1.- Un gran número de vehículos cargados con “pinos de navidad” circula ya por la ciudad, y los introductores de dichos árboles empiezan a llenarse las bolsas de dinero, sin que las autoridades forestales hagan nada por impedir dicho negocio. Resulta muy sospechoso que los funcionarios responsables no hayan percibido la llegada de los “talamontes”, como también lo es que no observen que nuestra sierra se está quedando calva. La versión de que los pinos provienen de Canadá o de Norteamérica, sólo es un cuento cotorro.
2.- El árbol ha sido un pródigo tema literario, y una fuente de riqueza para ciertos influyentes que han rasurado nuestros bosques. Poetas y prosistas le cantan al árbol; los hombres prácticos lo hacen objeto de concesiones. Para ciertos líricos los árboles deben morir de pie; para los magnates de la industria de la concesión forestal, el árbol debe perecer frente al hacha. El pino, el cedro, el caoba, el encino y todos los árboles son buenos para el aserradero.
3.- El árbol es un adorno inestimable de la naturaleza que ennoblece el paisaje y arrulla la inspiración, dicen los poetas; resulta un factor de buen clima, fresca sombra y lluvia fecunda, aseguran los agricultores; es mercancía de privilegio, medida y balanza de peculado, aprovechamiento sólo para influyentes, dicen el público escéptico y los periodistas desconfiados. El debate es tan absurdo como divertido. Pero líricos, bucólicos y soñadores pierden terreno, una y otra vez, frente al concesionario socarrón y aprovechado.
4.- La historia de las concesiones forestales es un alarde de fantasía infantil, mezclada con la malicia de la picaresca y el desengaño como epílogo. Antes, el pretexto preferido para obtener la concesión era la construcción de las vías férreas. Si se hubieran construido todos los ferrocarriles cuyos proyectos justificaron concesiones forestales, México tendría una red ferrocarrilera que sería asombro mundial.
5.- Después, la imaginación y la fantasía bajaron el tono. Se dejó de abrir vías al progreso con ferrocarriles que no se materializaban nunca, pero se recurrió a la amistad o al cariño personal de padrino o de compadre, para seguir medrando a costa de la reserva federal.
6.- Los árboles son sólo objeto de concesión para influyentes. Lo demás es literatura de candor rancio o juego de palabras cruzadas entre el clima, la lluvia, la técnica y la ciencia forestales. Como cada día hay menos árboles, es preciso superar los verbalismos para vestir mejor las concesiones, y presentar a los “talamontes” como promotores del desarrollo.
7.- A veces es interesante oír hablar a los “talamontes”. Bastan unas cuantas palabras para convencernos de que por amor al árbol, por necesidad común, por gloria de la técnica y hasta por justicia social, debemos establecer aserradoras en todos nuestros bosques.
8.- El árbol es riqueza, dicen, que debe ser aprovechada por los mexicanos, con tal dominio de la técnica que el recurso natural se renueve e incremente sin interrupción. Para tan felices resultados el instrumento es la concesión, aunque las obligaciones del concesionario no se cumplan, y las autoridades forestales reciban su buena billetiza por ayudar a sostener el hacha o la sierra a los verdugos.