CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- En el mes de febrero de 1917, Esteban Núñez se encontraba en Ciudad Victoria trabajando como escribiente del juzgado instructor militar, adscrito a la 5ª división de esa ciudad, con el grado de capitán 2º asimilado, cuando llegó la noticia de que traían preso de la Ciudad de México al general Alberto Carrera Torres, lo cual lo puso en tensión, pues pensó que sería consignado al juzgado en donde prestaba sus servicios, como así fue, pues el día 13, a las diez de la mañana se presentó una escolta al juzgado trayendo entre filas a Carrera Torres.
El oficial que mandaba la escolta entregó al juez un oficio y con él al prisionero. El juez, enterado del oficio, ordenó al secretario acusara recibo y diera la orden de detención para el jefe de la penitenciaría, edificio que en aquella época se encontraba al norte de la calle Matamoros, entre los números 5 y 6 de Ciudad Victoria.
Alberto Carrera vestía traje civil de color azul oscuro, portando sombrero bombita y apoyándose en un bastón; usaba anteojos pues era miope. El teniente coronel Margarito Guerrero Fuentes, quien era el juez instructor militar, y el capitán 1º José Castro Muñiz, el secretario, se encerraron en el despacho para iniciar el proceso, llamando a uno de los escribientes. El juez conservó el proceso en su escritorio con llave y ellos personalmente se dieron a practicar las diligencias, trasladándose varias veces a la prisión para tomar declaración al preso, que se encontraba en la crujía número 1. Como se había ordenado, el proceso debía instruirse en la vía sumaria.
La jefatura de la plaza nombró al personal del Consejo de Guerra que conocería el proceso, reuniéndose la noche del 15 de febrero e instalándose en el local que ocupó tiempo después el H. congreso del Estado (frente a la Plaza Hidalgo). Fue presidente del consejo el coronel Julio de la Llata; fiscal, el teniente coronel Porfirio Flores y defensor, el teniente coronel Agustín Aguirre Garza. Entre los vocales estaban el teniente coronel Tiburcio Quilantán (originario de Jaumave) y Faustino Torres, que habían combatido en contra de Carrera Torres y le tenían rencor.
A los escribientes se les ordenó estar formados en el lado izquierdo de la plataforma en donde estaba instalado el Consejo, encontrándose en el presídium el juez y el secretario. Había allí también algunos jefes que concurrían como testigos y unas señoras viudas de vecinos de Jaumave a quienes Carrera había mandado fusilar; las cuales declararon en su contra.
El General ocupó poco al defensor, pues él personalmente se defendía. Durante las fases del consejo, Carrera se mantuvo sereno y contestaba con entereza las diversas preguntas que se le hacían o explicaba por sí solo lo que estimaba conveniente, habiendo durado la instrucción de las nueve de la noche hasta cerca de las dos de la mañana del día 16.
El coronel Rodrigo Flores Villarreal, viejo revolucionario, increpó a Carrera Torres sobre algunos incidentes de la campaña en el camino de Victoria a Tula, a lo que el general, con cierta ironía contestó más o menos así:
“Sí, usted fue uno de los que correteamos en Jaumave”.
A lo que el coronel Flores replicó con palabras malsonantes, siendo motivo para que el presidente del consejo, sonando el timbre les llamó la atención, ordenándoles guardar compostura. Terminada la instrucción, el personal del consejo se retiró a deliberar, quedando el prisionero sentado en el banquillo custodiado por una escolta. Durante este tiempo se le vio entero, consultando algunos papeles que sacaba de la bolsa del pecho del saco, pidió agua y conservó su estado ecuánime, fijando su vista varias veces en la gente que rodeaba la plataforma. Varias veces se paró a descansar y ver al público que llenaba el salón: gente de todas las clases sociales, especialmente militares.
Reanudado el consejo, el presidente dispuso que el público se pusiera de pie y el juez instructor diera lectura a la sentencia, la cual fue la pena de muerte. Sería pasado por las armas por varios delitos, entre ellos el de traición a la causa constitucionalista. El General escuchó sereno la sentencia y contestó inconformándose con ella, alegando incompetencia del Consejo y pidiendo revisión ante la jefatura de la plaza. Se iba a dar por terminado el acto, cuando el prisionero se adelantó ante la mesa del consejo y dijo:
“Señor presidente, deseo poner algunos mensajes a personas a quienes necesito hacerlo y pido a usted se sirva proporcionarme un escribiente, como veo entre la fila de la izquierda al señor Esteban Núñez, le ruego si no tiene inconveniente, que él sea la persona que se me proporcione”.
El juez le concedió la petición al prisionero.
Lo primero que le preguntó Carrera al escribiente fue que cómo me encontraba allí, informándole éste que desde 1916 trabajaba en el juzgado. A Alberto le dio gusto encontrar un amigo en los momentos más críticos de su vida, “pues estos me fusilan”, le dijo.
El prisionero le dictó cuatro telegramas; el primero a don Venustiano Carranza, primer jefe del ejército constitucionalista; el segundo a la señora Virginia Salinas de Carranza, esposa de aquél; el tercero al general Cándido Aguilar (yerno de Carranza) y el último al general Cesáreo Castro. A don Venustiano le pedía indulto en nombre de la revolución y de la sangre de Madero y Pino Suárez, y a los últimos pedía que intercedieran en su favor ante el primer jefe. Habiendo terminado de dictárselos, metió la mano al bolsillo del chaleco y como no encontró dinero para pagar los giros postales, el coronel Juan E. Richer, jefe del estado mayor de la jefatura de la plaza, sacó algunas monedas y mando al escribiente a la oficina de correos.
Carrera dio las gracias al coronel; eran las cinco de la mañana. La oficina de telégrafos estaba ubicada en esa fecha en la esquina noreste del crucero formado por las calles de Matamoros y la del 9, allá se dirigió Núñez a toda prisa, casi corriendo para evitar que alguien lo siguiera, pues podían sabotear las cartas del prisionero. Regresó y entregó a Carrera los recibos y el cambio al coronel. El reo y el escribiente platicaron todavía algo más. Esa fue la última vez que lo vio con vida. Ese mismo día 16 por la tarde, como a las cuatro, se dispuso el fusilamiento, pues la jefatura de la plaza no estimó las razones expuestas por el general, ratificando por consecuencia la sentencia del Consejo.
Fue jefe del pelotón ejecutor, el coronel Tiburcio Quilantán, quien le tenía rencor, fue él que le dio el tiro de gracia. Sus prendas, el bombín, bastón y anteojos, los recogió la familia Legorreta, además proporcionó la caja para inhumar el cadáver, habiendo dado fe de su muerte entre otros médicos el Dr. Cipriano Guerra Espinosa, quien concurrió más tarde al juzgado del registro civil para levantar el acta de defunción.
El gobierno de Tamaulipas lo acuso de…
En telegrama fechado el 20 de enero de 1916, un año antes del fusilamiento, el general Raúl Garate, gobernador interino de Tamaulipas, con un odio propio del resentimiento político, se refirió a Carrera Torees de la siguiente manera:
“Infidente revolucionario, molinero sin principios ni bandera, en periodo mayor de cinco años devastó y asoló municipios del Cuarto Distrito del Estado causándoles la ruina; asesinó personalidades sin justificación alguna”
Indicando también, que tras recibir del gobierno constitucionalista pertrechos de guerra durante la Convención de Aguascalientes, Carrera desconoció a Venustiano Carranza declarándose villista, no obstante ser advertido de su error por dicho primer jefe al ordenarle atacara enemigo que estaba en San Luis Potosí y tomara posesión e aquel gobierno estatal.
Así mismo lo acusó de asesinar en 1915 al presidente de Llera, don Lucas Hernández y a Ramón Ortodica en Ocampo y a toda una familia en Joya de Salas municipio de Jaumave.