La vida nos envuelve, es como si un círculo ascendiera sobre nuestros cuerpos y nos empujara a la luz. Y no es que seamos santos y que la luz irradia porque los círculos son como embalajes de la luz, esa luz que baña nuestra Fe.
Un año más de estar juntos, de compartir los ideales cotidianos, de querer a la familia y sentir la motivación de los hijos.
Nos envuelve la esperanza pero no como inactividad, esperanza de fuerza de vida, de compartir alegrías sobre las penurias y de ser para todos, para quienes amamos y hemos escogido en el proyecto de vida. 34 años de matrimonio es un festejo de vida, de existencia, de tolerarse, de conjuntar sueños e ilusiones en un mismo camino.
Nada fácil la tarea de vivir, porque es un trabajo del corazón y del alma, esa dualidad que nos hace humanos espirituales.
Por eso este hoy, este ahora hilvanado por los años quiero festejarlo con Lucila, mi mujer, que contra viento y marea, estamos en el surco húmedo que nos brinda la vida. El universo cotidiano de la esperanza viva, que aletea, que baja, que sondea sobre los pliegues del amor.
Se va en círculos porque se forma un árbol, que recibe rayos, truenos para que venga la lluvia, para que salga el sol, para que peinen las nubes los afectos de quienes nos rodean, nuestras hijas, mis nietos y nietas, los amores que confluyen a la sombra del árbol, el vigoroso árbol del amor.
Hoy levanto los brazos, y toco con el cielo los frutos. No hay amargura, no hay dolor en las manos, hay eso sí, la vida dibujada en las manos que intuyen y adivinan un mañana mejor. Porque mi Fe está en la sombra de un árbol esplendoroso donde los rayos del sol bocean todos los días las cosas bellas de la vida, que son muchas. Esos frutos que prenden a las ramas son los frutos de Dios, de este día, un año más de estar juntos…