Como rabas variadas, lagartijas emplumadas, sapos renegridos y gallinas culecas, nos tiramos en la plaza Juárez para tomar el Sol. En grupitos de flamingos o gallinas avadas, nos colocamos en lugares estratégicos en la plazoleta del CCT para beber el Sol, el precioso Sol de mediodía que nos rastreó la espalda, nalgas y pópulos untados de cerilla y garnacha.
El maravilloso Sol de Victoria que pestañeó hasta la tarde que de paso a pasito se nos fue metiendo en el corazón de la montaña, esa sagrada montaña que es la Sierra a Toda Madre. Algunas chavas de blusa loca y chavos empedernidos pelando semejantes ojales para tratar de ver los bocados y brocados al Sol. Jóvenes de patineta y murciélagos contraídos por la tercera edad, entre los que por fortuna me encuentro yo. Vejestorios en las bancas, hermosas chicas de nalga parada y de pechos rebosantes de gracia y panadería caliente juvenil. La plaza de niños entre el Sol y las niñas retostando de limpias en bicicletas y carritos eléctricos.
Una plaza de Juárez con mirada de mujer, que si bien un poco deshilada por el numeroso comercio ambulante de tamaleros y marchantes de mercancía Made in China, lucía radiante.
El Sol de Victoria nos acarició por 6 ricas horas, con palmeadas de rayos en la espalda y con la testa humeante de grasa, pero con un sabor victoriano, por la Reina Victoria, eso se llama amor ciudadano, amor urbano cuando el Sol nos peina la piel y nos sonríe desde su casita de luz.
Si don Alfonso Reyes, el maravilloso escritor regio le hizo un poema al “Sol de Monterrey”, nosotros nos quedamos con el poema a nuestra montaña que como marco repujado de oro nos adornó de su lindo calor la tarde de domingo y lunes.