En su novela Desde el jardín (Beingthere,1970), el escritor Jerzy Kosinski cuenta la historia de un hombre que ha llegado a adulto aislado de la sociedad.
Un día este hombre llamado Chance (casualidad, azar, en inglés) se ve obligado a abandonar la casa y el jardín, la única realidad que conoce. Rápidamente, por arte de la magia narrativa de Kosinski, encuentra un nuevo hospedaje en casa de un hombre muy influyente, amigo del presidente de Estados Unidos, que se queda deslumbrado por la forma en que Chance se expresa, exclusivamente en términos de jardinería.
Por ejemplo, el presidente se queda asombrado cuando Chance le da su opinión sobre la crisis económica que atraviesa Estados Unidos: “En todo jardín hay una época de crecimiento. Existen la primavera y el verano, pero también el otoño y el invierno, a los que suceden nuevamente la primavera y el verano. Mientras no se hayan seccionado las raíces todo está bien y seguirá estando bien”.
A partir de sus metáforas, que en realidad no lo son, el señor Chance se convierte en un cotizado asesor, con un brillante futuro en la política de Estados Unidos.
El señor Chance es un personaje de novela, de esos que nos invitan a mirar la realidad desde otro ángulo; sus metáforas de jardinero constituyen un brevísimo, pero efectivo, arsenal de ideas, que puede compararse con el que exponen los líderes de los partidos políticos durante sus campañas.
El discurso del político del siglo XXI es, en realidad, media docena de consignas diseñadas para que funcionen como titular, para que puedan repetirse una y otra vez en la radio y las televisiones y, sobre todo, en las redes sociales: la población online tiene casi 24 millones de personas.
Así como los periódicos han dejado de ser una unidad para convertirse en un conjunto de miles de piezas noticiosas, y así como los discos se han desintegrado en un tumulto de canciones sueltas y las películas se trocean para que funcionen como series de televisión, asimismo el discurso de los políticos se ha tenido que despiezar en un práctico set de consignas breves, sonoras, con gancho, ligeras y aerodinámicas para que puedan volar con soltura en el ciberespacio.
Aquellos discursos épicos de Fidel Castro, ante un estadio lleno de prosélitos, en los que hablaba durante ocho o diez horas sin beber agua ni, consecuentemente, hacer pipí, son ya cosa del siglo XX.
En un mundo en el que se puede comprar un piano, o hacer nuevos amigos o practicar el sexo (virtual) sin movernos de nuestra silla, ¿cuánto tiempo le queda al político que se desgañita durante una hora frente a sus seguidores en un estadio o en una plaza pública?
Los políticos de todo el mundo echan mano de las redes sociales para llegar permanentemente a sus seguidores, para bombardearlos con esa breve batería de consignas las 24 horas del día. Esta es una
situación radicalmente distinta de la que vivía el entusiasta de un político en el siglo anterior, porque dejaba de oír a su candidato en cuanto terminaba el meeting.
La micropolítica, esa batería mínima de consignas de un candidato en perpetuo bucle por las redes sociales, tiene una perversa particularidad:
En México, donde la opinión, invariablemente en la tertulia televisada o en la barra del bar, se impone a fuerza de gritos y sentencias lapidarias, la micropolítica tiene mucho más peso que en otros países en donde los electores tienen la oportunidad, gracias a una serie generosa de debates, de conocer las ideas, el estilo, el léxico, la cultura, la capacidad de reacción ante un latigazo verbal de ese político que pretende gobernar el país.
La inmensa mayoría, una mayoría creciente por el relevo generacional del electorado, se entera de las generalidades del discurso de su candidato por esa media docena de consignas online que son la simplificación, la reducción, el aséptico despiece de un proyecto de gobierno. Sentencias contundentes, enviadas personalmente por el candidato a las cuentas de sus seguidores, sirven para enmascarar el resto del programa, que es normalmente brumoso.