No hay duda alguna, en la administración pública es una especie de piedra filosofal, la cual conforme a lo que se creía en la edad media, era una sustancia alquímica que convertía el plomo en oro.
Me refiero a la afirmación hecha pública por el gobernador Francisco García Cabeza de Vaca en el pasado fin de semana, sobre la necesidad de establecer en Tamaulipas una coordinación entre poderes, como clave para la buena marcha de esta administración. No es sólo una fórmula para el éxito. Es LA FÓRMULA. Así, en mayúsculas. Bien por ese objetivo.
¿Quién puede negar que cuando un gobierno construye consensos obtiene mejores resultados?
Me parece que nadie, por eso quiero en este espacio exponer una apreciación personal a manera de inquietud, sobre esas circunstancias.
Por décadas, los gobiernos priístas llenaron discursos y nutrieron mensajes con esa receta. El tema siempre se manejó en todos los ámbitos y órdenes
institucionales como una condición insalvable. Coordinación para acá y coordinación para allá. Todos en el mismo camino, en teoría.
Pero esos regímenes hicieron un pequeño cambio que resultó gigantesco y devastador. A la “coordinación” le impusieron como sinónimo la palabra “sumisión” e hicieron de los acuerdos entre pares una simple recepción de órdenes directas y unilaterales.
Los tres poderes constitucionalmente autónomos se fundieron como brazos del Ejecutivo y los gobiernos priístas terminaron en un solo Poder, con el Gobernador como fiel de la balanza. Así funcionaron los 70 años de poder tricolor. No descubro nada nuevo.
Y hoy, el nuevo gobierno estatal revive en el mismo terreno la palabra coordinación. Podría decirse que con mejores intenciones que sus antecesores en lo que
se refiere a su relación con el Poder Judicial y con el Legislativo. Hago votos porque así sea.
Pero, disculpe mi curiosidad. Algo me llama la atención.
En el Poder Judicial, su presidente, Hernán de la Garza, entregó la estafeta el jueves pasado, mucho antes de que se venza el plazo legal para hacerlo, lo que sucedería en 2019. Le restaban más de dos años para concluirlo y sin embargo, se va. No se queda ni como Magistrado como es costumbre.
Algo similar ocurrió en el ámbito del Poder Legislativo. El Auditor Superior del Estado, Miguel Salmán Alvarez, cuya responsabilidad se prolongaba legalmente hasta el 2018, también dejó el cargo la semana pasada “por motivos personales”, equivalentes a los clásicos “motivos de salud”. Una pérdida lamentable para la transparencia de la Cámara Local de Diputados, porque Salmán es uno de los financieros públicos más experimentados y objetivos que el Estado haya conocido, cuyos dictámenes contables siempre fueron irreprochables y sin distinciones de colores o siglas en cuanto a su rechazo o aprobación.
¿Se fueron entonces porque con su salida mejora la coordinación entre esos poderes?… ¿No eran confiables para desempeñar sus respectivas tareas?
La respuesta la tienen ellos mismos y quienes impulsaron esa decisión. Ojalá que su adiós se haya dado para abrirle realmente la puerta a la deseada coordinación y no –confío en que no sea así– para revalidar el sinónimo de “sumisión”.
Un detalle curioso: los dos trabajaron antes para el PRI. Supongo que no tiene nada que ver…
Entiendo y no entiendo
Entiendo la indignación de muchos; el enojo y en algunos casos hasta el rencor contra Enrique Peña Nieto, pero no entiendo la patanería y el insulto soez.
Ayer vi en un segmento de las redes sociales a una mujer que se autonombra periodista, hablando en un dizque noticiero de forma atroz y obscena contra el presidente. Ofensas que hieren, lastiman, no sólo a ese funcionario, sino a quienes la escuchamos. Lo que dice es un verdadero –y no exagero– vomitivo.
Jamás he escuchado a Peña dirigirse así a la sociedad. Jamás le he oído insultar a alguien; y dirigirse de esa manera a él es, por favor disculpe que caiga en lo mismo, una mentada de madre. No para él, sino para todos los que presten atención a esa dama. No tan dama, por cierto…
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