Se fue Su Santidad.
Lo hizo como llegó. Con profusas manifestaciones de cariño de los fieles católicos, pero también en el marco de un fervor que –lo celebro– cada día es menos fanático y más racional.
Y la pregunta es natural: ¿Qué nos dejó el Papa en su visita a los mexicanos?
En la opinión de su servidor, tres aspectos de esa agenda merecen ser puestos bajo la lupa.
El primero es que Francisco es un hombre encantador, tanto en sus encendidos mensajes –¡qué buenos son, caramba!– como en sus acciones. Hasta cuando se enoja, porque mostró que primero es un ser humano y después es el jefe de la Iglesia Católica, lo cual lo acerca a quienes veían en él algo semejante a una deidad.
El segundo, es que no bastan las buenas intenciones para resolver problemas. El Papa nos tundió a palos a gobernantes y gobernados y nos mostró ante el mundo –así lo temía su servidor– como una cauda de abusadores, corruptos, violentos y otras lindezas semejantes, pero los regaños y denuncias no cambiaron ni cambiarán nada en lo absoluto en nuestro país.
Lamentablemente, pudo haber estar callado en todos los lugares donde estuvo y México seguiría, como sucedió, el mismo. Igualito.
De este par de balances no tengo duda de que su efecto será sólo para el anecdotario. Será grato recordarlo, pero por desgracia no encontrará a un comerciante que por escuchar a Francisco baje precios, a un agente de tránsito que no pida “mordida”, a un patrón que pague mejores salarios o a un funcionario público que deje de tratar con la punta del pie a los gestores de un servicio.
Pero considero que no todo está perdido. Y esto lo afirmo como creyente, no como ciudadano.
Me gustó y no dejo de aplaudir por eso, que haya puesto contra la pared a los obispos y en general a los sacerdotes, que en su mayor parte han tomado a su misión como una licencia de cobranza en lugar de una oportunidad para redimir pecadores. El monumental regaño que recibieron no pudo ser una coincidencia ni una ocurrencia.
Quiero pensar que el Papa fue enterado del mercado en que han convertido muchos clérigos a sus templos, donde cobran hasta por el agua bendita. Quiero pensar que le informaron sobre los curas que cobran un “tanto” por cada iglesia que esté entre el domicilio del solicitante de un servicio religioso y el templo donde desea ser atendido. Quiero pensar –escuché un mensaje de última hora en ese sentido– que recibió alguna denuncia sobre esos sacerdotes que se niegan a bautizar a un bebé por el hecho de sus padres no presentan una constancia de haberse casado en esa capilla.
Este es el tercer aspecto que valió la pena en la visita pastoral, que era precisamente la esencia de la misma. Ojalá en su rebaño sí le hagan caso. Ojalá y tome Francisco un poco de su tiempo para vigilar que los responsables de fortalecer esa fe cumplan su tarea.
Ojalá, porque en verdad no quiero, lo digo con sinceridad, que la estancia de Su Santidad en México sea un símil de una aguda tira de Mafalda, en donde la precoz chiquilla toma una silla, se trepa en ella, se aclara la garganta y suelta un estruendoso grito:
¡¡Desde esta humilde sillita formulo un emotivo llamado por la paz mundial…!!
Un lógico silencio es la respuesta al infantil exhorto, por lo cual Mafalda baja de su modesto pódium y se aleja con una deprimente convicción:
“Total, parece que hoy en día El Vaticano, la ONU y mi sillita, tienen el mismo poder de convicción…”
Saludos al maestro Joaquín Lavado –Quino– en el lugar que Dios o El Diablo le hayan apartado y mis mejores deseos porque el Sumo Pontífice viva para ver a los hombres de El Señor, hacer lo que predican…
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