En el mar de problemas que aqueja al país, un fenómeno me llama particularmente la atención.
Históricamente, los conflictos sociales, los reclamos de grupos o las inconformidades de un sector, siempre habían tenido una válvula de escape. El sistema había sido tan sabio en ese terreno que a trasmano lograba controlar las manifestaciones de rechazo.
¿Cómo lo hacía?
Una de las herramientas utilizadas eran los partidos llamados «de oposición», en el cual ocupaba un sitio de primera fila el de la Revolución Democrática, seguido por Acción Nacional, aunque con diferente clientela política. La plataforma de izquierda del primero, sus arengas antes incendiarias y su capacidad de movilización lo hicieron en los hechos un «apagafuegos» social, mientras que el PAN servía como desahogo para la clase empresarial y buena parte del poder religioso.
Para decirlo en lenguaje coloquial, tanto el PRD como el PAN sirvieron, hasta hace poco, como factores que llevaban a la práctica un objetivo vital en la política:
Pasar —disculpe la crudeza en el lenguaje— de un simple «desmadre» original, a un «desmadre» organizado.
Gracias al PRD —o a sus dirigentes— los conflictos de las clases populares y las desavenencias de una importante gama de los llamados intelectuales, tenían cauce, existía un camino por donde transitar para exponer reclamos y se desactivaban riesgos de complicaciones mayores.
Acción Nacional tenía otro campo de acción que era el mundo del dinero y de la alta jerarquía católica, que juntos significan una enorme cuota de poder, pero a la vez, por su perfil de oposición, también captaba disonancias y divorcios políticos.
Hoy, una nueva realidad acaba de hacerse patente en el escenario mexicano. Ninguno de los dos partidos cumple ya esa función. Para esos efectos dejaron de ser útiles.
Los acontecimientos derivados de la tragedia de Iguala lo demuestran. Acciones punitivas contra las bases azules y agresiones directas contra líderes y personajes perredistas, dejan claro que para resolver los problemas del país, el partido en el poder, el PRI, está solo.
Y no le va bien.
¿Quiénes o cuáles serán los aliados encubiertos que ayudarán a controlar ahora, aunque sea en forma maquillada, esa efervescencia si los partidos no tienen influencia y perdieron credibilidad?
Ese es el verdadero peligro que enfrenta el país.
Sin líderes, sin verdaderos ideales, conflictos como el de Iguala son una mecha encendida en un polvorín. Ya no hay bomberos panistas ni perredistas que absorban esas inquietudes y ayuden a sofocar incendios. Ni sus propios militantes confían en sus casas políticas.
Sí. Para resolver el caos, el PRI hoy está solo.
Habrá qué ver si tiene los tamaños para enfrentarlo…
UNA VISIÓN Y UN ACIERTO
Hace años, cuando el candidato priísta Luis Donaldo Colosio buscaba la Presidencia de México, acuñó una frase que se convirtió en un ícono de su efímera campaña:
«Soy producto de la cultura del esfuerzo»…
Esas palabras, que en su caso demostraban que perseguir una meta con base en el trabajo sí podía ser un éxito personal, las acabo de leer entre líneas en la plataforma de superación que impulsa el Fondo Tamaulipas entre los jóvenes. Entre los jóvenes emprendedores.
Me parece esa visión, un acierto del director de ese organismo, Jesús Alberto Palomo Valles. No hay mejor campo de cultivo que los años jóvenes, en donde se concentra la mayor parte de los sueños, los esfuerzos y el deseo de progresar.
Así que me permito formular un buen deseo:
Ojalá que Jesús Alberto no descanse en ese concepto. Porque de continuar en ese sentido, al cabo de los años ese trabajo permitirá que otra frase se escuche entre los jóvenes de Tamaulipas:
«Soy producto de la cultura emprendedora…»
Twitter: @LABERINTOS_HOY