Los debates transcurrieron sin pena ni gloria y los candidatos volvieron a asolear trapos viejos y verdades a medias que fallaron en el intento de sorprender e influir en las preferencias ciudadanas.
El show de antier, celebrado en Mérida, fue tal vez el peor de los tres, y el electorado confirmó lo que ya venía sospechando: de los cuatro candidatos no se hace uno, al
menos esa es una percepción generalizada.
Como las campañas fueron aguadas, por no decir que mediocres y los debates exhibieron flaquezas y cortos alcances de los candidatos, ahora sólo queda esperar que estos 15 días que faltan para terminar las campañas transcurran con rapidez, sin más escándalos ni violencia.
Luego vendrá lo bueno, lo que ha sido bautizado como el “Día D”, el momento de votar.
¿Qué va a pasar el día de la elección? ¿Tendrán las autoridades electorales la voluntad y la capacidad para garantizar una elección limpia, libre de sospechas?
¿Podremos tener la certeza que un día después de las elección el país asumirá su nueva realidad sin pensar que hubo dados cargados o que el hampa electoral impuso su ley?
El encono de las campañas replicado en los debates, el juego sucio y los baños de lodo hacen temer al fantasma de una elección de Estado o a la incursión de poderes fácticos que desde la obscuridad pretendan torcer el resultado de las votaciones.
Ojalá y no. Ojalá que se imponga la prudencia y el respeto a la ley y que nadie se atreva a abrirle las rejas al tigre de la inconformidad.
Lo más correcto y sensato es que cada quien cumpla con su deber.
Que las autoridades de los tres niveles cuiden y garanticen la tranquilidad del proceso, que los organismos electorales aseguren que el proceso sea escrupuloso y preciso para que no se dude de los resultados, y que los partidos y los candidatos guarden la compostura y esperen ordenaditos los resultados.
Para entonces la campaña como ejercicio para proponer y convencer y hasta los recursos circenses que abundaron en todos los frentes ya serán temas agotados.
Sería altamente peligroso testerear el ánimo ciudadano con las viejas prácticas que se utilizaron en tiempos no tan remotos para retorcer los resultados de las votaciones.
Para alimentar una reflexión sobre la necesidad de que se juegue limpio y sin mañas, hay que ver el lado negro de la jornada, la más violenta en muchos años.
Las cifras asustan. Durante el actual proceso electoral que comenzó en septiembre de 2017, han sido asesinados 112 políticos en funciones, entre los cuales había 28 precandidatos y 14 candidatos. En total suman 400 agresiones graves y 127 amenazas.
Lo que ha ocurrido en muchas entidades no es un juego y tanto la autoridad como la ciudadanía deberían tenerlo claro.
Por eso, vale la pena encarar con seriedad lo que resta de las campañas.