CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu, proclamó el Plan de Iguala el 24 de febrero de 1821 junto con Vicente Guerrero y tiempo después firmó los Tratados de Córdoba con Juan O’Donojú, el último virrey de Nueva España, y de esta manera se logró consumar la independencia el 27 de septiembre del mismo año.
Presidió la regencia del primer gobierno provisional mexicano, y el 18 de mayo de 1822, fue proclamado emperador y coronado dos meses más tarde con el nombre de Agustín I. Debido a una revuelta surgida tras la firma del Plan de Casa Mata, los borbonistas y republicanos unieron sus fuerzas para apoyar su derrocamiento. El emperador decidió abdicar en marzo de 1823 y se exilió en Europa. Durante su ausencia, el Congreso Mexicano, previamente reinstalado por Agustín I, lo declaró traidor y fuera de la ley en caso de que se presente en el territorio mexicano, declarándolo como enemigo público del Estado.
Tiempo después, Iturbide, sin conocer esa resolución, planeo regresar al país para advertir al gobierno sobre una conspiración para reconquistar México.
El 6 de mayo de 1824 salió de Londres y se hizo a la mar en Southampton, con su esposa embarazada, sus dos hijos pequeños, su amigo Beneski, su sobrino y secretario José Ramón Malo, su confesor y algunos servidores en el bergantín “Spring”.
Después de una larga travesía llegaron al puerto de Soto la Marina, Tamaulipas, el 14 de julio. Ya en costas mexicanas mandó una carta al Congreso nacional, reiterando que no regresaba como emperador, sino como soldado al servicio de su patria. Sin embargo, las cartas que escribió durante el viaje no llegaron a sus destinatarios hasta después de su muerte, por la manera en que precipitaron los acontecimientos.
Aunque Iturbide desconocía el decreto, tomó algunas precauciones; primero desembarcó el capitán Beneski, para cerciorarse de que las condiciones en tierra les eran favorables. El polaco se encontró con el brigadier Felipe de la Garza, comandante de armas de Tamaulipas, al que Iturbide había perdonado la vida años atrás.
De la Garza no hizo de su conocimiento la situación jurídica de Iturbide, en vez de ello, le mandó una carta diciéndole lo mucho que se le apreciaba y que su presencia era necesaria en el país. Esta circunstancia le dio confianza a Iturbide para desembarcar, pero, aun así, bajó a tierra con el rostro cubierto para disimular su presencia. La destreza y gallardía que tuvo siempre al montar a caballo, lo delataron ante los ojos de José Manuel Asúnsulo, antiguo compañero de armas en sus campañas por el Bajío, que
informó a Felipe de la Garza de la presencia de Iturbide.
Al día siguiente Iturbide y Benesky emprendieron la marcha, pero la noche les sorprendió en el paraje llamado Los Arroyos, dejaron sus monturas y se dispusieron a descansar. El comandante en armas los alcanzó el día 16, sin tropa, y exclamó: “¿Usted aquí?”, a lo que Iturbide le respondió: “Sí, he venido a dar un paseo por mi país”.
De la Garza le dijo, “Pues se ha comprometido usted y me ha comprometido”. Y en ese momento le comunicó que se encontraba proscrito, por haber caído en el supuesto establecido por el decreto y sería fusilado en tres horas. Iturbide le pidió tiempo para presentarse ante la Legislatura local; se suspendióla ejecución y decidió
presentarlo ante el Congreso de Tamaulipas, que sesionaba en la villa de Padilla, para que los diputados decidieran sobre su suerte.
Iturbide tendría la oportunidad de explicar las razones de su regreso y cuestionarlos por el decreto dictado exclusivamente en su contra.
De camino a Padilla, Iturbide y De la Garza estuvieron conversando. En un paraje llamado Los Muchachitos, de manera inesperada y contradiciendo su anterior proceder, el comandante señaló las virtudes de Iturbide, lo exaltó como generalísimo, le devolvió su espada y lo dejó al mando de la tropa. De la Garza se separó y explicó que se marchaba a Soto la Marina. Iturbide extendió una orden militar mandando a un oficial para que llevara una exposición al Congreso en la que pedía ser escuchado.
Iturbide, en ese momento, pudo embarcarse de nuevo, y regresar a Europa, o internarse en el país para conseguir apoyo de sus partidarios, evitando que se le aplicara el decreto. Sin embargo, asumió las consecuencias de su temerario y patriótico regreso.
El tribunal de Tamaulipas no estuvo integrado cuando se presentó el caso de Iturbide, y aunque todos consideraron competente al Congreso para oír al proscrito, la Cámara no estaba facultada ni para juzgarlo ni para condenarlo a muerte. Lucas Alamán explicó: “Todos los congresos que se acababan de establecer en los estados eran entonces constituyentes, por ese título se creían revestidos de plenas facultades…El de Tamaulipas, no dudó un momento que a él le competía el cumplimiento de la ley que había proscrito a Iturbide”.
El Congreso local se reunió por primera vez, el día 18 en sesión extraordinaria. Se hizo el llamamiento a siete de los once miembros de la Cámara y a dos suplentes para que otorgaran su juramento. Se leyó el documento presentado por Felipe de la Garza, en el que decía haber aprehendido al consumador de la independencia. También leyeron un oficio de Iturbide donde manifestaba las razones de su retorno y las proclamas que dirigiría al pueblo.
El diputado José Ignacio Gil pidió al Congreso que se cumpliera la ley por todos conocida. Garza García por su parte, expresó que la ley no admitía ninguna interpretación y que debía cumplirse por el bien de la patria. Después de una discusión los diputados votaron, salvando su voto el presidente José Antonio Gutiérrez de Lara y el diputado Fernández. Los demás votaron por unanimidad aceptando la propuesta del ciudadano Gil y le comunicaron la resolución al gobernador, al que autorizaron para que procediera a la ejecución del reo cuando lo considerara oportuno.
El Congreso del Estado no quiso oír a Iturbide en ningún momento, como diría más tarde José Antonio Gutiérrez de Lara: “Este Congreso tamaulipeco, no quiso oír ni recibir ni menos otros impresos que él conducía, para justificar las miras patrióticas; le negó así mismo la gracia de una sesión, que pidió, declarándolo comprendido en el terrible decreto”.
Eran las seis de la tarde de 19 de julio de 1824, cuando salió a la plaza y les dijo a los soldados: “A ver, muchachos, daré al mundo la última vista”. Se detuvo para mirar un momento la tierra mexicana, aquel desolado paraje que lo vería morir. Después preguntó cuál era el lugar del fusilamiento y con paso sereno camino hacia la muerte. Querían llevarle atado, él les dijo que no era necesario, pero aceptó que así lo hicieran. El sacerdote Gutiérrez de Lara lo acompañó en todo momento, le administró los últimos sacramentos, ya que su confesor, el padre Treviño que lo acompañaba desde el destierro, permanecía en el barco.
Escribió Gutiérrez de Lara: “Ocupó, por último, el último palmo de tierra que estaba reservada para sostener sus pies, sin que le temblara un sólo dedo”.
Iturbide encargó que se repartieran entre los soldados las onzas de oro que llevaba en sus bolsillos. Con voz clara arengó a los soldados: “Mexicanos: en el acto mismo de mi muerte, os recomiendo amor a la patria y observancia de nuestra santa religión: ella es quien os ha de conducir a la gloria. Muero por haber venido a ayudaros. Muero gustoso porque muero entre vosotros: muero con honor, no como traidor. No quedará a mis hijos y su posteridad esta mancha; no soy traidor no…”.
Entregó su reloj y su rosario para que el señor Gutiérrez de Lara lo llevara a Ana Huerte, su esposa. Rezó su última plegaria, el credo. Aceptó que se le vendaran los ojos. Enseguida se puso de rodillas, dando frente a las balas. Y sin que se advirtiera emoción, en alta voz perdonó a sus enemigos, recibió la muerte.
Yo la vi”, afirmaría con tristeza Gutiérrez de Lara. El oficial Castillo hizo la señal. La descarga impactó en la cabeza y en el pecho. Tenía 40 años el hombre que dio a
los mexicanos una nación independiente y soberana.
La desolada plaza de Padilla presenció, junto con sus pocos habitantes, la muerte de Agustín de Iturbide. Una sensación de tristeza embargó a los presentes. La gente del lugar recogió sus restos y lo amortajaron con el hábito de San Francisco, trasladándolo a la pequeña Iglesia del lugar, para velarlo durante toda la noche.
Al día siguiente se ofició misa, asistieron los diputados del Congreso, gente del pueblo y los soldados, y lo enterraron en la antigua Iglesia.
Sus restos permanecieron en Padilla hasta que en 1838, bajo la presidencia de Anastasio Bustamante, se trasladaron a la ciudad de México y se inhumaron con honores en la capilla de San Felipe de Jesús en la Catedral Metropolitana, donde hasta ahora reposan.
-En el oficio que Felipe de la Garza mandó al día siguiente de la ejecución, al gobernador, especificó: “Si mi sensibilidad me podía hacer sentir verter la sangre de un americano que en 1822 me concedió la vida y que, ahora, con las manos atadas, vino a entregarse a las mías, cuando su proscripción no podía ni aún oscurecer los motivos muchos que lo hicieron recomendable”.
¿Quién fue Iturbide?
Nació el 27 de septiembre de 1783 en Valladolid, capital del estado de Michoacán. Sus padres fueron José Joaquín de Iturbide y Arregui y María Josefa de Arámburu y Carrillo de Figueroa. Ingresó en el Seminario Tridentino para estudiar gramática latina, pero abandonó los estudios para trabajar en la administración de la hacienda de su padre.
En 1800, se integró en el servicio militar como alférez del regimiento provincial de Valladolid. El 27 de febrero de 1805, contrajo matrimonio con Ana María Josefa Huarte y Muñiz.
Iturbide y Guerrero, consumaron la independencia
Desembarcó en Soto la Marina
En Padilla fue fusilado el primer emperador; quien consumó la independencia, Agustín de Iturbide
Óleo de Primitivo Miranda, sobre Agustín de Iturbide
Representación de su cautiverio
Así luce el lugar donde fue fusilado
Así descansan los restos de Iturbide, en 2010