Comandante, usted está muerto y yo estoy triste. Es una tristeza culpable, porque aunque estoy convencido que sin usted se abre para Cuba la posibilidad de encontrar por fin el cruce de los caminos del bienestar y la democracia, no dejo de sentir que con usted se entierra también una capacidad compartida de soñar, de frotar utopías. Mi tristeza es pues totalmente egoísta, como quien lee la última palabra de un libro que le abrió cientos de esperanzas para cerrárselas todas de tajo. No queda sino cerrar el libro y respirar aliviados. Usted nos dejó despojados de ideales pero nos dejó en cambio una lección invaluable e involuntaria: no hay justicia que no pase por la libertad.
Su nombre siempre tuvo para mí esas extensiones, el de la libertad y su inmediata negación. Existía en la sala de mi casa un espacio pequeño al que mi padre llamaba cínicamente ‘Territorio Libre en América’, en el que depositaba sus objetos más estimados, una fotografía del Che, una alcancía, algunos libros de poesía y en la pared la trascripción a mano de ‘Playa Girón’ de Silvio Rodríguez. Como se imaginará, mi libertad de tránsito terminaba justamente en donde iniciaba aquel ‘Territorio Libre’. Lecciones tempranas.
Créame, no es fácil estimar y condenar al mismo tiempo. Eso lo deben saber los cubanos mejor que nadie. Cuba ha sufrido el destino de las hijas mimadas, todo les llega un poco tarde y con estertores. El siglo XIX latinoamericano empezó en Cuba hasta 1898, pero lejos de encontrar una vida independiente, Cuba quedó a merced de la Enmienda Platt y el consecuente dominio estadounidense. La primera mitad del siglo XX se fue en una cadena de presidentes envueltos en la tragedia o la ambición (casi siempre las dos). El entusiasmo que se acababa pronto para dar entrada al repetido desencanto.
Gerardo Machado electo popularmente en 1925, dispuesto a perpetuarse en el poder y por tanto derrocado por la revolución de 1933. La posibilidad de la estabilidad y la democracia con la presidencia de Ramón Grau San Martín entre 1944 y 1948, y su sucesor Carlos Prío Socarrás, pero ya ve usted, la posibilidad se acabó con el golpe de Fulgencio Batista en 1952. Aunque ninguno como usted comandante, se muere a los 90 años y de esos se pasó 48 en el poder, ejerciendo como diría Rafael Rojas “un poder ilimitado sobre la vida de cinco generaciones de cubanos”.
Cuba permanece como el único país latinoamericano que no ha vivido la democracia en toda su historia. Ya sé lo que usted me diría Comandante, que permaneció en el poder por la voluntad del pueblo cubano, pero usted y yo sabemos que ahí donde no hay espacio para la disidencia, no hay voluntad posible.
¿O se olvidó usted de José Martí cuando dijo que “la libertad es el derecho que tienen las personas de actuar libremente, pensar y hablar sin hipocresía”?
También seguramente me repetiría aquello de que en Cuba se logró la justicia social, que no queda un cubano analfabeta o sin acceso a la vivienda, la educación o la salud. Es cierto, Cuba tiene uno de los índices de desarrollo humano más altos de los países en desarrollo. Tan es así que Cuba ocupa el quinto puesto en los niveles de bienestar entre los 94 países de menor ingreso, aquel famoso HDI-1 de las Naciones Unidas. Pero Comandante, ¿tuvo usted tiempo de ver los primeros cuatro lugares? Se trata de Barbados, Uruguay, Chile y Costa Rica, países que alcanzaron niveles de bienestar superiores al cubano en la democracia.
No Comandante, no hay salida. Usted le negó a Cuba la posibilidad de ser una democracia, de encontrar en la libertad el camino a la justicia y el desarrollo. Aunque cautelosos, somos muchos los que deseamos que con su muerte llegue a Cuba el fin del siglo XX latinoamericano, un final innegablemente democrático. Porque aunque el siglo XX se murió en 1989 con la caída de la cortina de hierro en Europa, lo cierto es que nosotros venimos apenas a darle, con usted, sana sepultura.
Nos quedará la tarea de escribirle un epitafio, separar los fragmentos de su historia, aislar al hombre que mereció nuestra devoción de aquel que terminó por merecer nuestro resentimiento.
La Historia me Absolverá. “El problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud del pueblo; he ahí concretados los seis puntos a cuya solución se hubieran encaminado resueltamente nuestros esfuerzos, junto con la conquista de las libertades públicas y la democracia política” Esas fueron sus palabras de defensa aquel 16 de octubre de 1953 durante el juicio al que fue sometido tras el fallido asalto al cuartel Moncada. ¿Cómo estar en desacuerdo? Cómo, si luchaba usted contra la dictadura de Batista. Cómo, si luchaba usted por el fin de sus injusticias y sus exclusiones. Cómo, si se sintetizaban en sus palabras los silencios y los gritos, los sonidos de un pueblo que no había tenido la oportunidad de ser. Muchos pueblos.
Nació usted en una pequeña finca de Birán, en la antigua provincia de Oriente, parte de aquel camino que como dice la canción de Alto Cedro lleva a Marcané, llega a Cueto y va para Mayarí. Historia repetida en América Latina que ha encontrado en los hijos americanos de inmigrantes europeos a algunas de sus criaturas más inquietas. Su padre era gallego y curiosamente muchos de quienes se lanzaron con usted a la toma del Moncada eran también descendientes de gallegos (a ver quién vuelve a hacer un chiste).
Estudió usted en las mejores escuelas cubanas, jesuitas todas. Ahí encontró lo que llamó sus brújulas, Marx y Lenin, y la sombra ética de Martí. Con sólo 26 años cumplidos y un 26 de julio dirigió la toma de los cuarteles de Bayamo y Moncada, como el primer paso para derrocar la dictadura de Batista. Siguió su detención, su juicio, aquel memorable discurso, su exilio en México, el encuentro con el Che en 1955 y la continuación de las ganas. El 25 de noviembre de 1956, partió usted de Tuxpan, Veracruz en el Granma hacia Cuba, en donde desembarcó 7 días después.
Se había usted vuelto la suma de todos los empeños, de un barquito con 82 hombres empeñados en liberar a Cuba de sus hombres y sus años. Ya se sabe, no se puede hacer el poema de un barco, de ese barco, sin que se haga sentimental. Evidente panfleto.
Siguieron poco más de dos años de lucha, la acumulación del apoyo popular, hasta que finalmente aquel 1 de enero de 1959 Batista pedía refugio a Trujillo en República Dominicana y el 8 de enero entró usted a La Habana. Las imágenes quedaron Comandante, usted entraba sobre un tanque militar, sonriente, al lado del Che Guevara, con 32 años de edad y con la humildad para decir “sólo nos hemos ganado el derecho a comenzar”. Era usted todavía el hombre merecedor de los apegos de los otros y de la absolución de la historia.
La Historia me Absorberá. ¿Qué pasó con ese hombre Comandante? De él sólo queda la memoria, al que enterramos hoy es su inverso. ¿Cómo se pasó de la humildad a la soberbia, de los planes de libertad a las acciones de censura, de una historia que debió absolverlo a una historia que terminó por absorberlo? Decía Martí que en política, lo único verdadero es lo que no se ve. De usted se veían las palabras, los discursos conmovedores, las imágenes de una Cuba dispuesta a aplaudirle hasta los estornudos. Lo que no se veía era la coerción, la negación de toda libertad de expresión y disenso. No se veían las cárceles repletas de presos políticos, ni los campos de trabajo forzado a donde fueron enviados homosexuales y otros cubanos que no encajaban en la revolución, en su revolución, los que usted llamaba acaso con humor ‘Unidades Militares de Ayuda a la Producción’.
En eso que no se veía es donde mejor se ve hoy su rostro. Ese es el rostro que vimos apenas morir. Un rostro desfigurado, de la sonrisa cándida a la mueca rígida. Se sabe la historia ¿no?, el hombre que encuentra en el espejo al monstruo que juró combatir: “Batista…¡Monstrum horrendum!” escribía usted en “La Historia me Absolverá”. Porque usted lo vio y lo sufrió a solas. ¿No es esa la condena? El poder absoluto es una monstruosidad y el signo de todos los monstruos es la soledad. Por eso nos repugnan, por eso nos conmueven.
A riesgo de banalizar, le voy a contar una historia. Cuando niño mi hermano me llevó a ver algunas películas de Godzilla, eran funciones particularmente baratas porque las películas eran bastante viejas (y además japonesas). La historia era simple, Godzilla era un dinosaurio mutante a causa de un accidente nuclear, que terminaba caminando por Tokio, destruyendo -casi por torpeza- todo a su paso y que era siempre aniquilada por la tecnología y el ingenio humanos. Invariablemente yo lloraba desolado la muerte de Godzilla, sin mayores recursos expresivos, sentía que los hombres eran culpables de su monstruosidad, que Godzilla era la criatura más sola del mundo y que su muerte, aunque necesaria, era innegablemente triste.
Su muerte Comandante me regresa a ese niño. Llorón y confundido. Usted es una figura histórica al punto de ser un referente personal en millones de individualidades como la mía. Marcadas, endebles y binarias. Referente de un profundo afecto y un inevitable rechazo. Su muerte, aunque oportuna me entristece.
Con el pensamiento en Cuba, Martí escribió que “la felicidad general de un pueblo descansa en la independencia individual de sus habitantes”. Que Cuba sea feliz.