CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- La preparación para vivir Semana Santa iniciaba con el primer miércoles de ceniza, luego el jueves santo, viernes de dolores, sábado de gloria y tras él, domingo de ramos.
En Victoria, allá por la década de los años 30, se vivía la temporada con una religiosidad exquisita, donde todos los fieles asistían a misa, al lavado de pies, la renovación de compromiso sacerdotal, viacrucis y la procesión del silencio.
Por aquel tiempo, contaba el profesor José María Sosa Medina, no se escuchaban las campanas y el llamado a la iglesia se hacía con matracas y los altares se cubrían con telas moradas.
Pero en sábado de Gloria volvía el sonido de las campanas a inundar el ambiente. Entonces se sentía la paz y ver a las mujeres vestidas de negro por la pasión y muerte de Cristo, daba incluso sensación de arrepentimiento.
El olor a incienso y la cera de entonces en los sirios, invitaba a la reflexión y selló en el recuerdo de muchos la devoción.
Pero toda esa festividad empezaba mucho antes, en el mes de febrero, desde los días de la celebración del carnaval.
La razón principal de tal celebración eran los motivos religiosos, a medida que la iglesia pierde su penetración en la sociedad y que la fe se debilita caen las celebraciones tradicionales.
En Victoria había cinco días importantes: el viernes, la quema del mal humor; el sábado, la coronación de la reina; el domingo, el paseo de carros alegóricos y combate de flores y el lunes y martes los bailes y desfiles.
La quema del mal humor consistía en un desfile nocturno con el que se iniciaba la fiesta, se hacía un mono de diversos materiales y con esto se representaba al mal humor y se quemaba al finalizar el primer desfile.
Con anticipación se daba a conocer la convocatoria para elegir a la reina y días antes se elegía a la señorita que habría de enmarcar con su belleza las celebraciones.
Eran muchas las participantes, se elegía a la reina y su corte por belleza y simpatía, entonces participaban todas las señoritas de sociedad y la coronación tenía lugar en el casino con un gran baile de gala.
Las fiestas continuaban al mes siguiente en San Isidro Labrador. Decía don Carmelito Tirado Porras, en sus memorias, que eran las más vistosas; se celebraban en una finca de campo llamada San Isidro, que pertenecía a don Guadalupe Treto y en vísperas del día del San Isidro, que se celebra el 15 de mayo salían hombres y mujeres danzando.
“Los hombres tenían turbantes en la cabeza, adornados con flores y listones de varios colores. Trayendo en la parte más alta del turbante una media luna de cartón, revestida de oropel. A esos hombres se les llamaba danzantes, eran 20 y traían la cara adornada con hilos de perlas y cuentas de vidrio y en la cintura un mandil blanco, adornado con flores de papel y lentejuelas”, narra.
Al frente de este cuadro de danza venía una niña vestida de blanco, con velo y corona, en la mano derecha portaba un espejo redondo, adornado con flores de papel y la llamaban “Malinche”.
Esa costumbre se conserva hasta nuestros días en las danzas de “a pie” y caballito en Jaumave, Palmillas, Miquihuana, Bustamante y Tula.
Y quizá fueron los primeros pobladores del ex cuarto distrito que arraigaron sus costumbres en Victoria como ocurre con la Santa Cruz en la zona donde nació el barrio de Río Verdito.