CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- En el recorrido diario, miles circulan de oriente a poniente y de sur a norte, pero su imagen es tan común para automovilistas y peatones que el gigante pasa inadvertido.
Las casas apiladas una sobre otra, sin orden ni simetría, algunas sin pintura, todavía en obra negra, mientras que otras pareciera que su techo es el piso del vecino de arriba, en el cerro que nunca ha tenido nombre, para los vecinos del lugar y en general para los victorenses es una extensión de ‘la loma’, una cordillera que corre paralela al emblemático río San Marcos, en el primer cuadro de la ciudad.
Es la colonia Horacio Terán, pero para muchos es la ‘favela’, por su parecido a los populares barrios brasileños donde de forma idéntica las casas se amontonan, el desorden impera y se visita al vecino o al amigo, lo mismo para ir a la tienda o llegar a la escuela, subiendo decenas de escalones, bajando por veredas y callejones, tropezando con grandes piedras o deslizándose por el choy.
Pero al igual que en las favelas de Brasil, la imagen puede resultar agradable a la vista o hasta curiosa, pero sólo queda en eso, en una buena postal; sus entrañas guardan todo tipo de historias, dificultades, inseguridad y olvido.
Al ingresar a sus calles, los automóviles dejan de tener utilidad, el camino es obligatorio continuarlo a pie; a diferencia de las favelas, aquí no se escucha samba, ni se toma cachaza, retumban los corridos de Carlos y José, mientras que en la esquina, un depósito mantiene la venta fluida de caguamones.
Para aminorar el calor que se encierra en su casa, don Arturo juega con uno de sus sobrinos sentado en el cordón de la banqueta, a la sombra de una bugambilia.
Conoce bien el lugar, y cómo no habría de conocerlo, si llegó junto con su madre hace casi 49 años, cuando este cerro era eso, un gran montón de tierra con encinos y mezquites.
“Fue el dos de septiembre de 1968 cuando llegamos aquí, ese fue el día que se fundó la colonia Horacio Terán y desde entonces aquí estamos”, recuerda mientras saluda a un amigo de toda la vida que pasa frente al lugar.
Recuerda que Jesús Ramírez, quien años atrás había sido presidente municipal de Victoria, otorgó esos terrenos especialmente a mujeres jefas de familia, madres solteras, viudas, dejadas; luchonas que habían quedado desprotegidas por alguna circunstancia de la vida o que habían quedado al frente del hogar.
Información de la época, indica que fueron consideradas para obtener un predio quienes laboraban en la zona de tolerancia, espacio dedicado a la práctica regulada de la prostitución, entre otros oficios que hacían de este punto, además, una zona comercial por excelencia, pues los bares, cantinas y cabarets que
ahí se instalaban, requerían personal de limpieza, servicio, administración y hasta puestos de comida.
Así se formó la colonia, gracias a la generosidad del ex alcalde que donó el terreno que era de su propiedad y con una extensión de gran tamaño, pues actualmente la nombrada colonia Horacio Terán está conformada por tres etapas, todas ellas, dicen los vecinos, planeadas por Jesús Ramírez, quien otorgó sin costo alguno los terrenos.
Pero ni el medio siglo de vida que está por cumplir, ha logrado hacer de ‘la Horacio’, un lugar con mejores condiciones para sus habitantes.
“Cuando llueve corre el agua y arrastra arena, piedras, basura, ramas, de todo, afortunadamente las casas no se nos inundan y como nunca nos han pavimentado las calles, pues todo se viene”, dice don Arturo, quien recuerda que en la administración de Ramón Durón Ruiz, a principios de la década de los 90s, se pavimentaron dos calles que corren de manera transversal al cerro, mismas que se conservan gracias a que los vecinos han colocado bordos para que el pavimento no sea arrastrado por el agua.
“Lo curioso es que fuimos a checar a presidencia y aparecen todas las calles como si estuvieran pavimentadas, aquí la última obra que se hizo fue cuando Gustavo Cárdenas era presidente municipal que se construyeron las escalinatas, desde entonces, nada”, dice con resignación el vecino y fundador de la colonia.
Las vecinas del lugar confiesan estar acostumbradas al esfuerzo físico que implica recorrer las empinadas veredas, subir y bajar los sesenta y cuatro escalones que hay de distancia entre la última casa, hasta la punta de la loma, donde llevan a sus hijos al jardín de niños y a la escuela primaria que tienen en su favela, su barrio, en su querida Horacio Terán.
Desde arriba la vista es envidiable, de fotografía, pero para llegar ahí hay que subir la escalinata, que de cada cinco escalones, cuatro están derruidos, con varillas de fuera; ni barandales, ni protectores, eso ya sería un lujo.
A diario niños y adultos mayores tropiezan o de plano caen de ancho en el lugar, algunos han ido a parar al patio de las casas que están cuesta abajo, esa es la realidad de la Horacio donde además, algunas de las veredas que comunican las cuatro escalinatas, veredas que ni los mismos vecinos alcanzan a contabilizar, optan por no recorrerlas por seguridad propia.
Alcantarillas destapadas y maleza por doquier, son parte del diario vivir en la colonia, que pese a su cercanía con el centro y oficinas gubernamentales, fue olvidada hace muchos trienios.
“Ya nos acostumbramos al cansancio, llegamos a nuestras casas muy apenas y gracias a Dios que aún tenemos fuerzas, imagínese los viejitos que tienen que bajar al mandado, o subir con botes de agua, simplemente para venir a dejar la basura hasta acá abajo ya es un martirio, ni el camión, ni los trabajadores suben hasta allá”, reconoce una vecina.
Aunque también reconocen que les ha faltado unión, que si bien la relación no es mala y pese a que se conocen de hace muchos años, pues prácticamente de los fundadores al día de hoy ya son tres generaciones, han existido supuestos líderes seccionales, tanto de partidos políticos que las autoridades municipales terminan reconociendo como representantes del sector, que sólo buscan beneficio propio.
“De verdad es increíble que vayan a pedir pero para ellas, material de construcción o una chambita para sus hijos, cuando deben de preocuparse por la necesidad de la colonia; un día nos enteramos que en el DIF les daban hace años piñatas y dulces, supuestamente para una posada de la colonia y nos los encontramos vendiéndolas para hacerse de dinero… ¡nombre!, para qué le cuento, estas líderes ni la fecha de fundación de la colonia se saben”, reconoce con tristeza un vecino.
Mientras que en otros sectores de Victoria, muchos estamos acostumbrados a estacionar el carro en la puerta de la casa, agarrar el micro en la esquina, que el camión de la basura se pare a unos metros del hogar para recoger los desechos, estos son lujos que en la Horacio no conocen.
Pero pocos se acuerdan de ellos, de quienes ahí viven, de quienes ahí padecen, de quienes ya se acostumbraron a subir escalones cuarteados, patinar entre el lodo.
Pocos voltean la mirada al cerro lleno de casas, como si fuera una favela de Brasil, que guarda historias, que nació de una buena obra, que hoy desde ahí observa con nostalgia cómo Victoria crece, se moderniza, pero la Horacio Terán sigue igual.