*Este mini relato está basado en la novela “La Odisea” de Homero.
Para cualquier ser humano, el oceáno es invencible e interminable, para Ulises no lo era; sabía que cada milímetro que avanzaba rompiendo las olas del mar, era un espacio menos para llegar a lo que tanto anhelaba, a su amada Penélope; estaba consciente que nada era eterno, pero le gustaba pensar que su matrimonio sí lo era, que ni la muerte podría acabar con ese lazo inquebrantable.
Ulises siempre se caracterizó por ser un hombre leal, con virtudes envidiadas por sus connacionales. Las personas cercanas al Rey de su pueblo, le tenían envidia, pues se distinguía por lograr sus objetivos alejado de la fuerza bruta, como la mayoría hacía, era un genio natural, un estratega excepcional. Y en la guerra en contra de los enemigos de su ciudad, los Estalones, lo demostró, gracias a su cerebro y a su tenacidad, salieron victoriosos.
Al obtener esa gran victoria, cometió el error que todo campeón airoso comete, olvidó por completo esa frase en latín memento mori, que significaba: recuerda que eres mortal, y que los asesores usaban con sus generales cuando ganaban sus batallas, para que éstos no perdieran los pies sobre la tierra, para no volar tan alto; ese error lo hizo creerse al nivel de los dioses y, uno en particular, el Dios del agua, Crúceo, no le gustó, y sabiendo que para volver a casa tenía que cruzar sus territorios (océanos y mares), iba a ser todo lo posible para frustrar sus sueños de tierra.
Cuando zarpó, Ulises nunca imaginó el sinfín de complicaciones que le esperarían, desde monstruos marítimos que destruyeron su embarcación, hasta mujeres brujas en una isla desierta que sedujeron a toda su tripulación, menos a él, su fortaleza emocional ligada a al corazón de Penélope, lo hacía resistir, no recaer, no doblarse, mirar hacia el cielo lo fortalecía.
Después de los anteriores golpes, y otros más, hizo una autorreflexión, se preguntaba a sí mismo: ¿qué hice mal?, soy un buen hombre ¿qué hice para merecer esto?; después de horas y horas de buscar una luz, puso su mente en blanco, dejó que el silencio le diera las respuestas que buscaba en su interior, y sí, las obtuvo, se dio cuenta que perdió la humildad que era característica de su persona, que los aplausos y el oro eran cosas superfluas, insignificantes alado de lo que para él significaba la felicidad. Se hincó y lloró, lloró y lloró, como nunca en su vida, sus lágrimas eran tantas que se formaban nubes con ellas, pidió perdón a los dioses, a la vida, a la humanidad, a sí mismo.
La diosa de justicia, Eménea, lo escuchó de lejos, sintió compasión por él, analizó su vida en unos minutos y se dio cuenta que su vida la llevó de una buena manera, como un hombre digno, con errores, pero siempre en búsqueda del bien común. Se apiadó de su situación y, sin que supiera él, le envió una balsa. Al verla a lo lejos, nadó como nunca, sintió que era un deux ex machina, agradeció al cielo y subió en ella.
Pasaron días y días, él confiaba que ahora los dioses le sonreían y que llegaría sin problema a su hogar, que Penélope, a pesar del transcurso de tanto tiempo lo estaba esperando, nunca perdió la fe, a pesar de su estado moribundo por insolación y deshidratación. Por fin tocó tierra, volteó al muelle del pueblo, le sorprendió ver la silueta de una mujer a lo lejos, con un cabello que llegaba hasta el suelo, no la reconocía, pero sus latidos se aceleraban al soñar que pudiera ser ella, su incondicional Penélope. Se acercó y la reconoció, ella le explicó que su pelo era tan largo como muestra de creer que él regresaría con ella, que nunca dudó y que juró no cortárselo hasta su vuelta.
Ya asentado en casa, después de unos meses, en compañía de su mujer y su hijo, aún nonato, comprendió que la vida es para disfrutarla, que cualquier tipo de triunfo no debe ni puede marear al humano, ya que todo lo que sube baja; también, que siempre se debe agradecer, diariamente, y que la humildad es uno de los pilares para lograr la felicidad perpetua; que nadie es superior, no existe diferencia entre las personas, que los únicos mejores que todos son los dioses, pero sobre todo, que nunca, pero nunca, volvería a retar a éstos.
RECOMENDACIÓN SEMANAL: Leer “La Ileada” y “La Odisea” de Homero, clásicos de la literatura.