CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Ropa, pura ropa.
Sobre el suelo hay un bulto de tela. Eulalio Garza recién lo extrajo de un hoyo que destapó. En el bulto hay una sandalia negra, un retazo de una camisa tipo polo color rojo con rayas azules y blancas, un pedazo de tela quemada de una camisa vaquera tono claro y una blusa colorada con cordones blancos; todo está manchado de tierra.
Eulalio -sentando al borde del foso- trata de identificar la chancla.
-¿Qué marca es?- pregunta a Graciela Pérez.
Ella se agacha y con el guante la limpia para ver las letras. -Titanio. ¿Le resultó familiar?-
No, nomás pa’ contactar así… ya ve que de repente…- responde.
Suena el walkie talkie del grupo. -¿Qué fue?- cuestiona desde el otro lado Vicente Hernández.
El hombre de 60 años revisa los cachos de la camisa blanca, busca alguna seña o la etiqueta y no halla nada.
La mujer toma el radio y contesta: Ropa, pura ropa.
Eulalio coloca el trozo de prenda a un lado. Toma la pala y sigue buscando.
Enero de 2017. Esto es la frontera chica, donde por primera vez, un grupo de ciudadanos se han organizado para buscar a sus seres queridos bajo la tierra.
La tragedia
En México hay 29 mil 917 personas reportadas como desaparecidas ante el gobierno federal o los estatales. Tamaulipas es el estado con más casos registrados; el 19 por ciento del total nacional, es decir, 5,704. En el territorio tamaulipeco las desapariciones aumentaron a causa de la guerra contra el narcotráfico impulsada por el expresidente Felipe Calderón Hinojosa y la violencia generada por la rivalidad entre las dos bandas delincuenciales que en ese entonces tenían presencia en el estado.
Los efectos de ambas acciones se reflejan en mayor grado en la región Ribereña, integrada por los municipios de Díaz Ordaz, Camargo, Miguel Alemán, Mier y Guerrero.
Históricamente fue conocida como la franja más rentable para traficar droga al país vecino; sobre su superficie semiárida los tejanos se divertían en los
ranchos cinegéticos, el ganado producía dividendos al igual que la agricultura y, por debajo, Petróleos Mexicanos (Pemex) explotaba el tesoro de hidrocarburos.
Sin embargo, una estirpe de mujeres y hombres sanguinarios levantaron un imperio de muerte y cargaron con todo, contra todos.
“Aquí es muy raro, de los que tenemos desaparecidos, que tengamos solo uno, todos tenemos más desaparecidos, más familiares, póngale que sobrinos o tíos o primos, hay muchos, mínimo cada quien tiene 3 ó 4”, cuenta la señora Carmen.
Ella hace 7 años que no sabe de su hijo. La Procuraduría General de la República (PGR) lleva su caso y apenas en noviembre presentó la denuncia ante la Procuraduría General de Justicia (PGJ) del estado.
La travesía
Un día antes de partir desde la capital del estado, el Servicio Metereológico Nacional anunció una helada; la naturaleza no complica la búsqueda: a la intemperie el sol es severo, a la sombra el viento frío te parte la cara.
El convoy de la Policía “Fuerza Tamaulipas” que traslada a los buscadores circula por la carretera Ribereña.
La vía número 2, de 256 kilómetros de longitud, cruza de Reynosa a Nuevo Laredo.
Es el único camino federal que comunica a la región, aunque existen un sinnúmero de brechas que conectan ejidos, pueblos y municipios; éstas sirven de escondite y atajos para la delincuencia.
La caravana arriba a la zona de búsqueda que protegen dos decenas de soldados del 16 Regimiento de Caballería Motorizado; un “gato de arena” circula en el perímetro del área, estimada en 100 metros cuadrados.
Vicente -el único voluntario del grupo- baja de la camioneta y observa el lugar. Detrás aparecen Carmen, Antonia y Daniela. Cada una tiene 3 ó 4 familiares desaparecidos; hijos, sobrinos, cuñados, papás.
“Buenos días. Ahorita nos dirigimos a un terreno que se ubica a seis minutos caminando. Vamos a ir ordenados para minimizar riesgos, aunque ya vinimos ayer para asegurarnos que todo esté tranquilo”, explica el jefe militar.
Los hombres del equipo bajan las herramientas de trabajo: 5 palas, 3 machetes, 10 varillas de metro y medio de alto con mango, que sirven para detectar el olor a podrido característico de los entierros humanos.
La comitiva se organiza para comenzar la caminata. Los jóvenes militares armados con fusiles van a la vanguardia, formando un escudo. Las madres, padres y esposas se internan entre la maleza por 3 minutos hasta que se abre un claro.
Graciela Pérez camina lentamente con la vista fija en el suelo. Observa el relieve de la superficie y las características del lugar. Hace 4 años y 5 meses, Graciela busca a su hija Milynali Piña Pérez, a 3 sobrinos y a su hermano. El deseo de encontrarlos la llevó a los talleres de la agrupación Ciencia Forense Ciudadana (CFC).
En la asociación aprendió y ha participado en mesas junto al reconocido antropólogo forense Alan Robinson. Graciela da pasos cortos para esquivar los mezquites. Da pasos cortos para reconocer el narcocampamento ubicado en el centro de la frontera chica.
Aquí inicia la primera búsqueda ciudadana en Tamaulipas. Aquí, en este territorio oscuro y silenciado, empieza la travesía por los desaparecidos.
Si llegaron a este sitio fue gracias a un reporte de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena). En septiembre de 2016, elementos castrenses irrumpieron en un campamento; liberaron a 23 secuestrados mexicanos y extranjeros, no hubo un solo detenido.
En las entrevistas, las víctimas contaron lo que escucharon, lo que vieron, lo que sufrieron.
Los militares determinaron la existencia de indicios de fosas e incineración de cuerpos en el territorio que hoy indagan las familias. En esta zona, refiere una fuente castrense, vivió un grupo de delincuentes, escondieron a secuestrados y torturaron a rivales.
-Esta es la parte que nadie quiere hacer, la prospección- afirma Pérez Rodríguez.
Primero es la identificación del lugar, dependiendo del modus operandi de la célula delincuencial que operó en el. Después se escarba en los puntos posibles donde hay evidencias como ropa, zapatos o alguna información previa, como la declaración de un delincuente. Una fase de la prospección es ir a entrevistar a los detenidos. En algunos casos ellos nos dibujan un croquis o un punto; los puntos no los sabemos porque andamos, no, esto es una revisión de gabinete donde indagas lo que te dicen los delincuentes y en los expedientes. Es todo lo que se hace antes de llegar a un hallazgo.
La tarea más difícil
Durante la primera hora, el equipo recorre la zona e identifica dos fosos. Los hombres cavan pero a los primeros centímetros de profundidad solamente encuentran basura. La mitad de los buscadores vuelve a ‘peinar’ una fracción del terreno. Carmen y Graciela marcan un par de puntos a escarbar.
Es mediodía. La labor se concentra al oeste del predio. Eulalio se hinca frente a la boca del tercer punto, se acomoda el pasamontañas y toma una pala. Hiende con fuerza la tierra, palea con insistencia, quiebra la arena apelmazada, palea dejando caer su peso para romper los bordes del foso, palea con rapidez, casi con angustia. Un soldado graba la acción.
El hombre de 60 años ve ropa. Avienta la pala a un lado, escarba con las manos. Saca 5 puños de tierra y halla una camisa tipo polo color vino en buen estado, luego encuentra una bolsa de pan con fecha de caducidad del 29 de septiembre de 2016. Las mujeres revisan la ropa encontrada. Eulalio sigue hurgando entre la tierra, recoge una etiqueta negra con las iniciales AIX Armani Exchange.
-Es una especie de basurero que hicieron porque limpiaron el campamento. Lo que no entendemos es por qué no levantaron las cosas. Esta playera está casi nueva y no entiendo por qué si la Procuraduría hizo el levantamiento dejó cosas que pueden ser revisadas -reprocha Graciela Pérez. De las axilas, del sudor, se pueden obtener datos de las personas que buscamos. En 4 años y 4 meses que yo estoy en búsqueda, tiene como un año que entierran las cosas, parece una instrucción que usa la PGJ para limpiar los campamentos con la justificación de evitar que vuelvan los delincuentes, me parece bien. Lo que reprochamos es que entierren evidencias que nos pueden ayudar a encontrar desaparecidos.
Carmen y Antonia no dejan de buscar indicios. Caminan y se pierden entre los mezquites; un soldado es su sombra. Antonia apoya a Carmen hasta que detectan otro hundimiento, una muestra de que la tierra fue removida. Eulalio se empeña en destapar el hoyo. La superficie es más dura de excavar que las otras. Quita la primera capa y salen envases de plástico de bebidas, cartón, bolsas de plásticos, latas de aluminio. Al parecer adentro hay más basura. Encuentran un empaque de salchichas de pavo. Carmen busca la fecha de caducidad.
-29 de septiembre de 2016- lee Vicente.
-Igual que las otras, de septiembre- apunta la mujer.
-Vinieron a limpiar por las vacas- dice Eulalio.
-¿Será que el dueño vino? –
-Me imagino que sí, pues porque trae animales y éstos (los envases) son malísimos pa’ las vacas y les gusta mucho comerse el plástico. Como quiera ái está-
-Pura basura- concluye Vicente.
Debajo de la sombra de mezquites ubican los bordes de lo que pueden ser 2 fosos más. Las excavaciones se intensifican. Vicente, Eulalio, Carmen y Graciela se reúnen para indagar en el cuarto punto. Poco a poco se descubren los objetos enterrados: latas de atún, bolsas de pan, envases de bebidas, cascos de cervezas, dos mochilas, mas ropa. Hernández comenta que las mochilas pudieron ser de migrantes que fueron retenidos en el lugar. Los buscadores dan por terminada la inspección por el campamento. Los datos georreferenciales de los puntos excavados se registran.
-Ésta es la parte que nadie quiere hacer, porque los peritos, incluso, no quieren andar buscando con nosotros, quieren que los llevemos ya al lugar, a la coordenada, al punto en específico; esto tiene que ver con recursos económicos- recrimina Graciela-.
Nosotros nos vamos haciendo de aliados para decirles: ya encontramos otro lugar y es probable, miren las fotografías. Ellos hablan con sus superiores y nosotros empujamos por nuestro lado.
En la zona de sombra se reparten aguas, tacos guisados con tortilla de harina y galletas. Los militares rechazan los primeros ofrecimientos de comida. Las madres insisten y un par acepta la comida. El jefe de la comitiva militar comenta que acaban de descubrir otro campamento a pocos metros. Les pregunta si quieren ir a revisar esa área. Todos aceptan.
Los buscadores resguardados por los militares se dirigen hacia el norte. El capitán del 16 Regimiento de Caballería Motorizado, establecido en Nuevo Laredo, explica que el sitio fue encontrado escasos 50 minutos por elementos que circulaban en el “gato de arena”.
El paisaje es similar: mezquites, nopaleras, arbustos espinosos. A lo lejos se asoma un marrano salvaje. La caminata se extiende por 15 minutos hasta que se cierra la flora y forma un marco. Todos se detienen 5 metros antes. Los soldados establecen el perímetro. Poco a poco entra la comitiva. La fachada del campamento es un mezquite con ramas secas colocadas para extender su follaje. Debajo del árbol hay dos bancas con equipo táctico, dos mesas de madera, 14 botellones de agua a medio llenar, tres tambos grandes vacíos, una decena de poncha llantas, cinturones, botellas de plástico, un tubo de pasta de dientes, dos maderas para golpear y una veladora de la Santa Muerte.
El capitán aconseja cautela al caminar por el sitio. En el suelo tapada por una capa de tierra Graciela encuentra una credencial de elector. La recoge, la limpia y se descubre una identidad. Al lado de la fotografía de un joven moreno se lee “Nombre: Carlos Alberto Morales Vázquez. Domicilio: C Norte 10 269 D 1 Col. Centro 94300, Orizaba, Ver”.
Del destino del muchacho poco se sabe pero mucho se sospecha. En este campo desolado, la esperanzas son pocas.
INCANSABLES
Graciela busca a su hija Milynali Piña Pérez, sus sobrinos José Arturo y Alexis Domínguez Pérez, Aldo de Jesús Pérez Salazar e Ignacio Pérez Rodríguez
Vicente es voluntario en la búsqueda
Eulalio busca a su hijo, dos sobrinos y familiares políticos
Carmen busca a su hijo, una sobrina, una cuñada y dos sobrinos
Antonia busca a su esposo
Daniela busca a su hijo, un tío y un primo