La pregunta es: ¿Habla por sí mismo o tiene “línea”?
El cuestionamiento se deriva de la belicosa postura hecha pública ayer por el obispo de Ciudad Victoria, Antonio González Sánchez.
No sé si el prelado tenía dolor de estómago, estaba enojado por el escaso volumen de las limosnas; si, como dice la sabiduría popular, “comió gallo” o le dictaron el discurso sus superiores terrenales, pero lo señalado este domingo 24 se salió de los cauces usuales en que se maneja esta autoridad eclesiástica en sus mensajes y entrevistas.
Y cuando uno pierde el camino, son frecuentes los tropiezos.
Don Antonio abordó ante los medios de comunicación dos temas que en la semana que concluyó, como se dice en el argot periodístico, “fueron nota” en Tamaulipas. Uno de ellos fue el del niño Héctor Alejandro –Jano– que falleció un año atrás víctima del bullying. El otro, fue el relativo a la corta visita del presidente Enrique Peña a Reynosa.
Y en los dos casos, para decirlo en términos coloquiales, parece que el señor Obispo “no tiene lado”.
En el tema del pequeño, cuya ausencia sigue siendo una tragedia que cala hasta los huesos en propios y extraños, no entiendo el porqué de su molestia ante el hecho de que se haya oficiado una misa en memoria del niño victimado. Y así como él no entiende por qué los padres de Jano pidieron esa misa si –él lo dice– no son católicos, yo tampoco entiendo por qué en lugar de alegrarse por la fe que se ha despertado en ellos, cuestiona el acercamiento de esos familiares a la Iglesia Santa y Apostólica.
No se agota en eso el comentario. Don Antonio también deslegitima a dos figuras del espectáculo por asistir a esa reunión litúrgica, pero olvidó o nadie le dijo que ambos son activistas reconocidos en el combate al bullying, precisamente lo que llevó a la muerte al pequeño. Vinieron no a lucirse, sino a apoyar y vigilar los programas oficiales que comparten con ellos ese objetivo.
No, no fue en mi punto de vista, una opinión acertada.
¿Y el asunto de Peña Nieto?
Eso tiene otro aroma. Ciertamente el señor Obispo ha mostrado siempre una línea combativa y de crítica aguda hacia las torpezas o negligencias del gobierno federal, pero también en todo momento lo había hecho de manera objetiva. Sin cargas emocionales que le resten valor a sus expresiones.
Ayer el desconcierto de él me lo transmitió con sus dardos verbales. Llamó prácticamente mentiroso al Presidente –y con él a todo su gabinete y a otros niveles de autoridad– al rechazar que exista progreso alguno en materia de seguridad pública. No parece una opinión propia, sino una instrucción.
En muchas ocasiones he estado de acuerdo con Don Antonio y he expresado mi reconocimiento a su valor cívico y a su visión aperturista sobre la Iglesia a la que se debe. Sigo pensando que sacerdotes como él le hacen falta al catolicismo para atraer fieles y no anclarse en morales divorciadas del mundo actual.
Pero en el tema de la seguridad no coincido con él. Por supuesto que sigue siendo muy complicado ese terreno, por supuesto que continúan perpetrándose muchos agravios en contra de la sociedad y por supuesto que la violencia no deja de ser una pesadilla. Pero no podemos decir que sigue igual que un par de años atrás.
Su servidor –gracias a Dios, lo digo sin rubor– ha podido viajar con frecuencia y volver a ver a los familiares. He podido dormir sin escuchar casi cada noche una ráfaga de disparos, he podido ver al más joven de mis hijos recuperar gran parte de su vida temprana y he podido atestiguar el retorno de amigos que habían huído de Tamaulipas por el temor que los atenazaba.
Más serenidad, señor Obispo. Lo sigo admirando por muchos aspectos, pero los intestinos siempre han sido malos consejeros…
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