La reciente ocurrencia del gobierno peñanietista denominada Acuerdo para el Fortalecimiento Económico y la Protección de la Economía Familiar fue de inmediato relacionado con el Pacto de Estabilidad y Crecimiento Económico (PECE) establecido a finales del sexenio de Miguel de la Madrid, en 1988, meses antes de entregar la silla presidencial a Carlos Salinas de Gortari.
Sin embargo, tiene una diferencia sustancial, la que definirá el inevitable fracaso del improvisado acuerdo elaborado por Enrique Peña Nieto y su equipo:
El Pacto Económico del sexenio delamadridista partía de un compromiso gubernamental: no incrementar el precio de la gasolina, ni tampoco subir los costos de la luz y el gas.
¿Por qué el primer gobierno neoliberal y tecnocrático del México contemporáneo se comprometió a establecer ese compromiso económico ante los sectores productivos?
Elemental: porque los incrementos en los costos de la gasolina, la electricidad y el gas impactan de manera directa en la inflación, provocando una ola de alzas en los precios, incluyendo los alimentos y productos de la canasta básica, así como en los pasajes del transporte urbano y comercial.
Ahora, el acuerdo firmado por el presidente Peña Nieto con algunas de las cámaras empresariales y con las organizaciones obreras no establece compromisos serios y concretos del gobierno federal.
Si bien la administración peñanietista se comprometió a una reducción salarial del 10 por ciento en los altos funcionarios (suponemos que se refiere al primer mandatario y los secretarios de Estado) y a un control del gasto de la Federación, la realidad es que no se compromete a cuestiones específicas.
Un compromiso concreto sería no aumentar más los costos de las gasolinas, la luz y el gas. Eso sería un compromiso real que, de entrada, evitaría una escalada de precios. La inflación no se dispararía en las semanas y meses por venir.
Así sucedió con aquél pacto económico suscrito a finales del gobierno de Miguel de la Madrid. Tras un sexenio caótico, donde la espiral inflacionaria y, por consecuencia, el incremento en las tasas de interés bancarias llegaron a niveles del 150 por ciento (además de un peso pulverizado ante el dólar), el gobierno decidió ya no contribuir con el alza de los precios al consumidor.
Eso fue determinante para que en los años siguientes, al menos hasta la crisis de 1994 (con el llamado error de diciembre), las finanzas nacionales respiraran con mayor tranquilidad.
Eso es lo que se necesita en la actualidad: compromisos gubernamentales de fondo. De lo contrario, lo más seguro, es que el dichoso acuerdo económico peñanietista fracase, tal como han fallado muchas de sus decisiones.
Uno de los factores por los cuales el actual gobierno no quiere establecer ese tipo de compromisos es porque cree ciegamente en la liberación de los precios de las gasolinas. Esa fe ciega en la Ley de la Oferta y la Demanda (no olvidemos que estamos en México) puede llevar el precio de los combustibles a niveles nunca
vistos… sin importar que seamos un país petrolero.
Para colmo el dólar ya se cotizó ayer por arriba de los 22 pesos. Es decir, en los meses próximos puede llegar con facilidad a los 25 pesos. Esta devaluación ya nos recuerda los inefables tiempos de Luis Echeverría y José López Portillo, la denominada ‘Docena Trágica’.
Incluso, en los primeros días de enero, el Banco de México inyectó casi 2 mil millones de dólares en el mercado cambiario con el fin de detener la demanda del billete norteamericano, pero no pasó nada. En otras palabras, esto ya huele a fuga de capitales. Y eso no significa nada bueno para la inversión y la
producción.
En resumen: El acuerdo firmado por el gobierno de Peña Nieto no fortalece la economía nacional. Es un acuerdo que, como bien lo señaló la Coparmex, resulta improvisado, incompleto e insuficiente. Es un acuerdo que se dirige rumbo a un sonoro fracaso.
Y PARA CERRAR…
El despido de personal en el Ayuntamiento de Tampico apunta hacia mandos medios. La burocracia porteña ya está nerviosa.