Más allá de las consignas y los eslóganes de campaña, de las porras o las protestas que motiva en la opinión pública, el programa lopezobradorista no es tan obvio ni fácil de entender.
No es que sea incoherente ni tampoco meramente oportunista. Es de ideas fijas y, sin embargo, flexible. Persevera pero al mismo tiempo se adapta. Es predecible sin dejar nunca de sorprender. Su visión del país es simple, mas siempre tiene reparos y asegunes que la complican. Sus propósitos no resultan del todo compatibles, mas una y otra vez encuentra la manera de hacerlos convivir y más o menos acomodarlos. Más que como una filosofía o un plan quizás convenga pensarlo sobre todo como un oficio: un saber, un modo, una manera de hacer.
El presupuesto de egresos para 2019 es un documento muy elocuente en ese sentido. Conservador y ambicioso, prudente y voluntarista. Al traducir la retórica en estimaciones y cifras permite identificar, con inusual claridad, las dos lógicas que coexisten en el corazón del lopezobradorismo.
Por un lado está la decisión de reducir el aparato administrativo, de eliminar áreas no esenciales y erradicar partidas; de fijar topes salariales y bajar salarios, prohibir la contratación de personal eventual o por honorarios, ajustar prestaciones, primas, bonos, estímulos o cualquier otra erogación susceptible de ser considerada un privilegio; de combatir el dispendio, economizar recursos, suspender gastos superfluos o excesivos; de evitar lujos y promover la frugalidad. Es la lógica de ahorrar, de restringir, de recortar.
Por el otro lado está la voluntad de tener un gobierno más cercano y atento a las necesidades de la población, sobre todo de los grupos más vulnerables; de aumentar la inversión en producción de hidrocarburos, infraestructura y gasto social; de mejorar la cobertura de los apoyos y servicios públicos, incluso hasta plantear su posible universalización; de reconstruir cierto grado de autonomía y rectoría del Estado; de meter a los gobernadores en cintura, de recuperar presencia y control del territorio. Es la lógica de ampliar, de crecer, de expandir.
Los recortes se observan sobre todo en la disminución del presupuesto para áreas no prioritarias como medio ambiente, cultura, salud, justicia, combate a la corrupción e instituciones de educación superior (aunque luego el Presidente aseguró que este último era “un error” y sería corregido).
La expansión se concentra en la reorientación de recursos para energía, modernización de infraestructura aeroportuaria y de conectividad, el Ejército y los programas insignia del nuevo gobierno para adultos mayores, jóvenes, estudiantes de educación media superior, siembra de árboles, producción para el bienestar, colonias marginadas, reconstrucción, personas con discapacidades permanentes y el Tren Maya.
(Vale la pena anotar, aunque sea entre paréntesis, que el paquete económico fue muy bien recibido, y con razón, por el lado de los ingresos. Por la mesura y la disciplina general que muestra y, sobre todo, por la sana innovación que implica, en contraste con la práctica previa, no subestimar indicadores fundamentales como el tipo de cambio o el precio del petróleo, para después recibir recursos adicionales y manejarlos con discrecionalidad, al margen de lo autorizado por el Congreso. Es posible que sea ligeramente optimista, pero eso se compensa con creces por el hecho de que se trata de un presupuesto cuyo diseño es más honesto que los anteriores).
Con todo, la tensión entre recortar y expandir puede cobrar dos facturas. Una, desde la perspectiva de la administración pública, es que tantos recortes terminen afectando la capacidad de gobierno. Lo barato sale caro y no todo en la burocracia es sinónimo de derroche e ineficiencia. Y otra, desde la perspectiva de la efectividad del gasto, es que las prioridades del gobierno se están implementando con muchas prisas y sin mucho respaldo operativo ni institucional. Para dar buenos resultados no bastan solo dinero y buenas intenciones.
@carlosbravoreg