La reforma fiscal que se discute en los Estados Unidos apunta a bajar los impuestos sobre todo de los muy ricos. Por ejemplo, reducir y luego eliminar el impuesto a las herencias que exceden los 5.5 millones de dólares beneficia tan solo al 0.2 por ciento de los norteamericanos. Otras reducciones se centran también en las grandes empresas y los muy ricos.
Bernie Sanders, muy conocido por haber competido por la candidatura demócrata a la presidencia norteamericana afirma que la reducción propuesta por los republicanos reduciría en 52 mil millones de dólares que paga la familia norteamericana más rica. Se trata de los Walton, dueños de Walt Mart, Los segundos más ricos, los hermanos Koch pagarían 38 mil millones de dólares menos.
Esto en un país en el que la inequidad se acrecienta, en donde una fracción mucho menor aún al uno por ciento de las personas más ricas de Estados Unidos ya tiene tanta riqueza como el 90 por ciento más pobre.
La teoría detrás de esta infame reforma, se basa en restarle servicios de salud y educación a los más necesitados porque supone que son los ricos los que crean la riqueza. Es decir que concentrada en sus manos se invertirá de manera productiva y creará empleo y un bienestar que se desparramará de arriba hacia abajo. Un absurdo histórico continuamente desmentido por los hechos.
Se podría pensar que es asunto de ellos. Pero el caso es que esa reforma fiscal, si se aprueba, tiene dos cambios relevantes que pueden pegarnos muy duro.
Un es la reducción del impuesto a las grandes corporaciones que bajaría del 35 al 20 por ciento. Lo segundo es que hasta ahora las empresas norteamericanas en el extranjero solo pagaban el impuesto corporativo al repatriar sus ganancias. Ahora se les ofrece no solo la reducción del impuesto corporativo, sino que si regresan capitales y ganancias recibirían un fuerte descuento de impuestos por única vez.
De este modo se alienta la repatriación de capitales volátiles y se eleva substancialmente el margen de ganancias de producir dentro de Estados Unidos. Lo que desincentiva la inversión en el exterior. Es decir que México puede ver reducido el ingreso de dinero y la instalación de empresas. Lo cual, además de pegarle a la paridad cambiaria, debilita un modelo de crecimiento basado en la inversión externa para modernizar la producción y aumentar las exportaciones.
Con esos argumentos los medios empresariales mexicanos están proponiendo y presionando para que también en México ocurra una notable reducción de impuestos que, eso dicen, nos haga competitivos en la atracción de capitales externos.
Se trata de la lógica de la carrera hacia el abismo. Los gringos reducen impuestos y por eso mismo también debemos hacerlo. Pero no olvidemos que México es ya un paraíso fiscal. Ingresa menos de la mitad del promedio de recaudación de los países de la OCDE. Tenemos un gobierno que en una comparación internacional resulta ser un enano y por eso mismo es incapaz de garantizarle a su población sistemas de salud, educación y seguridad social decentes.
La propuesta empresarial plantea un diagnóstico equivocado. Los primeros dos años de este sexenio sufrimos una economía particularmente decaída precisamente por la reducción del gasto público. Ahora la situación post sísmica exige incremento del gasto público para superar el golpe a la economía y bienestar de las familias. No se trata de subir el endeudamiento, sino de evitarlo mediante el sencillo remedio de que el estrato de población que atesora sin producir pague
una porción más justa de impuestos.
Es ridículo plantear la reducción de impuestos cuando recién nos estamos enterando de que también nuestros muy ricos esconden grandes capitales en paraísos fiscales. Son fortunas que buscan ocultarse por sus orígenes tenebrosos y para no pagar, o pagar muy bajos impuestos. Ellos, los ultra ricos, pagan mucho
menos de lo que se le exige al común de los trabajadores.
Desde hace varios años el diagnóstico de los centros del pensamiento financiero internacional, sea el Fondo Monetario, la OCDE, la Organización Mundial del Trabajo, o la Comisión Económica para América Latina y el Caribe entre otros ha planteado que el gran problema de la economía mundial es la insuficiencia de
demanda originada en el rezago salarial. La productividad se ha multiplicado mientras que los salarios renquean.
La pretensión de competir con la baja de impuestos en Estados Unidos o, sería el colmo, con los paraisitos fiscales donde de plano las empresas y los muy ricos no pagan impuestos es absurda. Se alinea con un modelo de crecimiento fracasado y empobrecedor. Los gringos amenazan dejarnos colgados de la brocha, ¡qué bueno!
Lo que hay que hacer ahora no es voltear hacia Sudamérica, China u otros países. Sino retomar la senda del crecimiento acelerado mediante la prioridad a la producción y el empleo internos sobre las importaciones. El primer paso es fortalecer el mercado interno mediante incrementos salariales que eleven la capacidad de compra de la mayoría; lo segundo y más importante es asegurar que esa demanda, la privada y la pública, se enfoque en la compra de producción nacional.
Este es el esquema que, primero, elevaría el aprovechamiento de las grandes capacidades existentes y, segundo, incentivaría la inversión en miles de empresas pequeñas y medianas para responder al incremento de la demanda.
No podemos seguir a los gringos en su camino hacia la mayor inequidad y el empobrecimiento de las mayorías. Tenemos que salir adelante mediante el trabajo
honesto de todos; y para eso requerimos un gobierno justiciero y democrático. Con unos centímetros de frente.