CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Mientras unos formaban gavillas y llevaban con mecapal la carga en la espalda, otros atizaban el fuego de los galemes para hacer cal.
Era la década de los años 50s y don Ramón Vega Rodríguez, era propietario al menos de cinco galemes en la zona de “Las Vegas”.
El área era bañada por una acequia que salía del río San Marcos, cruzaba por lo que hoy es la colonia Unidad Modelo.
Tenía al menos dos metros de ancho y un metro de profundidad y en la temporada de lluvia servía para regar los sembradíos ubicados en la zona del ejido “Loma Alta”.
Trinidad Vega Flores, conserva vivo el recuerdo de su padre y su trabajo en la elaboración de la cal.
“Se le conocía como galemes a los hornos donde se quemaba la piedra caliche que una vez cocida se convertíáen cal.
El trabajo no lo hacía sólo, el contrataba a muchos de sus conocidos en este trabajo.
En aquel tiempo en esta zona pasaba una acequia que pasaba desde “Las Vegas”, atravesaba “La Modelo” y pasaba hasta “Loma Alta”. Yo era un niño, tenía 7 años de edad, pero mi padre se dedicó toda la vida a la fabricación de cal”.
En toda la zona donde actualmente se ubican las colonias “Manuel A. Ravizé”, “Amalia” y “Unidad Modelo”, estaban localizados los galemes de don Ramón, uno era el de “La Gavia”, “La Puerta”, “Los Terreros”, “Las Planillas” y “Los Chapotes”
En los terrenos de la Manuel A. Ravizé se extraía el caliche e iniciaba el proceso.
“Mi padre traía trabajadores que con cuña y marro sacaban la piedra. Transportaban la piedra en carretas a tiro de caballo y la rama en la espalda de los trabajadores, que tenían como tarea sacar cien gavillas para pagarles 15 pesos por ellas”.
Las ramas utilizadas eran variadas, el requisito era que fueran palos secos que sirvieran para mantener el fuego en los galemes.
“El galeme era como un horno grande, eran pozos en barrancos, tenían puerta y “huitrón”, por dónde sacaba uno la ceniza. Tenían como tres metros de diámetro y tres metros de profundidad. Por la puerta uno metía la rama y con horquilla se atizaba. Con una pala se sacaba la ceniza del huitrón. En ese tiempo la cal requería cuatro turnos es decir día y noche con el galeme encendido. No importaba si llovía uno tenía que estar ahí vigilando el fuego, si no se cuidaba el caliche quedaba crudo y no servía.
El calor era tanto que cuando llovía el trabajador se secaba con el mismo calor del fuego que salía del galeme, porque las llamas se asomaban por la puerta”.
Al galeme se le hacía “copete” con la misma piedra y cuando estaba cocido ese montículo desaparecía y quedaba convertido en cal.
“Una vez listo se metían los trabajadores y sacaban la piedra que no se había quemado, a eso se le llamaba “descrudar”, pero como quiera se vendía en algunas obras y le llamaban cal en piedra, esa se utilizaba en la construcción. A la piedra se le echaba agua y “floreaba”, blanca blanca… esa se revolvía con arena, a veces le echaban poquito cemento y entonces se usaba para pegar piedra, por lo regular se trabajaba la piedra o el ladrillo, en ese tiempo se usaba el ladrillo. Hay muchas construcciones que usaron esa mezcla y sitios a donde mi padre entregaba cal para su construcción, sobretodo los sitios antiguos como Palacio de Gobierno, la Casa del Arte”.
Don Ramón vio crecer a su familia con las ganancias de las galemas. Ahí trabajaron todos sus hijos… Juan, Mateo y Trinidad.
“La cal en ese tiempo se pagaba a 10 pesos el costal de cal. El camión no recuerdo, pero le acarreba la cal don Eugenio Balboa, él vivía en el 16 Mina. Él le ayudaba a mi padre a transportar los pedidos en su camión, que se le llamaba de “cran”, porque prendía con una palanca que se daba vuelta enfrente. Los camiones se cargaban a pala y se llevaban a las construcciones más grandes de Victoria que aún tienen mezcla de cal y arena”, dice don Trinidad.
Que mes a mes veía el proceso en la fabricación de la cal. Un galeme le daba hasta 10 viajes de camión en cal, que una vez vendidos podían llegar a significar 3 mil pesos para la época.
“Todo acabao cuando comenzó a salir la calidra. Era cal pero ya industrializada, luego salió el cemento y paso lo mismo. Paso lo mismo que con el henequén.
Mi padre también tuvo henequen, llegó a valer hasta cuatro pesos, pero luego llegó el naylon y en la construcción llegó el cemento. Ahora le echan a toda construcción cemento con arena, ya no ocupan la cal”, dice con tristeza Trinidad.
Luego se encamina en un recorrido por las zonas que ocuparon los galemes de su padre. Pero ya no existen, fueron enterrados.
Tan sólo en la colonia “Manuel A. Ravizé” quedan las piedras de la entrada. El barranco aún se luce en la geografía del terreno, pero de aquellos grandes hornos de cal, pocos conocen la historia.