Quien recientemente haya transitado de la CDMX a Toluca podrá apreciar, además de la ausencia de 37 mil árboles tirados para hacer una carretera de peaje, que el nuevo tramo de paga ni descongestionó el tramo Marquesa-Lerma, ni supone una gran ventaja para aquellos que deciden irse por los carriles de cuota.
Quienes han transitado por ahí desde que el presidente Enrique Peña Nieto inaugurara en julio pasado esa vía concesionada, tienen claro que la carga vehicular es más o menos similar tanto si se pagan cuatro pesos por cada uno de los doce kilómetros, como si no. Más carriles no hacen gran diferencia.
Este caso, nada científico ciertamente, ilustra la paradoja que vivimos con respecto a las gasolinas.
Hace unas semanas, cuando el presidente de la República defendió en Los Pinos ante periodistas la liberalización del precio de la gasolina, los colaboradores de Enrique Peña Nieto presentaron estadísticas sobre la (bajísima) producción de energéticos en nuestro país y el (altísimo) consumo de gasolina en México.
Ese día explicaron que los mexicanos tenemos una fuerte adicción a la gasolina: a nivel per cápita somos el cuarto consumidor mundial de ese combustible, sólo detrás de Estados Unidos, Canadá y Australia. Ganamos ese lugar al consumir 362 litros al año (datos de 2013).
¿Quién gana con ese consumo? Varios, mas no el ciudadano. ¿Quién pierde con ese nivel de consumo? A final de cuentas, todos.
Mi colega Bárbara Anderson publicó antier que a la par del gasolinazo, en el primer bimestre de 2017 las ventas de autos tuvieron su mejor nivel en once años: crecieron 4.7 por ciento contra el mismo periodo de 2016. Y eso que, explicaba Anderson, el año pasado ya había sido un buen ciclo para las automotrices. Febrero fue el mes que batió los récords, y el aumento en ventas fue aun mayor si sólo se toma en cuenta el rubro de los autos ligeros.
Los concesionarios creen que por lo pronto esa tendencia seguirá. (http://bit.ly/2mFGziP)
Es natural pensar que algunas de esas unidades serán más ahorradoras en cuanto a consumo de gasolina, pero las estadísticas son claras: hay, y habrá más autos.
Un factor que podría cambiar eso sería un gobierno con una política de movilidad distinta. Uno que creara nuevas y efectivas redes de transporte masivo en las zonas metropolitanas –con la consecuente desarticulación de los pulpos de peceros– y desarrollara un sistema de trenes interurbanos.
Ese hipotético gobierno carecería de incentivos para tal aventura. Incluso si la actual administración no hubiera llevado al país a niveles de deuda inéditos en 20 años (leer a Jorge Suárez Vélez http://bit.ly/2mJZaYJ), incluso si hubiera dinero para invertir en sistemas de Metro y trenes, un gobierno como el actual no diría adiós porque sí a los casi 260 mil millones de pesos que este año le aportarán las gasolinas en impuestos especiales.
De ahí que resulte lógico que obras como el tren suburbano en la zona metropolitana nunca haya sido apoyado con conectividad e infraestructura urbana: el gobierno gana más con concesiones de peceros (a los que además usa políticamente) que con trenes o Metro.
El actual gobierno tuvo en el gasolinazo lo que otras administraciones vivieron con macrodevaluaciones: su proceso más doloroso, y acaso irrecuperable, de desprestigio. Pero a cambio obtendrá mucho dinero. Y más si las ventas de autos siguen aumentando.
Esta administración –y seguramente la que siga–, y nosotros como sociedad, estamos atrapados en un laberinto lleno de gasolina, modelo que encima genera contaminación y congestionamientos.
Así que no sólo es el gobierno: el gasolinazo lo hacemos todos.
Twitter: @SalCamarena