La década y fracción que tengo dedicándome a trabajar en los medios de comunicación, específicamente en el área deportiva, siempre que llega un personaje nuevo a Ciudad Victoria para incorporarse a las filas de Correcaminos ya sea como jugador, técnico o directivo, lo primero que le presumo es la nobleza de la afición.
Y cómo no, prácticamente nací en las tribunas del Marte R. Gómez, ahí crecí en sol general, desde la cabecera norte a donde me llevaba mi padre y después como nómadas en ese pequeño universo con mis compañeros de locuras de la Marea Naranja, donde apenas era un mozalbete, aspirante a todo, un pseudobarrista que guardaba peso sobre peso del gasto diario en la secundaria, para completar el boleto de la entrada el fin de semana.
Miembro de la generación que prácticamente disfrutamos y nos acostumbramos a ver a nuestro equipo en Primera, el luto del descenso y los sinsabores de una final misteriosamente perdida, conocí, conozco y guardo la amistad de muchos compañeros del mismo dolor.
Apedreado en Tampico, eliminado en no se cuántas liguillas, viajero colado en pasillos de un viejo camión, un día tuve que mutar para dedicarme a lo que tanto me gusta, que es contar historias a través de estas páginas.
Aprovechando la cercanía con esa lista interminable de ídolos mesiánicos, promesas en ciernes, otro tanto de vendehumos y personas entrañables que se enfundaron en la camiseta del azulnaranja, siempre encuentro el momento ideal para explicarles lo que para la gente representa su equipo, ese al que sólo aquel que nació aquí y vino al mundo con el sello indeleble del pajarraco picudo en la piel lo podría explicar.
El martes fue el más claro ejemplo de la nobleza de esta afición.
La directiva regaló boletos, invitó a las jóvenes promesas de Copa UAT al partido y lo que hace mucho no pasaba, sucedió: la gente volvió al estadio.
Entre los que llegaron gratis y los otros muchos más que tardaron horas para comprar su boleto y ver quizá solo la segunda mitad del partido, volvimos a ver un estadio casi lleno, y lo mejor de todo, un estadio vivo, gritando, aplaudiendo, emocionándose, apoyando a su equipo, exigiéndole y presionando al rival.
El grito de “Correcaminos, Correcaminos!” sacudió el polvo acumulado en los muros de nuestro viejo estadio; la gente volvió, le dio el beneficio de la duda a la gente nueva que llega a su equipo, les dio el tan pedido voto de confianza.
Más que el empate, la actitud del equipo representada en el hombre insignia de este equipo, Diego Olsina, dejó con buen sabor de boca a los 7 mil que el martes ahí estaban, pero ojo, mucho ojo, ¿hasta cuándo durará el crédito otorgado por la afición?.
Hoy Correcaminos tiene que ser intenso y efectivo; Ordiales es años luz mejor técnico que Chelís, la partida debe ganarse desde el banquillo, pues el técnico del ave sabe lo que representaría volver a casa sin los tres puntos, sobre todo cuando el martes, después del juego salió enojado consigo mismo pues no quería fallarle a toda la gente que fue al estadio.
Para el anecdotario: Enrique de la Garza fue a las taquillas a comprar su boleto, Manuel Corcuera vio el partido desde sol con la porra echándose una cheve con la raza de La Plebe. ¿Alguna vez se lo imaginó?.
@luisdariovera