El reloj despertador sonó exactamente a las 05:30 horas.
En cuanto escuchó el estridente sonido de las bocinas del radio reloj despertador digital, el joven Anaya abrió sus diminutos ojos de color azul y volteó para ver las luces verdes incandescentes del aparato colocado sobre el buró a su lado. Estiró su brazo y pulsó hacia abajo el botón de apagar y de un salto se levantó de la cama.
Después de una visita obligada al baño y de cepillarse los dientes como le enseñaron desde que era niño en casa de sus papás, se dirigió al vestidor y tomó uno de los tantos “pants” finos y de marca que su esposa le compró en uno de los “mols” de Atlanta, Georgia, para hacer ejercicio.
Aun en la penumbra, salió de su departamento e inició la carrera matutina de 45 minutos. Cuando el reloj de pulsera que le regaló su suegro especialmente para medir el tiempo y su ritmo cardiaco le avisó que había concluido su rutina, regresó para darse una ducha, vestirse con el atuendo que su coordinador de imagen le recomendó y salió con su chofer rumbo con a las oficinas del PAN ubicadas en la colonia del Valle, en el Distrito Federal.
Al llegar con desgano se sentó en la silla giratoria nueva y de piel que había mandado cambiar para evitar las vibras negativas de su antecesor. Luego, por un momento se acordó sin el menor remordimiento que le habían quedado mal en todo lo que se había comprometido.
Se sacudió la cabeza para dejar pasar los malos pensamientos y comenzó a leer la nota que su secretario le dejó sobre el escritorio y sintió un fuerte sacudimiento que lo dejó helado: “Señor, le informo que el periódico El Universal trae en primera plana una desagradable noticia que señala actos de corrupción de su suegro y otros familiares. Me tomé el atrevimiento de avisarle al secretario de prensa. Espero instrucciones“.
Irritado rompió el papel en varios pedazos y le llamó a su secretario general por el teléfono interno.
-¿Ya viste El Universal?
-Sí. Estaba esperando que nos viéramos para determinar qué respondemos. Voy a tu oficina.
-¿Has pensado algo? Le preguntó al tenerlo frente a él.
-Bueno, lo importante es que te defiendas. No debemos dejar pasar una acusación tan seria contra el máximo dirigente del partido, aunque fueran verdad los hechos que se señalan.
El joven Anaya evidenció su preocupación y enojo dándole la espalda a su subalterno y fijando su vista hacia los edificios esparcidos por la ciudad. Al poco rato, volteó hacia su compañero y fijó la mirada en sus ojos.
-La alianza que he construido con los 2 partidos nos va a permitir doblar a quien me acusa, que no es otro que la oficina de prensa de la presidencia.
-Ya sé para dónde vas y es muy serio lo que propones. Nos van a saltar los detractores que tenemos, tanto de adentro como de afuera.
-¿Y luego?
-La señora va a pedir tu salida. Hará hasta lo imposible para desacreditarte. Dirá que debes renunciar por la desunión que estás provocando. Ya sabes que atrás de ella está el expresidente.
-Sí, lo sé. Pero el Partido soy Yo y Yo soy el partido.
-Eso es lo mismo que se dice del Mesías Tropical.
-Si vuelves a compararme con ese loco, te vas a tener que ir de aquí. No tolero dudas de mis más cercanos colaboradores. Así que ya estás advertido.
El mutismo reinó entre ambos. En el fondo ambos sabían que se necesitaban para lograr sobrevivir en lo que consideran que la política era: una jungla.
-Convoquen a una conferencia de prensa. Primero diremos que me amenazaron por teléfono, luego contestaremos el embate para llegar a lo medular: secuestrar al congreso. Ahí no van a poder. Tenemos la cantidad de votos necesarios para asaltar al congreso y paralizarlo si es necesario.
-¿Y dónde queda el partido?
-Pareces idiota. Ya te dije que el Partido soy Yo y Yo soy el partido.
-Sí, tienes razón.
-Pues, sí, aunque te duela.