¡Cuán lejos se ven esos tiempos!
Corrían los días del entonces presidente José López Portillo. No recuerdo si fue en el segundo o en el tercer informe, cuando en su reporte de hechos dio a conocer que México entraba a una era dorada, generada por el descubrimiento de mega yacimientos de crudo en el Golfo de México.
Todo era luminoso. El presente y futuro nacional se antojaban una sucursal del paraíso, al amparo de una frase que marcó al país como productor de petróleo y la consolidación del brutal poder del sindicato en ese rubro:
“Ahora”, dijo López Portillo en palabras que merecieron las ocho columnas de los diarios y entradas de noticieros de televisión y radio, “nos corresponde administrar la abundancia”.
Por lo visto, hemos sido pésimos administradores. Por lo menos quienes han dirigido a la nación de la década de los ochenta del siglo pasado hasta los días actuales.
Desde ahí, se empezó a escribir la historia cuyo dramático final enfrentamos ahora los mexicanos: un país en el caos económico, incapaz de despertar confianza en la sociedad, derivado del obsceno saqueo –del cual también participaron los dos gobiernos federales panistas intercalados– que acompañó al auge de hidrocarburos y que durante los 25 años siguientes creó el mayor número de super ricos en México gracias a los excesos del salinato, que dejó algunas cosas buenas, pero también dejó una cauda de errores gravísimos y manoteos escandalosos en el dinero público.
Con esos antecedentes, soy un convencido de que Enrique Peña Nieto no puede ser señalado como el gran culpable de la tragedia socioeconómica que atenaza al país. De la misma manera en que López Portillo señalaba que la solución éramos todos, todos los que le sucedieron incluido él, son responsables directos de esta debacle, junto con nosotros, los ciudadanos.
¿Por qué nosotros?
Porque durante décadas aceptamos por insana comodidad los subsidios y las dádivas oficiales disfrazadas de programas sociales y hoy que se quiere dejar atrás el populismo y que nos enfrentamos a la realidad somos incapaces de entenderla, habituados al paternalismo de un Estado que para mantener el poder nos hizo un pueblo, como dice la voz popular, de entenados.
O lo que es peor, en algunos casos y aunque se escuche o se lea atroz, de mantenidos…
Una lástima
Un viejo proverbio, no sé si árabe u oriental, reza que “una mala acción borra mil buenas, aunque formen legión”. Hoy un caso muestra su vigencia.
Nunca he cruzado palabra con el señor Roberto Salinas Salinas, ahora ex funcionario del gobierno estatal, pero coincido plenamente con su señora esposa en sus
argumentos para explicar, no justificar, los hechos en que se vio envuelto el afectado.
Conozco de forma indirecta la trayectoria del señor Salinas. No ha sido santo de devoción de muchos y menos de su servidor, pero sé de su público perfil deportista y familiar que habla de manera positiva de su persona.
Es una lástima que un incidente, aunque grave porque pudo dejar víctimas mortales, etiquete de manera lamentable tantos años de trabajo. Y tiene razón la diputada Teresa Aguilar: ¿Quién tira la primera piedra?…
Ayudantes privados Ups.
Parece que el trabajo de investigación para detectar malos manejos en el gobierno estatal anterior lo va a hacer el sector privado.
Ahí tienen a la Cámara de la Construcción, que saltó al ruedo y a través de su dirigente exhibió la contratación por el gobierno egidista de alrededor de 500 empresas “fantasma”. Obviamente no para espantar, sino para meterle mano al presupuesto. De eso no estaba enterada la Contraloría, parece.
Ahora falta que la CMIC formalice su acusación. Si no, ni para qué hablar…
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