Los expertos estiman que en el mundo existen cerca de 15.000 explosivos nucleares en manos de nueve Estados. Estados Unidos y Rusia poseen cerca de 14.000 y el resto se reparte entre Francia, el Reino Unido, China, la India, Pakistán, Israel y Corea del Norte. Para los pacifistas, estas cifras son un espanto, porque el problema fue haber pasado de cero a uno. Para los realistas, la historia después de todo no salió tan mal.
Desde que Estados Unidos arrojó las bombas en Japón ningún otro Estado se atrevió a repetir tremendo crimen. En 1970 comenzó a funcionar el Tratado de No Proliferación (TNP). En ese entonces, los países con armas nucleares eran cinco. Después de más de cuatro décadas sólo se sumaron cuatro Estados. Es cierto: la proliferación fue muy limitada, casi inexistente, dado que en el mundo hay cerca de doscientos Estados. Pero el desarme ha ido muy despacio, demasiado para el gusto de muchos.
Es por esto que la semana que viene comenzará en Naciones Unidas un proceso para arribar a una ley que prohíba las armas nucleares. Leyó bien. Que las prohíba. Las armas químicas están prohibidas. Las biológicas, también. Pero no las nucleares. Desde 1970, los Estados poseedores de la bomba se comprometieron a desarmarse, promesa que permanece muy lejos de ser realidad. Es por esto que una coalición de países, entre ellos Noruega, Suiza y Brasil, ONG y agencias internacionales vienen presionando desde hace años para abolir las armas nucleares.
De los pequeños pasos se busca pasar a un salto enorme. En 2020, el TNP cumplirá cincuenta años y será revisado en profundidad a través de un proceso que comenzará el mes próximo en Viena. ¿Qué primará? ¿La sociedad global en Nueva York o las potencias Westfalianas en Viena? Más de cien países apoyan la moción de abolir las armas. Unos treinta se oponen, liderados, claro, por Estados Unidos y Rusia.
Los interrogantes son muchos. No está claro, por ejemplo, de qué manera se instrumentaría una ley que prohibiera las armas nucleares, en particular cuando los que las tienen no se verían obligados en principio a cumplirla. ¿Puede esta ley ser un impulso moral y un complemento para hacer cumplir las promesas del TNP? ¿O creará una institución paralela al TNP y que compita con ese tratado? Preguntas difíciles de responder. Mucho más difícil es saber si dar por terminada la disuasión nuclear abrirá aún más espacios para guerras convencionales, hasta hoy limitadas por temor a una escalada. No es lo mismo preferir un mundo sin guerras que un mundo sin armas nucleares. Y no está claro que ambas preferencias vayan de la mano.