“Los vagones abandonados pintan un Rubens y un Rembrandt salta entre la oscuridad de los viejos galerones abandonados a la usanza de los ferrocarriles de México”
Es la una de la mañana. Se escucha en el ambiente cómo pasa por la ventana la hora exacta, cómo pasa anunciada por la sombra y se queda adentro de la casa y sale intempestivamente a repetirse en el viejo reloj del campanario.
Pocas personas preguntarán la hora a esa hora, quienes lo hacen son gente apresurada o muy despreocupada. Son personas de muy noche o de mucha madrugada.
Todo está oscuro con un leve resplandor que se cuela por la rendija de los ojos. Sobre las vías del tren se escuchan los pasos del único que camina. Los vagones abandonados pintan un Rubens y un Rembrandt salta entre la oscuridad de los viejos galerones abandonados a la usanza de los ferrocarriles de México.
Es el México abandonado por el tiempo. El pájaro negro que se quedó en el árbol. La urraca que acecha a los comensales despistados en una estación de trenes que hace 50 años agotó el boletaje. Que que anuncia su próxima salida a Marte, porque en ese espacio donde el tiempo se ha detenido es lo mismo ir que quedarse ahí a echarse unos tacos.
Sin embargo en la una de la mañana y en la sombra se emparejan los objetos planos. Los movimientos guardan silencio para escuchar los pasos. Faltan 5 horas para que pase el tren y para que amanezca en Ciudad Victoria.
Dos borrachos que iban abrazados ya se soltaron, como se les bajó lo ebrio recordaron que no son primos, ni hermanos, ni siquiera parientes lejanos, es más, se deben una lana, están peleados y se caen gordo. Pero es la una de la mañana y no hay muchas opciones. Quieren abrazarse de nuevo, pero no hayan pretexto, ni siquiera un perro cerca, para corretearlo juntos.
Adentro, dos que se despiertan se toman de la mano; afuera huye el tiempo de sus propios segundos y los minutos persiguen las horas que se van cumpliendo hasta que amanece. Los amanecidos lo han visto todo, pero dicen que no lo vieron. Y es verdad. Hay quienes a la una de la mañana ya no ven nada.
La ciudad fijó su residencia en el pasto y en la ciudadelas de lo insospechado, a raíz de un ruido, el movimiento anuncia nervioso el paso del aire por los Boulevares.
Los esporádicos automovilistas ven pasar en el vendaval los papeles tardíos a representar durante un sueño las obras de Calderón De La Barca, son papalotes sin propietario, trozos de mapas imaginarios de un forastero extraviado en su pueblo.
En el 9 Hidalgo se detenía “el sereno” y con un palo y un gancho levantaba la bombilla para que entrara el aire y apagara la lámpara que iluminaba la esquina. Gritaba: “la una y todo sereno”, y también era cierto. La crítica era que nada más andaba despertando a la raza y ni caso tenía que anduviera gritando.
Es la una de la mañana en la calle oscura. Como no hay luna y las estrellas no se miran, me voy iluminando con la bombilla del teléfono móvil. Me dan ganas de gritar: “la una y todo sereno” y con un palo levantar la bombilla para que le entre el aire y se apague la lámpara de petróleo que está en la esquina.
Pero es la una de la mañana y yo todavía estoy dormido. En la esquina tampoco hay bombilla, hace días un chiquillo con bastante puntería digna de las ligas mayores la tumbó de una pedrada y nadie supo a qué hora.
Nos vemos de rato, todavía tengo chance de dormir otras cinco horas.
HASTA PRONTO