MÉXICO.- “No se preocupe; ahora mismo traigo semen fresco´”, decía Jan Karbaat, el médico de Róterdam famoso porque se dedicó en secreto a inseminar a decenas de mujeres que acudían a su clínica de fertilidad con su propio semen, a las clientas que no conseguían quedarse embarazadas. Segundos después, eran inseminadas con la mezcla definitiva, que resultaba ser su propio esperma. “Mi madre me dijo que hubo dos intentos fallidos de fertilización. El tercero acertó y supongo que fue con su semen, porque él sabía que era muy fértil. En privado, acabó teniendo 22 hijos reconocidos de cuatro o cinco parejas”, dice Moniek Wassenaar, de 36 años, psiquiatra de profesión y una de los posibles descendientes del doctor. En uno de los momentos más vulnerables de sus vidas, y convencidas de que utilizaría muestras de un donante anónimo, las futuras madres no preguntaron nada. Confiaron en las prácticas de un doctor reputado, con clínica propia y buenos resultados. Un hombre sano, inteligente, bien parecido, rubio y de ojos claros. El candidato ideal, en suma, si no fuera porque cada una de ellas había escogido distintos tipos de padre biológico para sus hijos.
Poseído por un afán desmedido de triunfo profesional, y tal vez de notoriedad genética, los resultados excedieron cualquier cálculo. Los supuestos hijos de Karbaat pueden superar el centenar y quieren respuestas legales. Un grupo de 25 espera que los jueces fallen a su favor en junio, y autoricen una prueba de ADN con muestras del médico para salir de dudas. Aunque sea a título póstumo, porque falleció el mes pasado a los 89 años. Una edad que añade la longevidad a las cualidades que pareció arrogarse.
Moniek forma parte de los 25 y es una de las pocas que lo conoció. “Fue en 2011 y me pareció muy convincente, con encanto incluso”, asegura, en conversación telefónica desde Curação, donde se encuentra de vacaciones. “Solo por un momento, porque jugó con las mujeres. Nunca tuvo en cuenta la trascendencia de sus actos. No creo que le importara. Estaba seguro de las bondades de lo que hacía: conseguía embarazos sin pensar en los efectos para los hijos. Cuando nos vimos y le hablé de su falta de ética, trató de explicar que todo pasó en los años setenta. Que estaba bien porque las mujeres querían el semen de un hombre con estudios superiores. Mucho mejor que el de un policía, por ejemplo”, dice.
¿Cómo pudo ocurrir sin que la inspección sanitaria se diera cuenta, cuando la clínica, abierta en 1980, solo cerró en 2009? La pregunta es elemental, y la respuesta, desoladora. La administración interna era irregular y desordenada, “pero eran muy buenos en ocultarlo, entre otras cosas, porque su actual viuda era la codirectora”, dice Moniek. Mientras las donaciones fueron anónimas, no pasó nada. En 2004, las leyes cambiaron y todos los adolescentes de 16 años podían pedir el pasaporte del donante en el centro que atendió a sus madres. “Una mujer no pudo encontrar al padre biológico de su hija”, y ahí entró a fondo la inspección. Pero después siguió haciendo lo mismo por su cuenta”, asegura la psiquiatra.
Amenaza de desheredar
Con dos hijos propios, Moniek quiere la verdad. “Aunque ya no me afecta el resultado; mi vida es estable”, reconoce. Admite, eso sí, que ha surgido un sentimiento de comunidad entre los 25 demandantes. Otros 18 se hicieron antes un análisis genético, que dio positivo, gracias a uno de los hijos reconocidos del médico. Un chico que creyó ser su única familia y descubrió que su padre tenía otras novias, y más prole, al mismo tiempo. El del hijo es fiable, pero el ADN del padre despejará todas las dudas.
“No buscamos dinero, aunque él tenía una buena posición. Pusieron a la venta el centro de fertilidad por siete millones de euros, y es posible que haya dejado un legado aún mayor. Siempre negó malas prácticas, pero piense que ordenó en su testamento desheredar a los hijos legítimos que dieran su ADN para pruebas como esta”, sigue Moniek. Horas después de la conversación, manda un mensaje diciendo que se ha hecho un análisis legal con muestras de Joey Hoofdman. Se trata de un joven holandés que contó su caso en la cadena televisiva RTL 4, y guarda gran parecido con el médico. “Es 100% positivo”, anuncia, de modo que son hermanos de padre.
Sanne, de 37 años, es otra de las afectadas que abunda en la búsqueda de respuestas, no de compensación. Si bien reconoce que nunca pensó en la identidad de su padre, las cosas cambiaron al ver que había más gente implicada en el caso. “Mandé una muestra genética, y hace pocos días me dijeron que tenía una medio hermana en el grupo de los 18. Doy por hecho que él es el padre, pero sin más. Tengo un hijo de mi anterior pareja, y otros dos de mi compañera actual, y aunque ninguno es biológico mío, tengo una familia. Es más, me gusta pensar que cuento con muchos hermanos repartidos por ahí. Pero lo ocurrido no es justo para las madres. A ellas les dijeron que el donante elegido era anónimo, y se encuentran con esto”, lamenta.
Dos meses antes de su muerte, Jan Karbaat todavía calificaba de locura las acusaciones de sus supuestos hijos. Lo mismo aseveró su viuda ante el juez. Dos de sus anteriores esposas intentaron denunciarlo por usar su propio semen. Fallaron. La última, que siempre le ayudó, teme una oleada de reclamaciones.