El escándalo de un nuevo acto de corrupción, ahora de la familia del presidente del PAN, el joven Ricardo Anaya, ha provocado otro cisma al interior de la cúpula de ese partido. Basta ver las caras largas de la élite que lo acompañaron a la conferencia de prensa, donde por obvias razones, el joven Anaya se deslindó de tal acusación que apareció en el periódico El Universal.
El argumento de defensa es clásico: la amenaza por vía telefónica y el anonimato que ésta representa.
Lo interesante de este caso es ver las caras largas de los panistas alrededor del líder nacional para que uno se dé cuenta del hastío que les provoca ese tema y lo vergonzoso que les resulta tener que ponerse al frente para salir en los medios a dar la cara.
Bueno pues, al menos eso es posible.
La imagen de todos ellos, es, aparte de lastimosa, patética. No podemos saber qué piensan, pero es de imaginar que la recurrencia del tema de la corrupción no les gusta, al contrario, los incomoda y ya les preocupa que su líder nacional esté dando pie a que surjan ese tipo de cuestionamientos.
Pero lo más grave de este hecho es que en esa relación de miembros del PAN que acompañaron al joven Anaya, hay desde ex secretarios de Estado, ex gobernadores, ex senadores y ex diputados federales y alguno que otro colado que no registra algún cargo de elección popular, pero al final de cuentas, es la superioridad del PAN, vaya, la crema y nata del panismo nacional.
Y eso lo dice todo.
Da pena la cara compungida de Santiago Creel, ese personaje que aun con el apoyo de Vicente Fox y de la influyente Martha Sahagún, no pudo vencer a Felipe Calderón para obtener la candidatura a la presidencia de la República por su partido. Ante ese suceso, fue medido, juzgado y sepultado. Ahora juega un papel de risa, por no decir de lástima.
El resto de su historia, ya la sabemos.
Los rostros marchitos de Bravo Mena, de Ruffo Appel y de Gustavo Madero entre otros, lo dicen todo: tristeza y vergüenza y desaliento al futuro.
Pero, bueno, la gente bonita del PAN sabe y sabe bien que el joven Anaya ha dado pie para que se le señale con amplitud y perciben que es cosa delicada.
Ellos saben, porque son gente consciente, que el aumento de la fortuna de sus familiares ha sido vertiginosa y que con la filtración del crecimiento de tantas propiedades, está tocado de muerte para su candidatura del 2018.
Eso al margen de los demás sentimientos, los incomoda, preocupa e inquieta y más por las risotadas silenciosas de Margarita, quien le disputa la candidatura a la presidencia de México, a pesar que desde las redes sociales publicó su solidaridad al joven Anaya “ante los ataques injustos a su integridad”.
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Vaya pues, ¿usted le cree? Yo tampoco.
Luego entonces, es de considerar que la nomenclatura del partido azul no tardará mucho en analizar a profundidad el caso. Ya el escándalo de la vida de lujo en la ciudad de Atlanta del joven Anaya dejó una constelación de dudas sobre su honorabilidad.
Dígase lo que se diga y pésele a quien le pese.
Quiero pensar que todos ellos, los de las caras largas, recuerdan a plenitud que en febrero del 2010, la periodista Ana Lilia Pérez, publicó el libro:
Camisas azules, manos negras, donde da fe de los múltiples actos de corrupción de César Nava, quien fuera presidente del PAN en épocas de Calderón. En ese libro también se señala al campechano, Juan Camilo Mouriño, (QEPD) como otro de los beneficiarios de los saqueos a PEMEX.
Todo esto en el régimen del presidente de la “mecha corta”.
Observé la fotografía de la conferencia de prensa y me remonté al episodio histórico conocido como “los burgueses de Calais”, dentro de la guerra de los 100 años, donde el monarca inglés, Eduardo III, sitió la ciudad de Calais y ante la inminente derrota, los lugareños decidieron capitular. Para no arrasar al pueblo entero, el Rey pidió que 6 ciudadanos de Calais se presentaran ante él, ataviados con solo una camisola y una soga al cuello en señal de sumisión total. La cosa termina en que el hombre más acaudalado de Calais, decide, junto con otros 5 de su mismo rango, sacrificarse y acudir a la cita, considerada como una muerte segura. Gracias a la esposa del monarca, les perdonaron la vida.
Augusto Rodin esculpió la lúgubre escena a petición del ayuntamiento de Calais en 1884 y antes, “El Pensador”.
Vaya contraste: eso de los burgueses, pensando.