Ciudad de Dios es una película brasileña de los noventas, notoriamente influenciada por Los Olvidados de Luis Buñuel. Aclamada por la crítica, principalmente por la crudeza de sus escenas, muestra la realidad que viven las miles de personas que habitan una de las favelas más peligrosas de Río de Janeiro.
Las precarias condiciones dominantes –pobreza extrema, hacinamiento, carencias de lo mas mínimo-, la ausencia de las autoridades en todos los ámbitos, la impunidad, la corrupción y el abuso del poder, propiciaron un ambiente de violencia que deshumanizó y acostumbró a vivir fuera de la Ley, sin respeto al semejante, a una buena parte de los habitantes de esas zonas marginadas.
En la película se aprecia también como surgió y se multiplicó la descomposición social y se generaron los mecanismos de exclusión social que encontraron en las favelas la manera de contener a las miles de personas que llegaban provenientes del campo o de las zonas afectadas por las inclemencias del clima, hambrunas, o la simple miseria sin invadir ni contaminar las zonas exclusivas reservadas para los ciudadanos privilegiados por la buena fortuna.
Sobre todo, La Ciudad de Dios desnuda a un Estado que aplica criterios selectivos para beneficiar a sus patrocinadores, a sus cómplices, al grupo social privilegiado por el poder y la riqueza y que relega, margina y aplasta a ese sector mayoritario pero más vulnerable de la población, sin reparar en el daño tremendo que se ocasiona al tejido social, con sus consecuencias de injusticia, violencia e inseguridad.
Esa es la constante en la famosa película teñida por la sangre y con olor a pólvora quemada. Una tierra de nadie regida por la Ley del hierro,
criminales de origen humilde que amasaron grandes fortunas en la delincuencia organizada, una estructura social vejada, lacerada, reducida y olvidada por la autoridad.
Una autoridad que lejos de atajar los factores que originaron ese ambiente, prefiere aniquilar (por la vía más fácil) y llevarse de por medio a víctimas y victimarios.
El sabor más amargo que deja la película del brasileño Fernando Meirelles es la misma que deja la de Luis Buñuel: que todo se debe a la miseria y a un Estado incapaz y omiso a la hora de atender las necesidades de su gente.
Y más amargo es que las dos películas se realizaron hace casi medio siglo y siguen siendo la descripción de una realidad vigente.
Realidad parecida a la que se vive en algunas ciudades mexicanas. Algo hay de similar, por ejemplo, entre lo que era la Ciudad de Dios y los sucesos estremecedores que de repente sacuden a ciudad Victoria. Días de enfrentamientos entre sujetos armados, ejecuciones, asesinatos a sangre fría y el terror como constante.
Una sociedad acostumbrada a la violencia como fenómeno común por lo recurrente, y más allá de la impresión generada por el suceso, en el imaginario colectivo predomina cotidianamente una interrogante: ¿ahora quién fue la víctima?
Casi siete años después que ciudad Victoria quedara marcada como la capital de la violencia, la población se ha vuelto inmune o por lo menos indiferente al daño, a vivirlo pero sin sufrirlo. Aunque lo único que nadie puede negar es que las malas noticias nos siguen estremeciendo.
Tal como lo dice el narrador en la historia de la película: “Otro día en la ciudad de Dios…”
Una frase que muchos ciudadanos se repiten al final de cada jornada llena de sucesos violentos y de sangre derramada, en una Ciudad Victoria acosada permanentemente por el hampa.
Los números: la otra historia de terror…
Históricamente, las ciudades de las frontera se coronaban como las reinas de la violencia. A lo largo de dos décadas mantuvieron sus cifras de homicidios constantes, mientras el resto del estados registraba cifras muy inferiores..
Nuevo Laredo, Reynosa y Matamoros, las tres urbes con los cruces fronterizos más importantes, mantuvieron también sus cifras de homicidios por encima de lo normal en comparación con otras partes del estado como Victoria y la Zona Sur.
La entonces tranquila capital tamaulipeca nunca tuvo un significativo repunte de violencia pero partir de 2009 que las cosas cambiaron. De ser el santuario de políticos, caciques y narcotraficantes, se convirtió en botín y campo de batalla de grupos delictivos que hasta la fecha la mantienen como la ciudad más peligrosa del estado.
Y aunque Laredo ha tenido años atípicos, como en 2012 que registró más de 500 homicidios dolosos, Victoria ha mantenido una constante en el número de homicidios.
Pero 2016 fue el año más duro, con más de 156 homicidios dolosos, y lo más preocupante, que fueron con arma de fuego.
Falta aún contar el año atípico de 2012 como el que más homicidios dolosos registró la Capital del Estado, más cuando el móvil del delito no se encuentra bien definido en las estadísticas gubernamentales.
Indagar en cada caso es descubrir meses de terror de muerte sangrientas o en su efecto, el drama que vivieron municipios como el de San Fernando en donde la tierra literalmente se tragó a las personas.
Habrá tiempo y espacio para explicar más a fondo el tema…
Azcárraga y López Obrador
Fernando Azcárraga López es un comunicólogo egresado de la Universidad Iberoamericana. Su padre fue hermano de Emilio Azcárraga Vidaurreta, el fundador de Televisa que heredó su imperio a su hijo Emilio “El Tigre” Azcárraga, quien a la vez cedió la estafeta a Emilio Azcárraga Jean.
Fernando se debe a Televisa, es un hombre-televisión, ha sido dos veces alcalde de Tampico y desempeñó cargos públicos diversos, unos importantes, otros de poca monta.
El viernes posteó en Facebook que renuncia al PRI y aunque no lo dice, se sabe que emigra a Morena y se alinea con la candidatura presidencial de Andrés López Obrador.
Fernando quiere reincorporarse al presupuesto y entonces se entiende que emigre a Morena porque sería un iluso si pretendiera hacerlo por el PRI que cada vez está más cerca de la extinción.
Un Azcárraga en Morena no deja de sonar extraño si queda claro que el principal representante de la corriente antitelevisa es López Obrador.
¿Qué otras cosas veremos en el proceso político que se avecina?
Falta el filósofo de Güémez para que nos explique en su lógica del absurdo lo que ahora está pasando.
Regresar del ostracismo
El sexenio pasado fue duro para gran parte de la clase política priista que a pesar de mantenerse diezmada, va recuperando los espacios con el aire que últimamente tomaron.
Durante seis años se mantuvieron vetados por un grupo político que emanó de ellos mismos pero que después los relegó con el pretexto de las circunstancias en las que llegó al poder su líder el ex gobernador Egidio Torre Cantú.
La persecución que emprendió Egidio en contra de algunos de ellos, y la virtual “muerte política que se les decretó, los dejó técnicamente inhabilitados. La mano dura que Felipe Calderón tuvo con su actitud visceral, sirvió también de apoyo para acabarlos, aún cuando su pasado político en el poder era tan reciente.
Pero ahora las reglas del juego cambiaron. El grupo político que recién salió del poder le entregó la estafeta a la oposición y aunque desde el centro les han tenido las consideraciones pertinentes, en el estado cualquier ambición política priista ha quedado sepultada.
La división en otros grupos ayudó entonces a que los exiliados quisieran regresar a su tierra para operar, bajar recursos y comenzar con un proyecto con miras al 2022.
Ya tienen a gente de su grupo en el poder, los quieren mantener, y desde ahora afilan sus sables para iniciar la batalla de las batallas en busca de recuperar la hegemonía en el partido… y si se ponen vivos en el estado.
Lo único que los podría hacer chiquitos sería algún toletazo proveniente de la Unión Americana…
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