Todo lo que están a punto de leer es completamente verpidico; tan real que las consecuencias de tales hechos siguen afectando el presente de la persona que lo vivió, así como de sus familiares y su primer círculo de amigos, conocidos y compañeros de trabajo. Los nombres han sido cambiados para proteger la identidad de los involucrados.
Santiago no posee recuerdos de haber tenido una familia como las de sus amigos de la infancia. Sus lazos afectivos siempre estuvieron trastocados por la disfuncionalidad. El único vestigio de “normalidad” es una fotografía en la que están su papá, su mamá, su hermano y él siendo un bebé en el estado de Sonora.
Al separarse sus padres, Santiago quedó al amparo del clan materno aquí en Ciudad Victoria y solo en ocasiones especiales recibían la visita de su progenitor quien en una especie de lección moral les obsequiaba a su hermano y a el un billete de cien pesos dividido en dos partes el cual debían de unir para poder comprar algo en la tiendita de la esquina.
A los 10 años el pequeño Santiago se mudó a la colonia Las Palmas, al meritito barrio conocido como “El Rincón del Diablo” en la cual hizo amistad con niños de mayor edad que se la pasaban jugando todo el dia en la calle. Tal exposición le valió ser testigo de hechos violentos que ocurrían muy a menudo en ese sector: golpizas, macheteados y pleitos similares. Fue precisamente al graduarse de la primaria cuando ocurrió uno de los sucesos que le marcaron de por vida: un asalto violento que no solo lo despojó de sus pertenencias, le infundió un miedo tremendo.
Ahí, en el Rincón del Diablo” fue parte de una pequeña flotilla de camaradas que justo al iniciar la etapa de secundaria tomaron el hábito de fumar: se ‘fugaba’ de la Federal uno con dos amigos (uno de ellos ya falleció) hacia las vías y compraban cervezas, acto que les empezó a dar cierta fama de rudos lo cual le quitó, según sus propias, palabras la etiqueta de “niño sobreprotegido”.
Un dia, un primo le obsequió una porción de mariguana. Santiago aceptó gustoso la yerba pues lo veía como una travesura. Le sacó el tabaco a un cigarrillo, lo retacó con mota, se encerró en el baño y lo encendió. Sin embargo no consiguió la reacción que esperaba pues solo logró ‘hornearse’: mareos, vómito y alucinaciones literalmente lo derribaron. Esa fue su primera experiencia con una droga. No le gustó.
Los fines de semana siendo un adolescente se iba a quedar a casa de su abuela y una vez tocó que estaba de visita un tio de tendencias ultra izquierdistas que solía aleccionar a los jóvenes implantándoles la idea de derrocar al gobierno. Para empatizar con sus pupilos el hombre solía regalarles cigarros de mariguana y ya en la efervescencia del momento los animaba a llevar a cabo ‘pintas’ con spray en las paredes del centro de la ciudad con consignas políticas. Santiago, atraído por la complicidad y sintiéndose esta vez en confianza quiso unirse a la ‘quemada’ de mota. En esa segunda ocasión todo fue carcajadas y adrenalina al máximo.
A partir de ahí fumaba mariguana constantemente. Cuando fue descubierto por las autoridades escolares tuvo que confrontar a su propia madre quien al enterarse de la adicción de su hijo mas pequeño se le rompió el corazón. Este hecho aunado a la indisciplina y las bajas calificaciones le valió la expulsión de la secundaria.
De ahí en adelante ‘peregrinó’ de un plantel a otro: Después de la ‘uno’, recorrió la ‘Cuatro’ la ‘Cinco’, la ‘Siete’ y finalmente a la Federalizada. En este punto fue cuando un compañero le transmitió la idea de drogarse con thinner y pegamento comercialmente conocido como “Resistol 5 mil”.
El muchacho tenía un pariente que padecía del sistema nervioso. El médico le recetaba fármacos muy potentes como el famoso “Ativan”. Este y otros como el Roibnol fueron las primeras píldoras o pastillas que causaban un efecto psicotrópico que Santiago consumió. Incluso llegó a drogar a sus compañeros solo por diversión. De ahí en adelante las “pastas” convertirían en una de sus peores adicciones.
A los 14 años Santiago se hizo su primer tatuaje en su brazo derecho: la cara de un demonio. A este punto su salud no se veía mermada aún, sin embargo empezó a experimentar las llamadas ‘temblorinas’ por falta de droga.
Su familia trató de intervenir al canalizarlo con un par de psicólogos, sin embargo el estado de negación le impidió recibir ayuda del primero y el segundo resultó ser un charlatán que intentaba ‘curarlo’ exponiéndolo a ‘sonidos de la naturaleza’ como grabaciones de ambiente de playa y bosque. Ambas terapias fallaron.
Para ese entonces el adolescente ya había caído un par de veces a la ‘preventiva’ por drogarse en la calle. Había empezado a robar, primero a su propia familia, después cualquier cosa que estuviera “mal puesta” para poder venderla y cambiarla por droga. Su dia se resumía en vagar y drogarse. Eran los tiempos mas peligrosos del pandillerismo en Ciudad Victoria.
Santiago, junto con otro adicto empezaron a asaltar transeúntes con una pistola de diabolos. Pero ese compañero de fechorías un dia fue mas alla y en un hecho violento mató al hermano del jefe de grupo antirrobos y fue apresado para pasar 13 años encarcelado. Santiago siguió asaltando estudiantes que bajaban de la Loma. Pero en uno de esos atracos fue identificado: se interpuso una denuncia en su contra y previendo que la ley lo ganchara, su propia madre apoyada con algunos familiares lo llevaron con engaños a Tampico. Ahí, fue cuando ingresó a su primer centro de rehabilitación: la temidísima “Pirámide”. A la madre de Santiago le pintaron el lugar como un sitio cercano a la playa donde podría desintoxicarse. Nada mas alejado de la realidad.
“La Pirámide” resultó ser mas horrenda que cualquier cárcel. Santiago cuenta que en plenos frillazos los sacaban desnudos al patio a bañarse. Luego tenían una junta. Mas tarde pasaban al comedor y como alimento recibían el llamado “Caldo de oso” que consistía en pura agua con un hueso y tres tortillas enlamadas “mañana tarde y noche”. La última junta a las 11 y media de la noche y otra vez a las 5 de la mañana para arriba.
Dormían tres personas en una cama individual. En verano el calor era insoportable pero solían dormir tapados sude y sude pues de lo contrario eran ‘devorados’ por los zancudos “tipo parque jurásico”.
El panorama alrededor era de terror: compañeros que morían escupiendo sangre por la boca y por el ano o convulsionando. Otros con los pies gangrenados. Algunos completamente idos, o como se dice en el argot de los drogadictos “se habían quedado en el avión” de tanta droga que se habían metido en su vida. Sujetos de familias acomodadas, otros evidentemente indigentes. Todo eso vivió Santiago a sus cortos quince años de edad.
A su salida de la Pirámide regresó a Ciudad Victoria, sin embargo esta historia distaba mucho de finalizar.
Continuará…