Es posible argumentar que, desde su independencia, la economía de México no había estado tan estructuralmente dependiente de otras como lo está ahora de la de su poderoso vecino del norte. Esta situación, de por sí indeseable por poner en entredicho nuestra soberanía, se agrava cuando la política exterior de ese país vecino está dirigida por un personaje tan peculiar, agresivo y poco confiable como Donald Trump y su nacionalismo étnico.
Como si se hubiera decidido someter a México a una prueba de laboratorio para medir el impacto de un choque externo sobre sus variables económicas, en 24 horas, nuestro país experimentó los efectos de su vulnerabilidad en relación con Estados Unidos para luego volver al punto de partida. Hacer esto con un conejillo de Indias puede ser aceptable en función de algún objetivo científico, pero hacerlo con un país, no lo es.
Como sea, un mero rumor que la Casa Blanca dejó correr por unas horas para luego desmentirlo afectó la precaria posición del peso y de la Bolsa de Valores en México. El miércoles 26 de abril, en la mañana, alguien en la oficina presidencial de Donald Trump le hizo saber a algunos medios de prensa que, para presentar a sus bases electorales una muestra tangible y dramática de los avances de su proyecto de gobierno en sus “primeros cien días”, el presidente Trump se proponía hacer uso de su segundo instrumento favorito, el de las órdenes ejecutivas (el Twitter es el primero), para anunciar el sábado 29 que Estados Unidos se retiraba del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA).
La idea era dar la espectacular noticia durante el mitin trumpista que tendría lugar en Harrisburg, Pensilvania, una ciudad y una región donde “TLCAN es considerada una mala palabra”, justamente porque, como tantas veces lo repitió Trump en su campaña, ese tratado fue un “desastre total y completo” para Estados Unidos pues, según su visión, en sus 23 años de vigencia había sido causa de la pérdida de buenos empleos industriales para los obreros blancos norteamericanos
porque varias empresas habían trasladado sus plantas a México para aprovecharse de los bajos salarios que ahí se pagan.
Sin embargo, al caer la noche de ese mismo día 26, Trump anunció que había cambiado de parecer y que, como había dicho en otras ocasiones, simplemente se proponía renegociar el tratado, no denunciarlo, aunque advirtió: si finalmente Estados Unidos no obtiene los términos que desea, entonces sí dejará el TLCAN (The Washington Post, 28 y 29 de abril). En los círculos del poder en México, el alma volvió al cuerpo… por el momento.
Trump justificó su repentino cambio de posición por las llamadas que le hicieron Enrique Peña Nieto y el primer ministro de Canadá para que reconsiderara su postura. Sin embargo, en Washington la situación se explicó de otra manera: el día en cuestión, y al enterarse de la decisión de abandonar el TLCAN, el secretario de Agricultura, Sonny Perdue, de inmediato llevó a la Casa Blanca un mapa que indicaba las zonas agrícolas que exportan maíz y otros productos a México -hoy tres cuartas partes de nuestras importaciones agroalimentarias provienen de Estados Unidos. Sólo de maíz y en 2016, México adquirió grano proveniente de regiones trumpistas -Iowa, Dakota del Norte, Kansas, Missouri y Nebraska- por valor de 2 mil 320 millones de dólares.
El problema de fondo
En su discurso de celebración de sus “cien días” en el poder, Trump insistió en su amenaza de denunciar el TLCAN si no se llega a un “acuerdo justo” y de paso insistió en construir la muralla en la frontera con México. En estas condiciones, el interés nacional mexicano, que requiere de estabilidad en su horizonte económico y de seguridad alimentaria, queda sujeto a lo arbitrario, agresivo e impredecible de la política interna norteamericana.
Al inicio del siglo XIX, la plata era la exportación principal de México a España: 75% del total. Sin embargo, el grueso de la población novohispana vivía en y de otra economía y su alimentación y naturaleza de su trabajo no dependían del exterior. En contraste, hoy, en el siglo XXI, una suspensión de las importaciones de granos generaría en México un problema alimentario inmediato y de gran magnitud, pues el país importa el 30% del maíz, el 86% de la soya y el 55.6% del trigo que consume (El Financiero, 6 de septiembre, 2016). El total de nuestro comercio con el exterior -importaciones más exportaciones- representa el 70% de nuestro PIB (Sandra Kuntz, ed., Historia económica general de México, El Colegio de México, 2015, p. 536). Salvo islas de autosuficiencia y marginalidad, el grueso de la
actividad económica mexicana legal e ilegal actual está directa o indirectamente relacionada con el mercado externo. Y esta relación es en un 80% con Estados
Unidos en materia de exportaciones y del 50% en importaciones.
La actual situación de dependencia de México en su relación con el país vecino ha disminuido su capacidad y proyecto como nación soberana. Y si las crisis son, también, oportunidades, esta coyuntura debería llevarnos a rediseñar nuestra relación con un vecino al que no podemos ignorar, pero al que tampoco deberíamos aceptarle los términos en que quiere rediseñar la convivencia, pues eso implica abdicar de un proyecto nacional propio, independiente, digno de nuestra historia y aspiraciones.
agenda_ciudadana@hotmail.com