CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Más de 40 grados centígrados, camina a paso firme por las calles que lucen desoladas, una mochila y una vieja acompañante de poco más de cien años de edad, es su máquina afiladora y el tono melódico de una flauta de pan que anuncia la llegada de una especie en peligro de extinción.
Es don Arturo Amezcua quien confiesa que heredó el oficio de afilador de su abuelo, que inició en la ciudad de Guadalajara a principios del siglo XX, después su padre lo siguió y se convirtió en el orgullo de la familia al ganar el torneo nacional de afiladores convocado por Luis Manuel Pelayo en su programa “Sube, Pelayo, sube!” allá por los 70s.
“Es un oficio muy bonito, a mi abuelo le dio para vivir honradamente, a mi padre igual, a mí me dio estudios como yo hoy se los doy a mis hijos, aparte me siento comprometido porque es una forma de mantener viva la herencia de mi familia”, explica mientras aprovecha un poco la sombra de un árbol, donde se alista para darle filo a un cuchillo carnicero, por el que cobrará 90 pesos, “pero le va a quedar muy bueno, va a tener filo por un buen rato, yo le garantizo mi trabajo”, dice convencido.
El ruido de la pulidora obliga a alzar la voz, pero eso no impide que mantenga la franqueza con la que promueve su servicio.
“En Victoria, cuando yo empecé a venir, había cinco afiladores, pero el último falleció hace como un año, era un señor ya grande que vivía allá por Adelitas y bueno, eso hace que la gente tenga más necesidad de requerir nuestros servicios”, confiesa el hombre que afirma hacer un tour laboral por Victoria cada mes, donde permanece algunos días en busca de trabajo, pero también con la certeza de haber encontrado uno, pues desde hace tres años se dio de alta como proveedor de gobierno del estado.
Muestra su licencia que lo acredita como prestador de servicios oficial de la administración estatal, actualizada obviamente con los nuevos colores y el emblema de “Tam”, y no puede esconder su satisfacción, pues Tamaulipas le ha dado mucho.
“Gracias a Dios como proveedor presto mis servicios a la Secretaría de Salud, le doy filo a los instrumentos quirúrgicos de los hospitales del estado, por eso recorro Victoria, Tampico, Reynosa, Matamoros y Ciudad Mante”, expresa al describir a detalle los hospitales en los que labora y dedica días enteros para entregar el material debidamente afilado.
Tiene su casa en Ciudad Valles, San Luis Potosí, a donde regresa con gusto luego de haber tenido una extensa jornada por tierras tamaulipecas, mismas que conoce y adora, pues afirma que Tamaulipas no es lo que se dice en los noticieros, “Tamaulipas es su gente, gente buena a la que le debo mucho, gracias al trabajo que aquí me dan mi familia puede vivir bien”, dice don Arturo.
Aunque no todo el tiempo está en Tamaulipas, reconoce que cuando está en Valles no deja de trabajar y acude a las poblaciones de la huasteca para dedicarle varias horas al día a afilar en las calles y regresa por la tarde a casa, “es como cualquier otro trabajo, sólo a veces vengo a Victoria o alguna otra ciudad de Tamaulipas, pero cuando estoy en Valles ahí me muevo cerca para ir y venir a mi casa”.
No es de esos clásicos afiladores montados sobre una bicicleta y ahorrando energías y agilizando tiempos, pues afirma que las afiladoras manipuladas por el movimiento de las bicis, son más nuevas que la que él porta.
“Esta que yo traigo aquí debe tener más o menos cien años, cien o ciento diez, ésta es más antigua todavía que las que usan los que dan filo sobre
bicicleta, esas salieron después”, explica mientras hace su trabajo, que por las condiciones de su máquina le requiere sentarse en el suelo para empezar
a operar y en menos de cinco minutos entrega el cuchillo afilado, para lo que sugiere tratarlo con cuidado.
El brillo que ofrece el pulido del utensilio deslumbra, era prácticamente un objeto arrumbado en el fondo de la alacena, ya estaba desahuciado pero el señor Amezcua lo revivió, sobre todo el cuchillo fue el pretexto para entablar la plática de un oficio que agoniza y que muy pocos ya lo practican, Victoria es la muestra pues ahora tiene que importar afiladores porque los de la capital tamaulipeca ya fallecieron y sus hijos no siguieron sus pasos.
Afirma que en Victoria hay otro afilador, pero al igual que él, no es oriundo de esta ciudad, sino que viene de Puebla y permanece por espacio de diez días cada mes.
Don Arturo revela que está certificado como instructor en defensa personal, conoce de estrategias de seguridad y está adiestrado para cumplir con
labores de escolta y seguridad personal, pero a la vez es un hombre de fe, hace mención de Dios en todo momento y le agradece que la vida lo haya puesto en Tamaulipas.
“Desde hace algunos meses platicando con mi esposa, concluimos que con los ingresos que genera este trabajo empezaremos a comprar unos juguetes para venir a regalar en diciembre a niños de colonias con necesidad de un cariño en esas fechas, es una forma en la que le puedo retribuir algo a esta gente que tanto nos ha dado a mí y a mi familia”, asegura.
Tras varios minutos de plática con el reportero, no se despide sin antes decir “Ya ve, Dios es grande, me puso aquí para platicar con usted y expresar a través de su medio todo lo agradecido que estoy con la gente de Victoria y de Tamaulipas”.
El sol sigue cayendo a plomo, ese no da tregua y hasta parece que quiso asomarse e intensificó sus rayos para no perderse la charla. Arturo Amezcua vuelve a cargar su afiladora al hombro, hace sonar su flauta de pan con la melodía característica que anuncia el paso del afilador y se pierde entre las calles de la colonia en busca de más trabajo.