó una presa para sí solo, están los casos del alcalde de Iguala de extracción perredista que todo hace suponer mandó matar a los 43 estudiantes de Ayotzinapa.
Pero lo que a los tamaulipecos hoy nos debe importar es que al gobernador del cambio, a ese que movió conciencias y levantó al pueblo para que pacíficamente echara al PRI del Palacio de Gobierno, a Cabeza de Vaca, no le pase, que resista la tentación que los otros no aguantaron para que Tamaulipas no vuelva a ser víctima del saqueo, la corrupción, el reparto de lo público entre unos cuantos particulares.
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