Los puertos fronterizos de Tamaulipas viven una situación inédita: los albergues están rebasados y en las inmediaciones de los puentes internacionales se levantan auténticos campamentos de migrantes que esperan una oportunidad para solicitar asilo en Estados Unidos.
Sus historias, aunque distintas, tienen un rasgo en común, huyen de la barbarie y la pobreza, aunque eso implique atravesar miles de kilómetros, decenas de países, con la esperanza de alcanzar un pedazo del sueño americano, que en su caso más que prosperidad significa simplemente salvar la vida.
Africanos, centroamericanos, caribeños y asiáticos comparten, no siempre en armonía, largas horas de espera, en un sitio del mundo completamente ajeno para ellos.
Matamoros, Reynosa y Nuevo Laredo se ha vuelto su hogar temporal, y al mismo tiempo el escenario de una crisis sin precedentes cuyo final todavía se ve lejano.
