Traer de charol llama la atención, el zapato brillante deslumbra, o sea abusa de nuestros ojos ojerosos y pintados como los de López Velarde.
Sin duda, el zapato bien boleado es un atractivo visual si se trata de ir a pedir chamba o farolearse en cafés o en las plazas.
Un zapato tristón, sin bolear parece ser que espanta a los que contratan empleados. Porque quienes contratan echan una mirada primera a los zapatos.
Uno de mis alumnos transitorios, gustaba de pintar a los caballos con zapatos rojos. Dibujaba con delicadeza a los corceles que lucían unos florecientes zapatos rojos.
Los zapatos en realidad son primero como si fuera una fijación que adorna a las buenas costumbres. Zapato bien boleado.
Los zapatos y zapatillas tienen mucho que ver con la comodidad. La vida es placentera con un buen zapato. Pero zapatear mucho los alija y tarde o temprano aparece un hoyanco en la suela.
En la Ciudad de México me gustaba mucho acudir a un zapatero que tiene aún su domicilio en la calle Artículo 123 con Bucearla.
Colocaban suelas corridas con hule de llanta de avión. Y eran unos zapatos extraordinarios, hasta para jugar futbol.
Los zapatos atraen la atención de las musas. Porque el pegue esta en los zapatos aunque se tenga una cara de arrepentimiento. Regalar unos zapatos nos crea una condición de león, porque se entregan por un primoroso par de zapatos.
Para los diabéticos son un terror, porque no todo tiene la horma ideal, y es fácil lastimarse los dedales y las de gavilán pollero.
Los mocasines del sureste norteamericano son zapatos ideales. Las chanclas de la Chacha Micaila, los choclos de los chavos de los sesentas, los bostonianos de los que en los ochenta aparentaban tener dinero. Los zapatos de punta italiana pues para dedos de puñal, sin que lo sean claro.
Las zapatillas son de las hadas, princesas y los zapatos del zapatero, no el Presidente de España, Rodríguez Zapatero.
Bien zapateado y bien bailado. Los zapatos merecen un monumento al amor, a la vida. Los curas con pies descalzos se espinan. Caminar descalzo en semana Santa es un sacrificio.
Solo Cristo, aguantaría kilómetros descalzo, pero los Tarumaras no se quedan nunca atrás. Pero para millones de mexicanos pobres, al parecer andar como Emiliano Zapata no es un placer.