CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Dicen que siembras lo que cosechas, y Don Juan Acosta Coronado lo sabe muy bien. Hace años fue ampáyer de ligas infantiles, y esos niños, hoy convertidos en adultos, acudieron con sus uniformes de besibolistas para apoyar a quien tantas alegrías les dio.
Luego de que Expreso publicó la historia de Don Juan, un hombre de 84 años que trabaja como jornalero en el ejido El Refugio, sólo acompañado de su burrita “Pancha”, la gente demostró que Victoria sigue siendo amable y solidaria.
Don Juan contó que recibió la visita del club cuatro por cuatro, algunos otros dieron su donativo en especie, y los beisbolistas, que identificaron al abuelito por su pañuelo rojo atado al cuello, que usaba desde que jugaban béisbol, decidieron llegar con sus uniformes para que él también los reconociera, luego de más de 25 años sin verse.
Juan Diego Alemán, Luis Zúñiga, Carlos Bolaños, Alejandro Sevilla, Alejandro Ramírez, Sergio Suárez, Temo Díaz, y José Luis García llevaron comida, ropa, y unas botas a Don Juan, quien antes solamente tenía unos tenis desgastados con los que caminaba en el campo.
“Yo jugué béisbol, desde los 18 años, allí en Victoria. Yo anduve jugando con la Industrial, con el equipo de aquí del ejido El Refugio, en puro campo llanero”, recordó el señor Acosta Coronado con una sonrisa y muchas risas.
Cada fin de semana, Don Juan caminaba tres kilómetros para tomar el micro en el ejido La Misión, y de allí, tomar la pesera a Victoria para ser ampáyer, actividad en la que duró unos 10 años, en los que hizo amistades como el legendario “Güera” Mata, e incluso, fue ampáyer en los juegos infantiles de Juan Ángel Vázquez, quien después jugó en liga profesional con los Borregos del Tec de Monterrey.
Ellos, los que hace 25 años eran niños, vieron el reportaje de Don Juan y las carencias que enfrenta, y decidieron reunirse y apoyar.
“Yo fui ampáyer como 10 años. Anduve con la Liga Universitaria, duré como 10 años ampayeando a los chamacos, estaban chiquillos, no podían ni con el bate. A uno le ponían las rodilleras, el peto y la careta y ya no se podía mover, si se caía no se levantaba”.