Vivimos en el reino de la fantasía. Un México retratado por nuestros maestros de primaria, plagado de episodios fantásticos y héroes ficticios que alimentaban nuestra imaginación patria en los sentimientos más puros nación.
Niños y niñas de primaria en los honores a la bandera con la mano en el hombro para hacer distancia con los compañeros. Lunes de civismo escuchando en un argumentoso sonido el Himno Nacional, mientras al frente saludando al lábaro patrio.
Un acto cívico que enmarcaba la memoria con un infinito respeto por los “héroes que nos dieron patria y libertad”.
Los héroes inventados en los libros y las costumbres. Los héroes que se pegaban a nuestro corazón tricolor. Los que estamparon en un nopal, el águila, y la serpiente el escudo nacional.
Los héroes que hicieron la Independencia, los héroes de la Reforma y la Revolución que se devoraron a sí mismos.
Crecimos en la epopeya ficticia de un solar patrio en libertad, éramos pobres pero teníamos escuela, eran pobres pero comíamos y nos vestían como podían nuestros padres. Era el camino de la escuela de Cri Cri para los que quieren aprender.
La Patria que conocimos en los años cincuenta era diáfana, podíamos platicar en las banquetas ya tarde y dejar las puertas abiertas de nuestras casas. Nuestros padres trabajaban duro y el pan se compartía en la mesa. Había gente rica pero no se sentía la pobreza… Las diferencias sociales no hacían la diferencia.
Vino el progreso, crecimos mucho, decían, que perdimos la paz, la tranquilidad, y la esperanza…
Llegaron las vanidades, los lujos, las ambiciones. Arribo la corrupción, la riqueza, bien y mal habida. Llego lo que tenía que llegar a un pueblo que creció en los mitos, en el collage de ambiciones y de odios fraternos. Vino la muerte con la noche y el día se volvió oscuro. Se fue el amor. La paz y la esperanza de hermanos. Se fue Dios porque esta patria ya no nos pertenece.