21 abril, 2025

21 abril, 2025

Tras bambalinas

El laberinto de pasillos y escaleras que rodean el escenario del Teatro Amalia es el centro de mando desde el cual se hace posible que el show pueda continuar, donde los genios de la luz, las sombras, la utilería y el sonido hacen magia… y hasta milagros

CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Cae el telón y todo mundo aplaude, se levanta de sus butacas y se va a casa. Las voces y expresiones de alegría de los asistentes es un dulce murmullo junto a las pisadas sobre la alfombra y alguna traviesa carcajada.

La función ha terminado y ahora el silencio se ha apoderado del ambiente que dibuja el éxito de la noche. Las luces se apagan poco a poco y es entonces cuando revelan su rostro los magos y artífices que hicieron posible que los actores y bailarines se lucieran en el escenario del Teatro Amalia G. de Castillo Ledón.

Son aquellos que están tras bambalinas, en la cabina o a diez o 25 metros de altura, operando la tramoya y regulando el sonido, entre otras muchas tareas.

El Caminante enfiló rumbo al Centro Cultural Tamaulipas para conocer al personal que con su conocimiento y experiencia logran que cada espectáculo que se presenta en el Teatro Amalia, sea de primer nivel.

Después de recibir el visto bueno de los administradores, es conducido desde el área cercana a los camerinos y almacenes. Después, un pasillo largo y estrecho contiene techos muy altos… poco después y tras dos quiebres a izquierda y derecha, el pasadizo desemboca justo en la panza del teatro, esto sólo es comparable a ver a Alicia cayendo por el hoyo del conejo hasta el país de las maravillas.

De entrada se desarrolla el ensayo de un grupo de danza, el ambiente se llena con una grabación de música de huapango, seguido por los zapatazos de un gran número de jóvenes que alegres y sudorosos repiten hasta la perfección la rutina que ofrecerán al respetable público.

Pero hasta la mejor interpretación o baile no luciría impecable si el sonido y las luces que lo mostrarán no están a la altura de las necesidades.

Es ahí, desde la caseta central donde el trabajo de don Óscar Gámez se vuelve pieza clave. Con sus tres décadas fielmente dedicadas a iluminar el escenario, don Óscar explica cada uno de los focos que se usan para llevar a cabo este fin. Ciertamente es un mar de especificaciones que se deben conocer y manejar con destreza para lograr que la luz, las sombras, los tonos y los colores se fundan con la actuación de los artistas.

Aunque el Teatro Amalia se estrenó en la década de los años ochentas, la tecnología usada para iluminarlo ya era un tanto atrasada… se podría decir que tuvo su mejor momento diez o quince años antes. Sin embargo el personal dedicado a esta labor se ha encargado no sólo de aprovechar al máximo cada foco y cada reflector, sino de mantenerlo en buenas condiciones, tanto ha sido el cuidado que se le ha dado, que cuando visitan el lugar compañías de teatro de talla internacional y del país se quedan literalmente apantallados por el buen uso y estado de conservación en que se encuentra.

De igual manera, el equipo de intercomunicación ha tenido diversas épocas, desde los audífonos conectados con cables, los inalámbricos y los más recientes, parecidos a los que usan los entrenadores durante los partidos televisados de futbol americano.

El lenguaje del arte es amplio, sin embargo para quienes conectan cables y echan a andar las consolas puede ser complicado darse a entender con un staff de origen ruso, las especificaciones que tienen para iluminar el espectáculo. Ahí es donde los técnicos han tenido que recurrir al ingenio y la improvisación para comunicarse con artistas y trabajadores de idiomas tan ajenos como checo, francés, portugués, etc.

Hay quienes siempre critican de los muy pocos recursos que se le dan al arte y la cultura. Sin embargo, hay mucho por conocer del tema, por ejemplo, cada lámpara usada suele ser de ¡mil watts! Hay momentos en que 24 focos iluminan el escenario y con ello 24 mil watts brillando al mismo tiempo… ¡Imagine el lector el recibototote de luz que le llega al Teatro Amalia cada bimestre! Ahí es donde se gastan (entre muchas otras cosas) todos los recursos destinados al arte y la cultura. Hay que decirlo: el recinto ya necesita una actualizada en este tema pues aunque aquí se aprovecha tecnología obsoleta con talento y destreza, si se hiciera con iluminación más moderna el resultado sería perfecto y a
la altura de los mejores teatros del mundo.

Otro de los “viejos lobos de mar” y que conoce “de pé a pá” cada tarea dentro del Amalia es don Juan Garza. Al acompañar al caminante en el recorrido describe cada uno de los elementos que hacen posible que el show sea impecable. A un lado del escenario están las bambalinas… y atrás de ellas se pueden apreciar las altísimas paredes de ladrillo (están sin “enjarrar” pero no porque alguien se haya “clavado la lana” para ellos, sino que de esta forma rebota menos el sonido y mejora la calidad de lo que se escucha). Unas enormes paredes de madera montadas en estructura de concreto sobre ruedas forman la llamada “concha acústica” que se usa en cierto tipo de funciones.

Los jóvenes dan de taconazos al compás de las polkas, mientras otro grupo de artistas espera su turno a un lado del escenario bajo un baño de luz multicolor.

Es tiempo de ir a las alturas a través de una escalera de caracol… la “subidita” está de lo más extremo, así que si el lector anda mal del colesterol ¡no lo intente!
Allá, diez metros arriba está don Chicho, quien se las sabe de todas, ¡todas! En este apartado lugar y con un mecanismo de cuerdas y contrapesos manejó las tramoyas durante años (ahora tiene nuevas responsabilidades). Este conjunto de palancas sirve para subir o bajar los arneses con los reflectores, así como las diferentes escenografías que usa cada producción teatral. También se encarga de elevar a los actores y actrices que realizan acrobacias en los llamados “circos del aire”.

Pero el mecanismo se opera a pulso, es decir, ¡a mano limpia! Como quien saca agua de un pozo, va la cuerda para arriba y para abajo.

Un poco más arriba (25 metros sobre el nivel del piso) está el puente, desde el cual penden las luces que iluminan la sala y los balcones. Para quienes temen a las alturas, este trabajo podría parecerles aterrador, desde acá se ven las butacas chiquitas-chiquitas. De verdad que hay que tener todo “bien puesto” para dedicarse a la increíble labor de operar un teatro.

En el imponente recinto hay bastante chamba y es mejor dejar trabajar a los técnicos. El Caminante termina su breve pero magnífico viaje en este “país de las maravillas” donde una veintena de brazos trabajan coordinadamente para ofrecer al ‘respetable’ una función digna del mejor aplauso. Definitivamente que sin su colaboración, el talento de actores y músicos no podría brillar de la mejor manera. Vaya un aplauso de pie para ellos y a los administradores que permitieron esta inolvidable visita. Demasiada pata de perro por esta semana.

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