CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Victoria, cómo decía la Maestra Altair Tejeda de Tamez, en uno de sus escritos dominicales, no es una ciudad que requiera ser conquistada, es una ciudad que conquista.
Ahora que vuelve a abrir sus ojos en espera del 267 aniversario se antoja viajar en el tiempo, a través de los ojos de sus mujeres.
Comenzaremos en los años treinta, cuando la dramaturga victorense Altair Tejeda, encantada por las letras alquilaba junto con sus amigas novelas en la biblioteca que estaba en el segundo piso del edificio de “La Primavera”.
Por esos años, se escuchaba por todas las calles de Victoria la canción “Desesperanza” de Gonzalo Curiel, cuya letra decía: “Te llegué a querer mucho, insospechadamente, ni yo mismo me explico el modo de adorar”, famosa también con el trío “Los Soberanos”.
Las señoritas de entonces platicaban de los primeros amores a un costado de la acequia que partía del Paseo Méndez, las niñas como Isabel Arreola “La Bibi”, jugaba con barquitos de papel y lo mismo confesaba en ocasiones la Maestra Carmen Olivares, quien recorría esa hermosa calle arbolada que ahora las nuevas generaciones sólo distinguen como “Libre 17”.
Esa majestuosa calle se iluminaba con la luna en las noches de verano, debemos mencionar que cuenta con adoquín, hasta nuestros días gracias a las gestiones de la bella Felisa Licona Collado de Higuera, la querida Cucú Licona, la activista de Victoria, que detuvo la creación de la Comisión Federal de Electricidad en donde ahora se ubica la Plaza de la República frente a la escuela Leona Vicario, y seguro recordará usted que también defendió a las palomas de la plaza.
Pero no olvidemos a las urracas, que inspiraron también a Lupemaría de la Garza de Pedraza, en aquel poema: “Las Urracas de Ciudad Victoria”
Y el tiempo que vuela y volando pasa, todo lo transforma, donde el palomo murió, hay una iglesia, donde la urraca murió, hay una plaza.
Y yo no sé como llegó a las urracas esta triste historia; pero desde entonces, viven en la plaza de Ciudad Victoria. Y cuando en la iglesia doblan las campanas llamando al rosario, vuelan enlutadas, sobre el campanario.
(Fragmento)
Con el tiempo otras generaciones también hablaron de los corazones emocionados y corazones rotos por la avenida del 17, Francisco I. Madero, otros se rompieron ahí mismo, entre vuelta y vuelta por el rol del 17.
Pero volviendo a la pasión de la Maestra Altair por Victoria, se debe mencionar aquellos versos que dejo por encargo completar a Carlos Avilés…
“Dulcísima Victoria, de Cabello Esmeralda
Falda de Bugambilia, blusa de Flamboyán
Que te sientas rendida en tu silla de palma
Cuando en la tarde vienes del viejo Tamatán”.
Victoria en los años treinta era una pequeña ciudad que todo lo tenía, por la calle Zaragoza, estaban los abarrotes de Modesto, un chino, de los tantos que detonaron la economía en México.
Las tiendas existían, pero también se vendía por las casas la verdura, la leche, pues había 38 vendedores de leche bronca y en ocasiones hasta la carne llegaba a la puerta del hogar.
Antes de esos días en 1920 el servicio de recolección de basura funcionaba con veintisiete carretones, los dueños de esos carretones no pagaban impuesto alguno, pero recibían a cambio el pago por su servicio que se utilizaba también para alimentar las mulas que los jalaban.
Victoria era la ciudad limpia, la ciudad verde, porque se dice que sus habitantes eran amantes de las plantas y de los animales, por eso tal vez existió en 1923 “una jardinera”, propiedad de Petra Ortíz, era un coche de pasajeros con plantas en su interior, así lo narra Vidal Covián Martínez, quien fuera Cronista
de la Ciudad allá en la década de los noventa.
Victoria la ciudad de las mecedoras, de los raspados, de las urracas, de los pregoneros, de las bandas del swing, de sus teatros, y sus estrellas, las estrellas como Altair.
¡Feliz 267 aniversario Victoria!