Tenemos una de las economías más globalizadas del planeta. Pero el asunto no es lo globalizados que estamos sino el modo en que lo hicimos. Una manera que nos condena a tropiezos recurrentes en los que retrocedemos mucho de lo avanzado.
La internacionalización de nuestra economía, es decir de la producción, demanda y financiamiento ha significado depender del mercado externo. Crecemos solo si crece la economía norteamericana; exportamos mercancías que aquí se ensamblan pero buena parte de los componentes vienen de fuera y para invertir requerimos del capital externo.
El caso es que aquí no se fortalece la capacidad de compra y ahorro de la población; no se genera la demanda ni el capital necesarios para producir más y mejor y sostener una espiral virtuosa de producción, empleo, ingresos, inversión y, de nuevo producción, incrementada.
La ausencia de una dinámica propia nos hace muy vulnerables a las transformaciones del exterior. Incluso, como un autoengaño, se le llama solidez, fortaleza y estabilidad, a una fragilidad que cada cierto número de años se rompe.
Con una población empobrecida en las últimas décadas gran parte del aparato productivo tiene muy baja rentabilidad y no es capaz de generar el ahorro que requeriría para mejorar y crecer. Pero en nuestro modelo el bienestar de la población no cuenta porque el gran negocio es pagar bajos salarios, bajos impuestos y de preferencia exportar.
Incluso se ha llegado a satanizar la producción para el mercado interno. Se trata de la pequeña y mediana producción histórica a la que se sacrificó en aras de la globalización. Pero antes se les tildó de improductivos, ineficientes y necesitados del paternalismo del estado. Eso para también recortar al estado.
Sin embargo los que tenemos cierta edad y memoria sabemos que la época de oro del crecimiento de México y del mejoramiento del bienestar de la población fue de los cuarenta a fines de los setenta. Precisamente los años que luego fueron satanizados en aras de un neoliberalismo que, supuestamente, si nos haría crecer y nos traería bienestar.
Ahora estamos entrando en otro periodo de turbulencia. El peso se ha devaluado cerca de un 30 por ciento en el último año y todavía no toca fondo. Esto altera fuertemente nuestras relaciones comerciales con el exterior y también las condiciones de la producción interna.
La situación empieza a equipararse a la de 1994. Solo que en aquel entonces la defensa del peso dejó al país sin reservas con tal de llegar al fin del sexenio; ahora no deberían ni intentarlo porque esta defensa es inútil y faltan tres años para el cambio de administración.
Así que lo que era previsible ocurrió. Una devaluación a medio sexenio que altera todas las señales de la economía. Hay mercancías que ya no convendrá comprar afuera y otras que no convendrá vender adentro (pues será preferible ganar dólares que pesos). Muchas empresas y comercios deberán buscar proveedores internos en lugar de los de afuera.
De hecho todo el país puede encontrar que conviene más ampliar la producción interna de granos y cereales (de los que importamos más del cuarenta por ciento del consumo interno) que seguirlos comprando.
O sea que se avecinan cambios pesados que pueden traducirse en un periodo duro cuando ya en los últimos años se incrementaba la pobreza y se deterioraba el empleo en cantidad y calidad. Se pondrá a prueba la cohesión social y la solidaridad nacional; dos elementos de por si escasos.
Desde el sector público habrá que tomar decisiones difíciles; que serán malas a menos que sean el producto de un amplio debate, público y transparente, que sustente acuerdos democráticos.
Para el 2016 habrá otro recorte que se suma al de este año. Se habló de definir un presupuesto altamente centralizado con el pretexto del llamado presupuesto base cero. Al parecer el intento fracasó y ahora el secretario de hacienda, Luis Videgaray, dice que el gobierno está dispuesto a dialogar con todas las fuerzas políticas todos los temas relacionados con el presupuesto para el próximo año. Sigue condicionando los tiempos y manera; pero se aprecia el cambio.
A fin de cuentas el presupuesto es una responsabilidad de la Cámara de Diputados y apenas se va a integrar la nueva legislatura con una composición política distinta a la que sustentó la disciplina del Pacto por México.
Qué bueno que se abra el dialogo, sobre todo a raíz de otra declaración del secretario de hacienda. Acaba de decir que los fundamentos de la economía mexicana se mantienen estables. Algo muy preocupante porque no reconoce que estamos entrando en un camino lleno de baches que requiere de un gobierno con capacidad de liderar la transformación, sobre todo para substituir importaciones y acolchonar los golpes al bienestar de la población. O algo peor; se da cuenta de la gravedad de la situación pero se siente impotente y falto de planes alternativos.
Einstein alguna vez dijo que era más importante la imaginación que la inteligencia. Ojalá y el dialogo “con todos los sectores” le inyecte imaginación al gobierno y obligue a nuestros dirigentes a bajar de su planeta, donde no pasa nada.
Por alguna razón el inconsciente me recuerda la dimisión de Alexis Tsipras, el primer ministro griego. Justificó su renuncia diciendo que el pueblo griego debe tener la oportunidad de decidir si sigue o no al frente del gobierno. Sobre todo después de que no logró cumplir con lo que prometió que haría. Es una renuncia digna, un magnífico ejemplo de autocrítica y democracia.