Lo confieso: Soy un firme creyente de la fe católica. Me alimentaron con ella el espíritu desde niño y abuelas y padres me enseñaron a depositar mi confianza en Dios, santos y vírgenes. Aún lo hago.
Pero cada día me es más difícil hacer lo mismo con quienes la representan. Sus sacerdotes, para ser más claro. Y más aún con sus dirigentes.
Ayer las circunstancias hicieron evidente una vez más ese dilema, al publicar la Arquidiócesis de México el artículo “Hediondez del Poder” en su semanario “Desde la Fe”, en donde asienta que las capturas de Javier Duarte y Tomás Yarrington, ex gobernadores de Veracruz y Tamaulipas respectivamente, demuestran –dice a la letra– “la cloaca de corrupción que somete a México, donde la impunidad es el principal ingrediente”.
En el texto citado satanizan –nunca mejor aplicado el término– la falta de transparencia, el autoritarismo, los pactos del poder, el manejo obsceno del dinero ajeno y las ambiciones voraces, que de acuerdo a ese boletín caracterizaron a ambos personajes.
Ciertamente no falta a la verdad esa jerarquía eclesiástica en sus aseveraciones. Punto por punto, dan en el blanco, pero tengo una observación por la cual le pido al Altísimo me perdone al plasmarla en este espacio.
Si cerrara los ojos por unos momentos y escuchara las acusaciones de los jefes católicos del país en boca de ciudadanos comunes sin saber a quiénes van dirigidas, podría pensar –persignación de por medio– que los mismos cargos podrían imputársele a quienes controlan la religión con más creyentes en el mundo. La misma que, conforme a expertos en la materia, posee una fortuna con la cual podría resolverse dos veces la pobreza en el mundo.
Repáselos si puede o quiere. Desde la falta de transparencia hasta las ambiciones, son prácticamente los mismos vicios. El autoritarismo interno y el manejo discrecional del dinero de los fieles son pan de cada día. Y a si a eso se añaden los procesos a curas violadores y pedófilos que han quedado impunes, no encuentro la calidad moral de estos modernos señores de la Inquisición, cuando también pisan terrenos pantanosos.
Por Dios, si durante los mandatos de ambos políticos –y de los que aún están en el poder– prácticamente todos los obispos, vicarios y sacerdotes se beneficiaron y lo siguen haciendo con limosnas suntuosas, remodelaciones de templos, apoyos a seminarios y acuerdos soterrados entre los poderes del cielo y de la tierra. Vaya, Tamaulipas es un catálogo de esas acciones. Y nadie dijo “pío” en esos días.
En resumen, me parece magnífico que la Iglesia, mi Iglesia, se muestre intolerante con la corrupción y que clame por justicia para que esos pecadores paguen sus culpas. En verdad me alegra esa postura.
Pero me alegraría también que antes de eso, también pidieran perdón a Dios y a la sociedad por sus colusiones, complicidades y oscuras relaciones bajo la mesa con los mismos que ayer ensalzaron y hoy casi quieren crucificar.
Y que Dios me perdone, si me alcanza su generosidad, por dudar tanto de sus representantes…
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