Las universidades son, todos lo sabemos, herramientas invaluables para difundir el conocimiento profesional. Son los viveros de quienes harán posible el progreso de una comunidad, de un estado o de un país.
Pero en este escenario de certeza, en forma paradójica varias dudas me asaltan:
¿Qué tienen que hacer esos centros académicos para alcanzar con éxito ese objetivo?… ¿Hasta dónde deben llegar esas casas de estudio para ofrecer una enseñanza de calidad?… ¿Deben actuar para conseguir apoyos que les permitan tratar de cumplir esa responsabilidad o sentarse en una poltrona
a esperar que les llegue el dinero que se les asigne desde un escritorio?
Le diré el porqué de estas interrogantes, con un caso ajeno, pero a la vez cercano a Tamaulipas.
Ayer, tuve la oportunidad de presenciar parte de “Despierta”, un noticiero televisivo matutino. En él, como es costumbre en esa emisión los conductores ponían todo su esfuerzo, digno de mejor causa como decía el maestro Alfonso Pesil, en manchar la imagen de una universidad. En este caso, de la Autónoma de Nuevo León.
El motivo de esa acometida, auténticos señalamientos por supuestos actos de corrupción, era que la institución desarrolla actividades propias en diversos terrenos para agenciarse recursos que dentro de la autonomía que aplican sirven para mejorar sus programas de estudio mediante mayor infraestructura, mejores sueldos a maestros, contratación de investigadores y en gran medida, para ser un apoyo asistencial en la Entidad. En concreto, denunciaron que PRODECON le otorga contratos a esa universidad, sin licitación dicen ellos, para hacer trabajos “hasta de albañilería”.
No sé qué opine usted, pero yo le aplaudiría a la UANL si me lo permitieran. Y a cualquier otro plantel como la misma UAT –la cual ya ha incursionado en esas tareas– que no le importara hacer un esfuerzo extra para beneficiar a sus alumnos, a su academia y a su Estado.
Sin embargo, el señor Carlos Loret de Mola y acompañantes querían sangre. Las preguntas formuladas a la Secretaria General de esa escuela superior, Carmen de la Fuente García, nacieron de virtuales acusaciones, bajo esa enfermiza premisa de que todas las acciones institucionales deben oler mal y deben estar sujetas a sospecha.
La funcionaria aclaró las dudas y en un arranque de franqueza, soltó una frase que fue lo más criticado: “Construimos puentes, elaboramos sistemas, hacemos carreteras y te puedo decir que hasta vendemos vacas…”
Y se armó el escándalo de vecindario en “Despierta”.
¿Qué diablos tiene de malo que una universidad salga a buscar recursos porque las asignaciones presupuestales no son suficientes?
¿Qué no deberían ser las universidades uno de los proveedores más confiables para cualquier solicitante de servicios en lo relativo al aspecto técnico y de nivel de confiabilidad?
¿Por qué intentan coartar mediante propuestas de prohibiciones expresas a universidades para participar, el derecho de una institución de ese tipo a mejorar sus servicios escolares y la preparación de sus futuros egresados?
Y todavía el experto financiero –así es como lo han presentado– Enrique Mercado, suelta un dictamen doctoral: “Una universidad no puede vender vacas”. ¡Por supuesto que puede!… la diferencia es que no debería hacerlo si los fondos que les asignan fueran los necesarios para enfrentar el explosivo crecimiento de sus matrículas escolares.
Y ya no sigo con el tema porque una vez más, como dice Catón en sus divertidos conceptos, ya me estoy “encaboronando”…
LA FRASE DE HOY
“Tal vez si le decimos a la gente que el cerebro es una aplicación… ¡empiecen a usarlo!…
Atribuída a la genial Mafalda (te extraño Quino…)
Twitter: @LABERINTOS_HOY