¡Mesero, la cuenta! Es una de las expresiones que usamos y usaremos el resto de nuestra vida mientras haya la oportunidad de alimentarse fuera de casa.
De alguna forma marca el final de una rica comilona, café con los amigos o una buena taquiza.
Es ahí cuando demostramos nuestra gratitud para la persona que nos atendió y sirvió de puente entre la preparación de los alimentos y su llegada a nuestra mesa. Es el turno de premiar al señor o a la señorita mesera.
A lo largo de las décadas y siglos los meseros han estado ahí muy pegaditos en la evolución de la humanidad.
En el paisaje urbano es fácil distinguirlos: muchos de ellos portando el atuendo tradicional de blanco y negro y en otros con coloridos motivos según el negocio o franquicia a la cual pertenezcan.
El Caminante quiso echarse la platicada para saber cómo es la vida a través de los ojos de los meseros.
El andarín quiso iniciar su recorrido en alguno de los restaurantes de mayor tradición en la ciudad: uno ubicado por la calle nueve muy cerca de la plaza del 8. Como al Caminante no le gusta entrar de incógnito se presentó en la caja para explicar el motivo de su visita y comentar con la persona responsable del lugar sobre su misión del dia (que en términos reales es publicidad gratis).
Lamentablemente se topó con una negativa, al insistir lo único que consiguió fue que una persona de treinta y tanto años y rasgos orientales literalmente lo corriera del lugar con muy malos modos (si así atienden al público en general, vaya a saber el lector como tratan a sus propios empleados).
Ni modo. El Caminante siguió de largo y recordó que en el Hotel Los Monteros hay un restaurante muy típico con un menú tradicional. Muy opuesto a los tratos que recibió anteriormente, en este lugar es recibido con gusto. Ahí conoció a Rafael, encargado de atender a los comensales con esmero y educación.
Rafa tiene poco tiempo realizando este oficio, pero en transcurso del mismo ha aprendido que la clave para ser un buen mesero es primero que nada el trato educado y sobre todo una muy buena disposición y actitud de servicio.
“Aquí tenemos una clientela muy arraigada, incluso, alguno huéspedes foráneos ya les conocemos sus preferencias y sus gustos a la hora de ordenar la comida, se puede llegar a hacer grandes amistades cuando el trato es sano y cordial tanto de aquí pa’ alla como de allá pa’ aca. Aún con la muy corta experiencia en este oficio, Rafa sabe que lo realmente importante no son las propinas sino la satisfacción de ofrecer un servicio excelente.
El Caminante enfila a otro lugar con mucha tradición en la ciudad: Los Candiles. Situado en la planta baja del Hotel Sierra Gorda. Este sitio es mucho mas que un restaurant, es un lugar de eventos de continua actividad, y eso lo sabe muy bien Antonio, uno de los meseros que ahí laboran.
Entrevistar a Toño es prácticamente imposible, debido a su interminable vaivén. Desde que el Caminante lo aborda, Toño, con la frente sudorosa y a paso veloz, le saluda y le advierte que la chamba esta dura en este momento de la tarde pues se encuentra atendiendo a dos eventos privados (un cumpleaños y un bingo con señores de la tercera edad) aparte de los clientes regulares que acuden a echarse el cafecito o a ingerir sus sagrados alimentos; el Caminante comprende perfectamente y promete intentar seguirle los pasos sin “echar mosca”.
Y asi inicia un maratón al que pocos podrían darle batalla: Toño baja al sótano con un diablito y un recipiente por hielo, regresa y ya esta sirviendo jugos de naranja para los veinte invitados al cumpleaños que se transformaron en casi ¡cuarenta!, regresa y ya esta tomado el pedido a una mesa, vuelve con los señores del bingo y cumple un par de peticiones mas. Una asistente a la fiesta llega un poco desorientada y el mesero con finos modos la conduce hasta el anexo privado donde se lleva a cabo la pachanga.
Va hacia la cocina y sale con tres órdenes de enchiladas suizas, sirve y anota en la comanda, de nuevo a la cocina, mas jugos de naranja, mas invitadas arriban, otra mesa ordena, retorna al anexo privado, ahora sirve los cafés, pasa frente al Caminante y solo sonríe. Veloz y con todo bajo control, Antonio, con sus diez años de experiencia sabe que no hay tiempo que perder. Las damas del cumpleaños tienen ahora una particular petición: solicitan al mesero que les tome la foto del recuerdo.
El accede de muy buen talante. La cumpleañera y sus toman sus posiciones: ¡Sonrían! ¡Clic! Listo… bueno ese fue el primer celular, le siguen otros mas para que nadie se quede sin el bello recuerdo. Toño con mucha paciencia la hace de fotógrafo. Todos contentos. Ahora es momento de despedir a los señores con hilos de plata en las sienes. Ellos no escatiman en palabras d despedida. Antonio les devuelve a todos el saludo. ¡’Amonos a la cocina de nuevo! El trajinar del mesero no acaba (y eso que apenas son las seis de la tarde y el lugar cierra a las diez y media.
“Este es un oficio sencillo pero que demanda mucha energía” dice Don Vidal, que con cuatro décadas dedicadas al Hotel mas conocido de Ciudad Victoria se las sabe de todas, todas.
“Antes había mucha mas actividad, mas bullicio, recuerdo perfectamente los jueves bohemios cuando nos hacían falta sillas” cuenta el hombre con nostálgico tono en sus palabras.
“Aquí era el lugar obligado para los gobernadores y políticos altos vuelos en tiempos pasados, y aunque la concurrencia era enorme nos dábamos abasto para atenderlos a todos” dice Don Vidal.
El señor de 62 años se encuentra ya jubilado pero de ninguna manera inactivo. Se mantiene trabajando ahora en caja, pero un gran porcentaje del tiempo apoya en servir mesas. A él prácticamente le ha tocado todo tipo de clientes, desde los mas amenos hasta los mas exigentes. Afortunadamente en el balance de cuarenta años de servicio es positivo.
Aquí en Los Candiles lo que sobra es precisamente la chamba, así que el Caminante aplica el onceavo mandamiento y se despide no sin antes agradecer a todos los meseros el muy preciado tiempo que le regalaron para conocer un poco mas de su vertiginoso oficio y definitivamente es muy demandante pues exige concentración, buena memoria, paciencia, educación y sobre todo mucha energía.
Ojalá que el lector pueda apreciar que los meseros son una parte muy importante en nuestro diario vivir y sepa corresponder su atenciones con sobrada gratitud. Demasiada Pata de perro por esta semana.