En diciembre del año pasado, y en una ciudad de la frontera, una noche se reunieron un Delegado Federal y su Subdelegado. El motivo de dicha reunión era festejar el cumpleaños del Subdelegado, y cuando terminaron de cenar y empezaron con el coñac y los puros, ocurrió el diálogo siguiente:
– Te invité a cenar compadre, no para festejar mi cumpleaños, sino para comunicarte algo que me resulta difícil de explicarte.
– ¿A qué te refieres, compadre?
– Pues, con mucha pena quiero pedirte que aceptes mi renuncia.
– Bueno, ¿pero a qué se debe, compadre?
– Pues es que yo realmente no soy burócrata. No sirvo para estas cosas. Yo soy político, compadre.
– Por eso, pero ¿por qué no me lo dijiste antes, compadre?. Tuve que acordar tu nombramiento en México y ahora ¿qué hago?, ¿cómo explico tu renuncia?.
– Es que mi vocación y mi familia me impiden ser burócrata.
– Por eso, pero si no eres un burócrata cualquiera. Eres Subdelegado Federal.
– Sí pero “no me entra la idea”, compadre. Siento que estoy frustrando mi carrera política.
– No te entiendo, compadre. Tú siempre tan macizo conmigo y ahora me andas con “rajaduras”.
-Lamento mucho decepcionarte, compadre; pero quiero que me comprendas. Mi mujer y mis hijos me presionan. Les molesta que yo sea burócrata.
-¿Y para eso me invitaste a cenar a tu casa?. Para decirme que abandonas el barco. A mí no me engañas, tú y yo nos conocemos de fondo. Te leo en los ojos que me ocultas algo, suéltalo, sea lo que sea. No importa.
-Bueno compadre, pues es cierto. Hay algo que no quería decirte porque sé que te voy a avergonzar. Tú eres un ejemplo de honestidad en el régimen y ya te hice quedar mal. Siento que traicioné tu confianza y tus ideales.
– Dilo, te lo repito, sea lo que sea.
– Es que cometí un error, compadre. Hace ocho días se presentaron por la noche en mi casa 2 individuos representantes de la empresa que nos ha vendido el equipo de todas las oficinas, y me dijeron que venían a entregarme un regalo para que festejara mi cumpleaños y me dieron un maletín.
– ¿Y qué hiciste, compadre?
– No, pues ahí fue donde cometí el error más grande de mi vida, compadre. Sentí una emoción muy rara. Abrí el maletín y traía muchos billetes.
– ¿Fuiste capaz de manchar tu carrera?.¿Aceptaste un soborno?
– ¡No puedo creerlo! ¡Me has partido el corazón!
– Así es compadre, me corrompí, y como conozco tu honestidad y no quiero avergonzarte, pues antes de que me insultes y me corras, prefiero renunciar y me quedo con el maletín.
– No, de ninguna manera, compadre; entiendo la gravedad de tu dolor, pero olvídate de la renuncia y tráete el maletín. No puedo dejarte solo en tu tragedia, compadre. Es una carga moral muy pesada para un solo corazón. ¿Qué te parece si compartimos el maletín, compadre?. Es mejor 2 heridos y no un muerto.
¿De acuerdo, compadre?
– De acuerdo, compadre.