CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas-. Nació el 17 de septiembre de 1838 en la ciudad de Hermosillo, Sonora, siendo sus padres don Francisco Sánchez y Robles y doña Francisca Camacho y León, de familias honradas y cristianas de media fortuna. El señor Sánchez fue bautizado el 19 del mismo mes y año de su nacimiento en la parroquia de Hermosillo, con los nombres de José Ignacio Eduardo, siendo sus padrinos don Mariano Güereña y doña Ignacia Sánchez.
Desde la edad de cinco años, aprendió a dedicarse a trabajos fuertes de campo y en una pequeña finca que sus abuelos tenían a unos quinientos metros de Hermosillo; a esa edad pasaba ya las noches a la intemperie en compañía de algún mozo, cuidando los montones de semillas que allí se cosechaban y que quedaban en el campo.
A los ocho años de edad perdió a su madre, quien murió el 21 de marzo de 1847; el 6 de enero de 1849 perdió a su abuelo paterno, don Melchor Sánchez, en cuya casa y familia vivía y el 8 de diciembre de ese mismo año perdió su padre.
A la muerte de su abuelo tuvo que quedar, en compañía de una tía, al frente y cuidado de la finca familiar. La poca fortuna que dejó don Melchor Sánchez fue repartida entre cinco herederos, por lo que las paso años de estreches económica.
El 11 de diciembre de 1850, debido a una mortal epidemia de cólera, perdió a su abuela doña Josefa Robles, la mujer que lo había criado a la muerte de su progenitora.
Sánchez Camacho aprendió las primeras letras en la escuela pública de Hermosillo, bajo la dirección sucesiva de los señores don Juan P. Robles, don Francisco Seráfico Robles, sus tíos segundos; después pasó a la escuela particular de don Ignacio Sandoval, que lo consideró y distinguió tanto, que lo puso en primer lugar y lo proponía por modelo de todas las virtudes a sus condiscípulos.
Terminada su educación primaria, y no teniendo los suficientes recursos para emprender la secundaria y llegar a ser sacerdote, que era su deseo ardiente, se vio en la necesidad de dedicarse al comercio.
En 1854 estando el joven Sánchez de dependiente del comercio de don Francisco Ozuna y sin esperanzas ya de continuar su carrera literaria y eclesiástica porque no tener recursos, conoció al entonces joven sacerdote don Trinidad Cortez y Romero, quien al conocer sus deseos le prometió su realización. Al principio su familia se opuso, pero ante la intervención de un amigo familiar de apellido Escalante, ese problema se resolvió.
A principios de junio de 1854 salió el joven Sánchez Camacho de su casa acompañando al señor Escalante a la Baja California, donde los esperaba el padre Cortez, quien pretendía fundar un colegio sacerdotal en ese territorio y que Sánchez fuera uno de sus fundadores.
Recorrieron esas tierras hasta marzo de 1855, dándose cuenta que no era factible el establecimiento de dicho colegio. Durante los meses permaneció al lado del padre Cortez, éste le llamó su mentor, y sus consejos y dirección lo sacaban de mil dificultades y peligros que en aquellas tierras se estaba sujeto.
En noviembre de 1855 resolvieron el señor Escalante y el padre Cortez mandar al joven Sánchez al seminario de Sonora, recomendado al Ilmo. Sr. Sosa.
Los años siguientes acompañaría al padre Sosa a diferentes partes del occidente, pues éste era perseguido por los liberales. A fines de enero de 1861 se establecerían en San Francisco de California, donde continúo sus estudios a la par que se desempeñó como presbítero en esa ciudad estadounidense.
En febrero de 1865 regresó a México y el padre Sosa le ofreció una parroquia, pero no quiso aceptarla en ese momento, le molestaba que el país estuviera bajo el yugo de un imperio extranjero, pensamientos muy diferentes al resto de sus colegas, quienes eran fieles seguidores de Maximiliano. Incluso Sánchez Camacho estuvo cerca del movimiento guerrillero contra los franceses, quienes trataban de posesionarse de Guaymas, Culiacán y Guadalajara.
En noviembre de 1866, estando en Guadalajara, vio derrumbarse por completo el imperio en todo aquel Estado y en febrero de 1867 se volvió a Sinaloa, llegando a Culiacán a fines de marzo. En esa ciudad permaneció un tiempo, pero pronto tendría problemas debido a sus ideas llamadas “peligrosas” para algunos, por lo que fue llamado por el padre Sosa, ahora obispo de Guadalajara, para que le ayudase como en el pasado. Ahí fue Promotor Fiscal del Arzobispado; en 1876 se le dieron las cátedras de Jurisprudencia Canónica, Derecho Natural y Romano del Seminario de Guadalajara. Con todo este quehacer el Sr. Sánchez atendía al confesionario de personas particulares, al de varias religiosas de todos los conventos de aquella ciudad, a la predicación de la doctrina y ejercicios piadosos y el púlpito de catedral en que desempeñaba tandas de sermones en Adviento y Cuaresma, y panegíricos en el año. Esto y la noticia de su promoción a Tamaulipas en febrero 27 de 1880, disminuyeron su salud con la pena de tener que separarse del Ilmo. Sosa a quien había acompañado 25 años, sólo después de algún tiempo y con el trabajo continuo de su nuevo y difícil cargo, se alivió; fue consagrado el 29 de junio de 1880 por el Ilmo. Sr. Sosa en la Catedral de Guadalajara, y tomó posesión de su diócesis tamaulipeca el 3 de diciembre del mismo año.
En Tamaulipas proveyó de clero a las parroquias y diócesis que antes carecían de él, adquiriendo una buena finca para abrir un seminario. Entre 1882 y 1885 celebró los primeros Sínodos Diocesanos; implantó el catecismo breve; creó el Seminario Conciliar; ordenó más de veinticinco sacerdotes y contribuyó con un terreno para la erección del Santuario de la Virgen de Guadalupe en Ciudad Victoria.
Sus ideas pronto trajeron enemistades entre el clero local. El 27 de marzo de 1895, cuatro sacerdotes de la diócesis de Tamaulipas acusaron a su prelado de ser demasiado aficionado al vino y demás cargos, y que por ello descuidaba el gobierno de la diócesis. El visitador apostólico enviado por el papa León XIII, Nicola Averardi, pronto fue comisionado para tratar el asunto tamaulipeco.
Sobre esto, años más tarde escribiría:
“Jamás apoyé ni protegí a un clérigo indigno y cuando fui Obispo, perseguí a los clérigos hipócritas, a los inmorales e indignos, como el criminal más vulgar, sin creer ni sostener el falso principio de que son los ungidos del señor, y de que, por eso, nadie puede castigarlos ni tocarlos siquiera”.
Sin embargo, la historia lo recuerda con mayor énfasis por su actitud radical hacia la coronación de la guadalupana. En 1896, dicha postura derivó en una serie de planteamientos de carácter teológico, en los que ventilaba su negativa a las apariciones de la virgen en el Cerro del Tepeyac.
Desde su llegada, el Obispo comenzó en sus sermones a negar las apariciones de la Virgen en el Cerro del Tepeyac. En cada misa, en cada intervención, Sánchez Camacho negaba la presencia milagrosa de la Guadalupana. Con ello, destruía una acendrada tradición hacia el culto guadalupano, establecido siglos atrás por la jerarquía católica. Enterados del acontecimiento, los masones experimentaron un especial afecto hacia su disidencia religiosa.
Sánchez Camacho se definía “violento como un fósforo, violento más que una piedra y fuerte como un ciclón. Vivo aislado y casi solo para que mi carácter no ofenda a nadie.”
Sobre esto, el cronista victorense Francisco Ramos diría: “La audacia de poner a prueba la fe sobre dicho acontecimiento sobrenatural, nos recuerda también a fray Servando Teresa de Mier y Joaquín García Icazbalceta, quienes pusieron en duda el asunto de las apariciones guadalupanas. Años más tarde, el abad de la basílica, monseñor Guillermo Schulemburg, se sumó a la opinión de estos tres personajes, al declarar que no existían evidencias sobre la vida de Juan Diego”.
Fue excomulgado en 1899, y el presidente Porfirio Díaz lo expulsó del país. Se fue a vivir a los Estados Unidos. Sin embargo regresó a Tamaulipas en 1900 y se puso a meditar en su quinta, ubicada frente al Paseo Méndez, donde ahora se ubica el INE, y es propiedad de la familia Bello López. Allí “el obispo rebelde” escribió en 1906 el folleto llamado “Ecos de la Quinta El Olvido”, donde relata parte de su biografía.
No obstante, antes de ser excomulgado, el religioso fue el instrumento para construir el Asilo Vicentino, en las calles 22 y Allende. Después que se fue, al tercer Obispo, Filemón Fierro y Terán, le fue encomendada la tarea de construir un templo en la Loma del Muerto, hoy Santuario.
Murió el 14 de diciembre de 1920 en Ciudad Victoria y fue sepultado en el panteón del cero Morelos